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Susan Crowley

19/10/2018 - 2:14 pm

Banksy y su obra de arte

¿Quién adquirió Niña con Globo?, ¿es parte de una broma elaborada por el mismo Banksy?, ¿participa la casa de subastas?, ¿quién y cómo se las ingenió para meter una compresora de papel en un marco?, ¿hay instalaciones ocultas?, ¿qué sigue de esto? El coleccionista, hasta ahora anónimo, adquirió una obra no sólo mutilada, sino escandalosamente mutilada. ¿Ya no es suficiente adquirir pinturas convencionales que decoren amablemente los salones de una casa? Habíamos llegado demasiado lejos al aceptar precios millonarios por animales en formol, ¿también pasó de moda? Si el cliente quiere más, hay que darle lo que pida.

“Esta vez Banksy eligió la mejor forma de llamar la atención no sólo como promoción sino como una terapia de shock que de nuevo nos incluye a todos. Un pedazo de papel corriente pintado con spray que alcanza un precio desorbitante. Y aún hay más. Un momento después del martillazo final se desmorona en tiritas”. Foto: Pierre Koukjian vía AP

Ante los ojos asombrados del público la obra Girl with Baloon, autoría del misterioso artista Banksy, se reduce a tiras de papel justo en el momento en el que el martillazo acaba de cifrar su precio, 1.4 millones de libras. En menos de dos horas, al destruirse, la obra ha duplicado su valor económico. Menuda broma para los asistentes, un reto más para los especuladores, la felicidad total para el comprador, motivo de razonamiento para los estudiosos, asalto a la razón de los críticos, nueva ruta para los subastadores y comerciantes del arte y un tema para los simples curiosos del arte contemporáneo. En suma, una peripecia más para volver a llenar de escándalos las páginas de los diarios.

¿Estaremos aburridos y necesitados de emociones fuertes? Las casas de subasta se caracterizan por especular, son especialistas en hacer correr adrenalina entre sus concurrentes. Desde el precio de salida, hasta el martillazo final son muchos los ríos de tinta que relatan los desvaríos, las locuras y las inéditas sesiones que ya con el tiempo se han hecho costumbre. Como sea, gracias a esa niña que observa como escapa su globo, apenas una silueta hecha con spray, el comprador pasa a pertenecer a la élite de los coleccionistas, muy pronto sabremos de quién se trata. Como antecedente, el príncipe saudí Mohamed Bin Farhan era un total desconocido hasta que adquirió el famoso Salvator Mundi por 450 millones, la obra más costosa de la historia del arte. No sólo se trata de tener mucho dinero, sino de en dónde y en que se gasta.

¿Quién adquirió Niña con Globo?, ¿es parte de una broma elaborada por el mismo Banksy?, ¿participa la casa de subastas?, si como lo informa Banksy en su cuenta de twitter fue él mismo el perpetrador, ¿cómo se las ingenió para meter una triturdora de papel en un marco?, ¿qué sigue de esto? El coleccionista, hasta ahora anónimo, adquirió una obra no sólo mutilada, sino escandalosamente mutilada. ¿Ya no es suficiente adquirir pinturas convencionales que decoren amablemente los salones de una casa? Habíamos llegado demasiado lejos al aceptar precios millonarios por animales en formol, ¿también pasó de moda? Si el cliente quiere más, hay que darle lo que pida.

En esta sociedad del espectáculo (como la llamaba Guy Debord), hemos vuelto al arte un asunto mediático en el que lo valioso tiene que ser una suerte de anomalía. Lo extraño sería que alguien se lleve a su casa un cuadro de flores, un bucólico paisaje, incluso una mujer desnuda si no provoca una batahola de comentarios. El arte entró de lleno al mundo del consumo inmediato, masivo, ansioso y deliberado. No se satisface con la contemplación, necesita más estímulos.

Pero esta historia no es nueva. Hace muchos años dos artistas en pleno estado etílico y aún poco conocidos se partían la cabeza mientras consumían una botella de Jack Daniells. Se quejaban amargamente sobre la importancia de Picasso, nadie había llevado la pintura hasta los límites impuestos por él. ¿Quién podía hacer algo más allá del imperio creado por el pintor cubista? Sus límites habían rebasado cualquier límite estético, había que eliminarlo. Uno de ellos, William De Kooning (el otro era Jackson Pollock), tomó un libro de reproducciones del artista español y con violencia rayó la superficie de una de las ilustraciones. De pronto, frente a él, una epifanía: la nueva forma de pintar. El resultado fue el inicio de la serie Las Mujeres Salvajes que son impensables si no se destruye la obra de Picasso, matar para hacer vivir. Metafóricamente, un parricidio para vencer el poder del padre.

No mucho tiempo después se cometió otro acto de destrucción artística. Y no como metáfora, fue literal. Robert Rauschemberg no podía imaginar el mundo después de De Kooning, tomó uno de sus dibujos y usando más de veinte tipos distintos de gomas lo borró. Erased De Kooning Drawing, 1953 una de las obras más emblemáticas del neodadaísmo, más allá de sus valores de construcción, se valora por sus alcances de destrucción. Ahí adentro, bajo las capas blancas, sobrevive De Kooning. Si no hubiera sido considerado el más grande artista del siglo, por lo menos para Rauschemberg, esta acción no hubiera tenido sentido. Lo tuvo. En uno de los muros del museo de San Francisco se exhibe el acto de desacralización más atrevido de la historia, por lo menos hasta ese momento.

Si queda un registro que escandalizó al mundo, más temprano que tarde habrá otro que lo supere. La cosa va en aumento. Ese es el juego y el asunto es como jugarlo.

Hace algunos años Damien Hirst, sin duda el artista más polémico vivo, destruyó una de las estructuras fundamentales del mundo del arte. Aburrido de estar en medio del juego mercantil entre galerías y casas de subasta, decidió irse por la libre y poner en jaque a quienes hasta ese momento se encargaban de comerciar su obra. Saltándose las jerarquías subastó todo su cuerpo de trabajo directamente en Sotheby’s. El augurio era de fracaso total. Muchos aseguraron que sería la última jugada del artista. Pero lo que sigue es historia. Hirst rompió récords de venta, lo nunca antes visto: la obra de un artista vivo, sin intermediarios, llegando a precios inauditos. Lo más curioso es que después se supo que su obra había sido adquirida por los mismos galeristas en una cruzada en defensa de su valor. Hirst sigue siendo uno de los artistas más influyentes del arte contemporáneo. Un destructor de lo establecido. El otro es Banksy.

El artista inglés es famoso por dos cosas, la primera porque se empeña en ocultar quien es. Habita entre los anónimos y con esto ha atraído al mundo entero. Difícilmente existe alguien que no haya escuchado su nombre. La segunda, el contenido de sus obras. Los temas de Banksy nos atañen a todos. Con una iconografía alucinante, sus personajes, desde ratas hasta bobbys (policías ingleses), o la niña con globo, muestran una síntesis de pensamiento universal siempre involucrado con los acontecimientos actuales. Quien quiera que sea, sabe poner el dedo en la yaga, ahí donde más duele: la injusticia, la represión, las conveniencias sociales, el racismo. El mundo de Banksy muestra una bandera libertaria constante. Su honestidad y contundencia hacen que todos nos sintamos identificados con él y que siempre estemos esperando un nuevo asalto de su parte.

Una mañana cualquiera, un guardia de seguridad del Louvre se tuvo que tallar los ojos para poder creer lo que veía, la Monalisa, tal vez la obra con más sistemas de seguridad del mundo del arte había sido cubierta por una carita feliz, cortesía de Banksy. Con esto no sólo cuestionaba el sistema de vigilancia, sino advertía le hecho de que la pieza más visitada en realidad era poco atendida.

Pero a Banksy aún le faltaba algo por hacer. En el prostituido juego en el que el arte ha caído por complacer a un mercado ávido y en el que nunca había circulado tanto dinero, se necesitaban nuevas salidas. Dar un giro interesante al ya aburrido y predecible sistema de las subastas. Se requiere de más valor para destruir una obra que para hacerla. Los museos están retacados de obras de arte que no le importan a nadie. Su precio nada tiene que ver con su valor. Esta vez Banksy eligió la mejor forma de llamar la atención no sólo como promoción sino como una terapia de shock que de nuevo nos incluye a todos. Un pedazo de papel corriente pintado con spray que alcanza un precio desorbitante. Y aún hay más. Un momento después del martillazo final se desmorona en tiritas. Los presentes, es obvio, no lo esperaban. Nadie podría anticipar que ocurriera; metafóricamente es como poner una bomba. No hay necesidad de que vuelve en pedazos, algo ha explotado en medio de todos y es Banksy el autor. ¿Banksy destruye a Banksy? Todos atentos para ver que ocurrirá después de que se propague el título, Love is in the Bin. ¿Alguien duda que esto es una verdadera obra de arte?

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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