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Antonio María Calera-Grobet

20/01/2018 - 12:00 am

Enero sin dietas, gula de vivir

Encontrar el gran trabajo, bajar de peso a cero, dejar de ser un guiñapo y meterse al gimnasio. Hasta cantar fado. Quieres todo, sí, pero eso es justo lo que no puedes: no seas avorazado. Por qué no primero poner orden en la cabeza, dejar las tonterías atrás, jugar nuevas cartas en lo que respecta […]

“¿Lograr un cambio radical no sólo del cuerpo sino de la cabeza, adentrarse en nuestro relleno espiritual, nuestra verdadera y espesa fuerza? Pues habrá que cortar de tajo una cosa: limitar lo que entra a la buchaca, saber qué es comida buena, mala o monstruosa”. Foto: Moises Pablo, Cuartoscuro

Encontrar el gran trabajo, bajar de peso a cero, dejar de ser un guiñapo y meterse al gimnasio. Hasta cantar fado. Quieres todo, sí, pero eso es justo lo que no puedes: no seas avorazado. Por qué no primero poner orden en la cabeza, dejar las tonterías atrás, jugar nuevas cartas en lo que respecta a la mesa. Porque si en verdad somos lo que comemos, tú ahora no eres más que una botarga: kilos de bacalao, de pavo, acaso un puñito de ensalada. Vamos al principio para empezar como Dios manda, es decir, cierra la boca un poco, anda. Y es que por ahí puedes empezar a darle a lo otro, luego le das al cerebro y mueves (y vaya que no será fácil), eso tan paquidérmico que es tu todo

Porque esa es la idea, ¿o no? ¿Lograr un cambio radical no sólo del cuerpo sino de la cabeza, adentrarse en nuestro relleno espiritual, nuestra verdadera y espesa fuerza? Pues habrá que cortar de tajo una cosa: limitar lo que entra a la buchaca, saber qué es comida buena, mala o monstruosa. Y no se trata acá de moralinas, recetas de dietas bajo la luna, comer un ala de pollo en 15 días, vivir en jugo de tunas o demás pamplinas, sino reconocer, simple y sencillamente, lo que otros ven y a leguas es evidente: que tu cuerpo está maltrecho por decir lo menos, que no será posible seguir huyendo de los espejos. Reconocer que, para ahora subir al cielo te quedaste un rato atorado en el bufet del infierno y que, si bien has experimentado con la expansión de tus formas, tu naturaleza interior sigue vigente y por ahora, es lo que se engorda.

Te propongo este menú para sentirte un tanto mejor. Primero levántate y anda. Oréate. La mañana es algo que has olvidado y siempre está ahí, desenvuelta para ti. Desempólvate. Da para leer el periódico, ver el cielo, sacudirnos de nuestro ser hundido en lo monótono. Desayuna alba. Desayuna elotes, nopales, quelites, huitlacoches, un tanto la manera prehispánica. Imagínalo como un ritual para sanar, estar en calma. Café o té, claro, por todo lo alto, pero también frutas cada mañana. Eso por lo menos limpiará la cabaña, sino es que de plano provoca una mudanza. ¿De qué? De tus viejos vicios, tus manías, tus mañas. Poco a poco: camina. Camina como si salieras en busca no de una nueva rutina sino de una nueva vida. Y si no puedes caminar mucho por lo menos sal al parque de la esquina. Extiende, tú que puedes ahora, tus viejos muñones. Tus viejos pundonores. Sal a caminar para jalar aire a los pulmones. Camina: camina: camina. Y luego: camina.

Para cuando llegue la comida no le tendrás miedo a la proteína. La proteína no es un gancho al hígado, no es maligna: es una amiga. Come pescado o pollo, res o cerdo. A pasto no pero sí hasta que te llene bien el hueco. Pero eso sí. Vigila los carbohidratos: esos son los verdaderos villanos. Olvida por un tiempo las pastas, el pan, las tortillas. O casi déjalas por completo. Nada de azúcar o lo muy menos. Mejor échate luego un postre categórico con crema y mantequilla. Poco a poco. Y si no caminaste: camina. Caminar es mirar de nuevo y cambiar. Para ir al mercado, a la lavandería, por un café, a la librería. Eso te va a cargar de energía.

Para cuando llegue la cena no temas. ¿Quién dijo que había que desayunar como rey, comer como príncipe y cenar como mendigo. ¡Lo maldigo! Cena caliente, copioso y rico, pero come lo que no te haga daño, lo que no te regrese a tu antiguo ritmo. No le hagas caso a nadie. Si has hecho lo que has debido, cena de lo lindo. El problema no está en la cena, sino en la tatema: que no se organiza, que no se cuida, que no se mima. Y tira la toalla de su cuerpo, no se empeña.

Y recuerda, no lo pierdas: no sólo de pan y vino vive el hombre: también de historias se alimenta. Cómelas. Come cuentos, películas y novelas. Cómelas. Porque no existe nada sin el relato. El relato como alimento mágico, eso que nos recuerda para qué carajos estamos metidos en esta obra de teatro. Y que conste que no he dicho que nada de exterminar a la buena vida. No. Eso es de fascistas y los fascistas a letrina. Sólo que habrá que comer bien para seguir comiendo mal. En unos meses le atoraremos con rabia, regresaremos al carnaval. Por ahora oréate. Levántate y anda: ama que no cuesta nada. Y una cosa: no ames lo que te ha destruido y no destruyas lo que te ama. Que amar de más no mata, y vaya que nos hace falta.

Antonio María Calera-Grobet
(México, 1973). Escritor, editor y promotor cultural. Colaborador de diversos diarios y revistas de circulación nacional. Editor de Mantarraya Ediciones. Autor de Gula. De sesos y Lengua (2011). Propietario de “Hostería La Bota”.

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