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“A mi me violó mi abuelo, tenía 8 años, no podía decir nada. No me creerían”. ADELANTO de Alas rotas

20/02/2021 - 8:00 am

Alas rotas es una investigación compilada por la Senadora Josefina Vázquez Mota, donde los autores derriban tabúes y prejuicios sociales que acompañan al abuso infantil, además de guiar en la prevención y ayuda a las víctimas. El contexto de la pandemia tiene especial peso, pues el grooming y la violencia sexual virtual se dispararon durante el confinamiento.

Ciudad de México, 20 de febrero (SinEmbargo).- ¿Cómo podemos prevenir el abuso y la violencia sexual contra niñas, niños y adolescentes? ¿Cómo escuchar a nuestras hijas y nuestros hijos? ¿Cómo podemos detectar síntomas de maltrato en ellas y ellos? ¿Cuáles son los pasos a seguir para denunciar? ¿Quiénes pueden ayudarnos en el proceso? ¿Cómo podemos empezar a curar las heridas y las cicatrices?

Éstas y más preguntas se resuelven a lo largo de los capítulos de Alas rotas: cómo prevenir la violencia sexual infantil y ayudar a las víctimas, una investigación compilada por la senadora Josefina Vázquez Mota.

En este libro, los autores derriban tabúes y falsas creencias que usualmente acompañan al contexto del abuso infantil, producto de prejuicios sociales que minimizan el derecho de las víctimas a manifestarse y a redirigir su camino hacia una vida digna.

Participan las plumas de expertos como Moisés Laniado Kassin, Katina Medina Mora, Josefina Lira Plascencia, Francisco Ibargüengoitia Ochoa, Marcos Pérez Esquer, María Beatriz Müller, Liliana Mora Espinosa, María del Rosario Alfaro Martínez, Denisse Meade Guaudry y María Cecilia López.

A continuación, SinEmbargo comparte, en exclusiva para sus lectores, un fragmento de esta investigación. Cortesía otorgada bajo el permiso de Penguin Random House.

***

Introducción

Tienes en tus manos las voces y los gritos de auxilio de cinco millones de niñas, niños y adolescentes víctimas del crimen de violencia sexual infantil.

Ellas y ellos nos necesitan urgentemente, es tiempo de rom­per el silencio y acabar con los secretos y la impunidad, es tiempo de fortalecer la prevención y acompañar a las víctimas. Las niñas y los niños no tienen partido, pero sí te necesitan a ti, a mí y a muchos otros para replicar sus voces y colaborar con el mayor de nuestros compromisos: tener acceso a una vida sin violencia, con derecho a la paz, con derecho al respeto, con derecho al amor y a la felicidad.

En estas páginas encontrarás uno de los mejores programas de prevención sexual que existen en México. Asimismo, podrás acompañar a las víctimas que, con coraje y valor, nos comparten sus historias. Aprenderás la forma de ayudar a quienes ya han sufrido este terrible crimen que puede destruir su vida durante décadas, y en ocasiones para siempre.

Tienes razón al afirmar que ésta es una horrible realidad, por­que así lo es, pues el silencio, el miedo, la ignorancia, la injusticia, las malas leyes, una cultura patriarcal y machista, la impunidad, entre muchas otras causas, han fortalecido a los criminales y han abandonado a las víctimas.

Te invito a continuar con esta lectura, a que no cedas ante el dolor de estos testimonios y realidades, pues de lo contrario, el temor seguirá protegiendo a los criminales. Te invito a que escuches las voces de quienes por años guardaron silencio y que por fin han decidido hablar fuerte y alto en estas páginas. Te invi­to a conocer buenas prácticas, caminos de prevención y acompa­ñamiento para las víctimas, que con urgencia deben de conocerse y difundirse.

Tómate un respiro en la página que lo necesites, pero, por favor, no dejes de leer, porque una sociedad que destruye a sus niñas y niños se destruye a sí misma de manera irremediable, pero una sociedad que los protege y exige y trabaja para que tengan una vida sin violencia, sin miedo, con derecho al amor, a la educación, a un sano desarrollo integral, a ser felices y a construir sus sueños tendrá por delante un próspero presente y, en especial, un futuro en el cual la paz y la legalidad serán la norma y no la excepción.

Te invito a convertir este libro en un nuevo principio para la construcción de la paz y para garantizar a millones de niñas, niños y adolescentes una vida libre de violencia.

Padres de familia del colegio Montessori Matatena, en la colonia Extremadura Insurgentes, se manifestaron frente a las instalaciones de la Procuraduría de Justicia de la Ciudad de México para exigir detengan a los probables responsables del abuso sexual infantil. Foto: Cuartoscuro/Archivo

“No, señora, lo que hizo su hija no es monstruoso, ni es pecado ni es anormal, no necesita terapia, sólo está explorando y experimentando su sexualidad como muchos niños y niñas de su edad, la que necesita venir a terapia es usted.”

Una, dos, tres terapias solamente; pero una noche se asomó Aurelio, rompiendo mi sueño, el vecino que había robado mi infancia hacía 30 años. Entonces comprendí la pesadilla que me había perseguido toda la vida, pero nunca tan vívida y tan clara como aquella noche. Sí, él había abusado de mí cuando tenía apenas 3 o 4 años. Fin de la terapia. “No se preocupe, señora, sólo fue eso, no hay nada más.”

Veinte años más tarde, en el ejercicio de mi trabajo, la pesadilla regresó, y me di cuenta de que sí había de qué preocuparme, que no sólo era eso, sino que me habían robado mis sueños, que me habían roto para siempre, porque nunca pude ser una niña o una mujer plena. Siempre temerosa, siempre desconfiada, siempre antisocial, siempre obediente, siempre sumisa, siempre combatiendo mis náuseas para cumplir con mis “obligaciones” de esposa. Las secuelas, como en miles de niñas y niños, fueron para siempre. Aquí estoy, 50 años después, viendo pasar mi vida, una vida de abuso y de maltrato, sumergida en un silencio lacerante en el que aprendí a conducirme sin importar cuán grande o pequeña fuera la vejación. Aquí estoy, dando respuesta a muchos porqués de mi vida.

La violencia sexual infantil es un monstruo de mil cabezas que amenaza la vida de nuestras niñas, niños y adolescentes en todos los lugares que habitan, en todos sus mundos, comenzando des­de su propio hogar, el cual puede convertirse en el peor de los infiernos.

Este crimen es mucho más común de lo que imaginamos, sobre todo en un país con una arraigada cultura patriarcal, cuyas expre­siones y comportamientos machistas y misóginos cobran toda su fuerza, abuso y atrocidad.

Después de que un vecino me violó, mi hermano mayor quiso abusar de mí también, pero no me dejé y fui a acusarlo con mi mamá: “¡Mentirosa!, cómo puedes decir algo así”. Quise intentarlo con mi papá, pero la respuesta fue peor, me abofeteó; cómo podía ser capaz de levantarle esas falsas historias a su primogénito.

Los testimonios se multiplican sin que haya cifras exactas, pues la violencia sexual es un crimen que cuenta con al menos tres gran­des aliados: por un lado, el silencio y la secrecía; por otro, una casi absoluta impunidad y, por supuesto, el miedo, ese miedo que sienten las víctimas a ser juzgadas, a creer que son culpables, y ese otro miedo a que no les crean e incluso a ser objeto de mayor vio­lencia, estigmatización y rechazo.

A mí me violó mi abuelo, tenía 8 años, no podía decir nada, no podía “destruir” a mi familia. ¿Cómo podía explicarle a mi mamá lo que su papá me hacía? Nadie me creería, y si lo hacía, de sólo imaginar la reacción de mi abuela, mis tíos y mis primos preferí guardar silencio por mucho tiempo; no fue sino hasta 25 años después cuando él, estando en su lecho de muerte, me dijo, “Hija, perdóname, por favor, perdóname, ve y diles a todos que fui un hijo de la &%&=! y platícales lo que hice, que vean que fui un monstruo, y no el hombre que todos pensaron que era”. Lo hice en su velorio, pensando que con ello podría alcanzar un poco de paz, pero no, no lo conseguí.

“Por favor, también escriba sobre la pornografía infantil en redes”, me pide la mamá de una joven adolescente con lágrimas en los ojos. “Nuestros hijos y nosotros como padres nunca podremos volver a dormir igual…El video está ahí, agazapado, esperando a que lo busquen para repetirse una y otra vez.” Cuando la foto o el video permanecen en las entrañas de internet poco o nada se puede hacer, pues los ciberpedófilos que se encargan de viralizar­lo se encuentran en todo el mundo.

Familiares de los niños presuntamente abusados sexualmente del kínder República de Perú en la delegación Gustavo A. Madero, esperaron en las inmediaciones de la Fiscalía General de la República la respuesta de las autoridades, en abril de 2019. Foto: Cuartoscuro/Archivo

Hoy en día los videos y las imágenes en internet se han multi­plicado de manera abrumadora. El año pasado en Estados Unidos los cálculos de las visitas a estos contenidos ascendían a más de 70 millones y sigue en constante aumento; a pesar de que empre­sas como Facebook o Google han tratado de frenarlo limitando y denunciando estos contenidos, es cierto que hombres y muje­res que encuentran satisfacción en estos materiales emigran a otras plataformas como Zoom o algunas otras en vivo porque son más difíciles de rastrear (Keller, 2020).

Durante esta etapa de confinamiento, alumnos de instituciones educativas como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) solicitaron que las clases en línea se dieran en una plata­forma diferente a Zoom, pues los ciberdelicuentes sexuales han intervenido las sesiones y han subido pornografía a éstas.

Entre marzo y abril del año 2020 hubo un incremento de 73 por ciento en los reportes de pornografía infantil, reveló Radamés Hernán­dez Alemán, director del Centro de respuesta de Incidentes Cibernéticos de la Dirección general Científica de la guardia Nacional (Reporte Índigo, 2020).

Un estudio realizado por el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) destaca que durante 2016 en México 4.5 millones de niñas, niños y adolescentes de 12 a19 años habían sido víctimas de ciberacoso.

De acuerdo con el Unicef, el ciberacoso es un tipo de acoso o intimidación gestado por medio de las tecnologías digitales en redes sociales, juegos, teléfonos móviles y correos electrónicos. Durante las últimas décadas, las niñas, niños y adolescentes han estado en constante peligro de ser víctimas de esta práctica.

El sexting, práctica que consiste compartir fotografías y men­sajes de texto de contenido sexual entre adolescentes, también se ha incrementado de manera alarmante; este tipo de contenido también puede terminar difundiéndose inadecuadamente o ser utilizado como forma de acoso o extorsión.

Otro de los delitos ante los cuales debemos de mantenernos alerta es el llamado grooming. La organización Save The Children define esta práctica como acoso y abuso sexual online, en la cual un adulto se pone en contacto con un niño, niña o adolescente con el fin de involucrarse en una actividad sexual. El acosador, a base de engaños, busca obtener satisfacción sexual, y puede utilizar la extorsión cuando es descubierto. “Los chicos y las chicas no son conscientes del peligro, normalmente no identifican el problema al principio y se percatan de ello cuando la situación ya es gra­ve. Al presentarse amenazas o extorsión, entonces piden ayuda y nos llaman o acuden a sus padres”, afirma Diana Díaz, directora de las líneas de ayuda de la Fundación ANAR.

Cerca de 500 personas acusaron al ex director nacional del ISSSTE, Miguel Ángel Yunes Linares, de pederasta. Al político se le menciona en el libro “Los demonios del edén”, de Lidia Cacho, donde hace referencia a diversos casos de abuso infantil. Foto: Cuartoscuro/Archivo

En muchas ocasiones, el acoso en línea es más eficaz y se pre­senta de forma anónima, ya que los niños confían más fácilmen­te en un “amigo” en línea que en alguien que acaban de conocer “cara a cara”. Las redes sociales son el medio más común que los groomers utilizan para llevar a cabo estas prácticas.

Es urgente dar voz a miles de niñas, niños y adolescentes víc­timas de violencia sexual infantil, así como visibilizar este terrible crimen, que en el silencio, la impunidad y el miedo ha encontra­do sus mejores cómplices.

Por ello, hice una invitación a mujeres y hombres a escribir al respecto a través del ejercicio de su profesión, asociaciones, funda­ciones y de sus propias experiencias de dolor y de enorme resilien­cia y valentía. Ellas y ellos están comprometidos con la prevención y el combate de este crimen que hoy destruye la vida de cerca de cinco millones de niñas, niños y adolescentes, y que por sí mismos conforman la población de un país entero como Uruguay.

Agradezco a un gran experto, Moisés Laniado, de la Comuni­dad Judía de México, quien nos ha acompañado con su extraor­dinario equipo en diversos foros que ha organizado la Comisión de los Derechos de la Niñez y de la Adolescencia en el interior de la república Mexicana, la aportación de los capítulos 1 y 10.

Moisés nos invita a dejar dejar de ignorar “la realidad de que la violencia sexual infantil existe en nuestra sociedad y que los mecanismos existentes para enfrentar este problema no están fun­cionando”. Asimismo, nos comparte algunas acciones para pre­venir y enfrentar la violencia sexual infantil fortaleciendo el papel que padres y maestros juegan en la tarea elegida y obligada de educar y proteger a niñas, niños y adolescentes.

Reconozco y agradezco la generosidad de la maestra Katina Medina Mora, quien con valentía nos comparte su testimonio de vida en el capítulo 2, “La luz al final del túnel, una esperanza para tod@s”, ofreciendo una palabra de aliento a miles de víctimas de violencia sexual infantil.

“Hablarlo es reconocerlo y reconocerlo es el inicio de sanar­lo.” Sin duda, salir de una situación de abuso sin hablarla es bas­tante difícil; por ello, invitamos a padres, maestros y cuidadores a estar pendientes de niños, niñas y adolescentes, porque la vio­lencia sexual infantil “es una sombra que no se va, que no tienes que pensarla, sino que vive en ti”, afirma la maestra Medina Mora.

Agradezco también a otra gran especialista, la licenciada María Cecilia López, por compartirnos en el capítulo 3, “Violen­cia sexual contra los niños y adolescentes” su larga experiencia en la detección de abuso a infantes a través de los gráficos como método de diagnóstico y abordaje.

Tal como nos lo comparte en su texto, estas “vivencias trau­máticas suelen dejar a la víctima en estado de shock y perpleji­dad, sin saber cómo reaccionar, ni cómo defenderse”. Por ello, a través de estos gráficos algunas víctimas rompen con ese “pacto de silencio (explícito o subliminal) […] que impone el agresor sexual para asegurarse que nunca será delatado”, afirma la especialista.

Mi agradecimiento y mi reconocimiento también a la inva­luable tarea de la directora general de guardianes A. C., la licen­ciada María del rosario Alfaro Martínez, quien con sensibilidad nos exhorta en el capítulo 4, “Violencia sexual en la primera infancia”, invitándonos a que todos seamos guardianes y juntos prevengamos el abuso sexual infantil, y así cuidemos y promo­vamos que nuestros infantes tengan un desarrollo pleno y sano.

“Los niños y las niñas que reciben un buentrato tienen un cere­bro sano que incluso se desarrollafísicamente a un tamaño ade­cuado; en cambio, el cerebro de los niños en negligencia puede ser de menor tamaño”, afirma la licenciada Alfaro ramírez, quien más adelante advierte que si se tiene una experiencia traumática que genere amnesia y/o desconexión dentro de la primera infan­cia, puede desarrollarse un daño neurológico, fisiológico, social y de percepción… “lo más grave es que se daña la percepción del propio ‘yo’ ”.

De igual forma, agradezco a la doctora Denise Meade gau­dry, que con gran valor y claridad nos comparte sus conocimien­tos y experiencia en el capítulo 5, “La violencia sexual infantil y su acompañamiento desde el ámbito psicológico”.

“Generalmente, el abuso sexual infantil se presenta en comor­bilidad con otros tipos de maltrato, como puede ser el psicoló­gico, la negligencia, el emocional o el físico […] La repercusión del impacto de la conducta abusiva sexual a un menor se perci­be en su conducta, en su malestar emocional y psicológico, así como en su vida social y en ocasiones en su cuerpo.”Éstosson, entre muchos aspectos más, algunos temas que la doctora Meade aborda en su capítulo.

La contención y el control del engaño pederasta conocido como grooming, así como la práctica del sexting son abordados en el capítulo 6 por la licenciada Liliana Mora Espinoza, a quien aprecio y agradezco por su participación en este libro. El capítu­lo “tiene como objetivo identificar los peligros a los que se expo­nen niñas, niños y adolescentes en esta era digital. Si bien es cierto que la tecnología y el acceso a internet son parte de la vida y que abren grandes ventanas de comunicación, aprendizaje, cultura, innovación y entretenimiento, también dejan en desventaja a las nuevas generaciones frente a los cada vez más elaborados planes con que los agresores sexuales los engañan a través de internet”.

En Michoacán, la Procuraduría General de la República presentó los testimonios de 6 menores en donde declararon que fueron víctimas de abuso, violencia y, en algunos casos, hasta prostitución infantil. Foto: Cuartoscuro/Archivo

Los aspectos médicos del abuso sexual en la infancia y la ado­lescencia son abordados en el capítulo 7 por la doctora Josefina Lira Plascencia, coordinadora de la Unidad de Investigación en Medicina de la Adolescente, y el doctor Francisco Ibargüengoitia Ochoa, del Departamento de Obstetricia del Instituto Nacional de Perinatología “Isidro Espinoza de los reyes”, a quienes agra­dezco profundamente la generosidad de compartirnos su expe­riencia y conocimientos en el abordaje del abuso sexual infantil.

Estos especialistas apuntan que “con frecuencia, la atención médica o psicológica se da por situaciones aparentemente no rela­cionadas con el evento de abuso, entre las cuales se incluyen: alte­raciones de la conducta del menor, presencia de vulvo­vaginitis, una infección de transmisión sexual, lesiones genito­anales, emba­razo y/o la sospecha de un familiar”. De igual modo, explican que “el médico deberá de contar con un conocimiento basal sobre lo que se considera un desarrollo sexual normal para evaluar de for­ma apropiada un comportamiento anormal que pueda estar aso­ciado con abuso sexual”.

Agradezco a la licenciada María Beatriz Müller, autora, funda­dora y presidenta de Salud Activa, una asociación civil argentina, el tiempo para compartirnos su larga experiencia en el capítu­lo 8, “La ruta crítica del abuso sexual contra los niños y el rol del adulto protector”, en el cual nos comparte múltiples afirmacio­nes como:

Primero se dijo que eran fantasías de los niños y las niñas; luego, como esto no se pudo sostener ante los avances de la ciencia, se teorizó sobre la capacidad o incapacidad de recordar de los niños y niñas, y también sobre la mentira, tanto de los infantes como de sus adultos protecto­res. Cuanto más se hace la luz sobre la victimización de los niños y niñas, surgen con mucha fuerza movimientos en contra, para desca­lificar su palabra, revictimizar a los pequeños y a todas las personas que deciden creerles.

Esta situación tiene una historia que se remonta a la década de los años ochenta, cuando en Estados Unidos un médico llamado richard gardner, testigo experto en los casos de custodia conflic­tiva, construyó una seudoteoría que llamó síndrome de alienación parental (sap o pas), cuyo objetivo principal era la defensa de padres acusados de incesto o violencias graves. Esta invención le permitió a la justicia norteamericana obtener una justificación para la cantidad enorme de casos de incesto y graves violencias que estaban llegando a sus estrados.

Agradezco, la aportación del maestro Marcos Pérez Esquer, cate­drático de la Universidad La Salle, por compartir, como señala el título del capítulo 9, “Una mirada jurídica a la violencia sexual contra niñas, niños y adolescentes”, en el cual, desde el ámbito del derecho, aborda el fenómeno de la violencia sexual contra niñas, niños y adolescentes, situación que “reviste una importante com­plejidad que deriva del hecho de que esa noción no ha sido del todo definida como un concepto, institución o categoría jurídica, y ni siquiera como un tipo penal concreto; es más bien un concep­to propio de la psicología, de la sociología e incluso de la medici­na que refiere, en términos generales, a ‘cualquier clase de placer sexual con un niño por parte de un adulto desde una posición de poder o autoridad. No es necesario que exista un contacto físico (en forma de penetración o de caricias insanas) para considerar que existe abuso, sino que puede utilizarse al niño como objeto de estimulación sexual; se incluye aquí el incesto, la violación, la vejación sexual (manoseo a un niño con o sin ropa, alentar, forzar o permitir a un niño que toque de manera inadecuada al adulto) y el abuso sexual sin contacto físico (seducción verbal, solicitud indecente, exposición de órganos sexuales a un niño, exponerlo a pornografía)’, etcétera”.

A raíz del escándalo de la Casa Hogar de Mamá Rosa, donde 6 menores declararon que fueron víctimas de abuso, e incluso prostitución infantil, la comunicad de Zamora, Michoacán, atravesó en 2014 un clima de frustración y enojo. Foto: Cuartoscuro/Archivo

Finalmente, abrazo con agradecimiento a la doctora Priscila rebeca Salas Espinoza, a Elva Leticia Cuenca Núñez, a ÑeÑe y a Marce Casman por su valentía y generosidad para compartir­nos sus historias de vida.

A todas y todos les agradezco profundamente su compromi­so, trabajo y disposición invaluable.

Es tiempo de romper el silencio, es tiempo de actuar, y es urgente hacerlo juntos, pues como apunta Mirko Badiale: “En cada niño se debería poner un cartel que dijera: Tratar con cuida­do, contiene sueños”.

Lic. Josefina Vázquez Mota

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