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Guadalupe Correa-Cabrera

20/04/2020 - 12:03 am

Economía o muerte

Esta es una disyuntiva que se comienza a discutir seriamente en varios países del mundo y a distintos niveles de Gobierno.

El Gobierno de México no podría ampliar sus medidas de rescate si la crisis se extiende y una gran depresión lo deja también sin ingresos. Foto: Galo Cañas, Cuartoscuro.

Después de varias semanas—o inclusive meses, en algunos casos—de emergencia sanitaria en casi todo el globo terráqueo como respuesta a la pandemia del COVID-19, se comienzan a discutir seriamente algunas propuestas para abrir parcial o gradualmente las economías de ciertos países. El Presidente estadounidense, Donald J. Trump; el brasileño Jair Bolsonaro; el nicaragüense Daniel Ortega, e incluso el actual Presidente de México (entre otros), minimizan—o han llegado a minimizar en algún momento—los efectos de la pandemia. Hoy por hoy, algunos mandatarios se pronuncian a favor de re-abrir las economías de sus países cuanto antes, no obstante los números de muertes a nivel mundial, la ausencia de una vacuna contra el virus, la falta de equipos y tratamientos adecuados para atender efectivamente a los enfermos graves, así como la insuficiente capacidad para realizar las pruebas requeridas para detectar la enfermedad, aislar al paciente y evitar el contagio.

Esta es una disyuntiva que se comienza a discutir seriamente en varios países del mundo y a distintos niveles de gobierno. En Estados Unidos, por ejemplo, el presidente Trump plantea y formaliza esta idea, a la cual responden inmediatamente algunos comentaristas, políticos y gobernadores. Texas se convierte en el primer estado que se compromete a una apertura parcial de la economía, precisamente el día de hoy. Otros estados como Indiana, Kentucky, Michigan, Wisconsin, Minnesota e Illinois, entre otros, se coordinan para hacer lo propio de forma gradual. Por su parte, en estados como Kentucky, Ohio, Michigan—y más recientemente en Texas y otros más—se han organizado protestas en los últimos días en contra de las restricciones impuestas por el COVID-19 y hacen un llamado para “Reabrir América” (Open America Again).

La mayor parte de estas acciones responden a liderazgos estatales republicanos; además, la extrema derecha estadounidense ha tenido una presencia visible en las calles. En estos últimos días, miles de inconformes se han reunido en Michigan, Austin, Ohio y Kentucky—a veces ostentando armas y banderas confederadas—para manifestarse en contra de la extensión de las órdenes de “mantenerse en casa” que se han aplicado en la mayor parte de los Estados de la Unión Americana. También han lanzado consignas contra el Dr. Anthony Fauci, principal experto médico de Estados Unidos durante la pandemia y miembro del grupo de trabajo sobre coronavirus del presidente Donald Trump. Fauci se conduce con profesionalismo y cautela, alertando sobre los riesgos reales del contagio y del virus mismo, y apoyando firmemente las medidas de emergencia sanitaria. Desafortunadamente, estas protestas y expresiones para “reabrir América” ponen en gran riesgo a mucha más gente de contraer el COVID-19.

Por su parte, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, desestima los riesgos de la pandemia, pide a sus connacionales no “acobardarse” ante el virus y destituye al ministro de salud, Luiz Henrique Mandetta, quien abiertamente había mostrado diferencias con el mandatario al reconocer la importancia de mantener las medidas para contener la emergencia. Este tipo de fenómenos no son aislados. Los mandatarios que desean abrir sus economías comienzan a manifestarse más directamente, siguiendo el ejemplo del presidente estadounidense. Las protestas contra las medidas por el coronavirus no se hacen esperar en distintas latitudes del mundo, desoyendo lo que aconsejan los verdaderos expertos. En México, el fenómeno no se hace esperar como lo pudimos constatar recientemente con los ataques (por parte de Televisión Azteca y otros) en contra del Dr. Hugo López-Gatell Ramírez, Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, autoridad principal en el país en el tema del coronavirus.

Considerando las posibles consecuencias nefastas (en términos de vidas humanas) de abrir de forma prematura las economías, cuando aún no se cuenta ni mínimamente con los recursos adecuados para hacer frente a la pandemia, es posible establecer algunos juicios con respecto a los grupos o individuos que se oponen, financian y se organizan en contra de las medidas implementadas para prevenir un mayor número de muertes y “aplanar la curva” de contagios. Analizando las agendas, ideologías u objetivos inmediatos de muchos de estos actores, podríamos argumentar ignorancia, inconciencia, irresponsabilidad, egoísmo e inclusive mezquindad por parte de los mismos. Algunos de estos grupos o personas que desean abrir la economía a como dé lugar tienen claramente objetivos materiales, políticos o electorales.

La ambición irracional e inhumana de algunos individuos resulta sorprendente e inaceptable. Es aberrante darnos cuenta de la crueldad y la mezquindad del capitalismo salvaje y sus principales defensores. Resulta aún más repugnante pensar en las ambiciones de poder de aquellos a quienes importan más las elecciones (y quizás su papel en ellas) que las vidas humanas. A ellos se les juzgará aparte. No obstante lo anterior, y lo repulsivo que resulta el egoísmo y la ambición política y capitalista del algunos, sí existe una posición alterna que radica en una disyuntiva real. De hecho, existe un escenario alterno que podría derivar en la terminación temprana de las medidas de aislamiento social y cierres parciales de las economías en tiempos del COVID-19.

Los expertos en todo el mundo han hablado, pero sin una vacuna o un tratamiento efectivo a la mano para atender a los enfermos por coronavirus, lo único que queda es sugerir—y en la medida de lo posible imponer y hacer respetar—la distancia social. De otra manera, el incremento exponencial en las tasas de contagio colapsaría los sistemas de salud mundiales y se reproduciría la tragedia de Wuhan, Bérgamo y Nueva York en múltiples regiones del mundo. No quisiéramos ni imaginarnos lo que podría pasar si no tomamos las medidas que nos recomiendas los científicos más capacitados del mundo. Desafortunadamente, aún no se conoce mucho sobre el virus y no sabemos a ciencia cierta cuanto más tendríamos que esperar a que se descubra una vacuna para prevenir el contagio, diseñar un tratamiento contra la enfermedad y desarrollar sistemas efectivos de distribución mundial.

No es posible anticipar cuánto tiempo más debemos permanecer en nuestras casas y cumplir estrictamente con las medidas adecuadas para aplanar la curva de contagios y dar atención médica a todos los que lo necesitan. Suena posible, sólo para muy pocos, alargar la cuarentena de forma indefinida hasta hallar la cura efectiva contra el coronavirus y extenderla masivamente a todos los rincones del globo terráqueo. Sin embargo, esto es imposible para la mayoría. Puede ser que ni los países más ricos del mundo puedan enfrentar con éxito una catástrofe económica prolongada si los tiempos se extienden mucho más. La realidad es que ahora mismo, muchas economía o sectores sociales no pueden hacer efectivas las medidas de distancia social en una emergencia sanitaria de esta magnitud. Este parece ser el caso de México.

En este país, existen empresas e individuos que podrían continuar en cuarentena, uno, dos, tres, cuatro o hasta más meses. Existen los que son demasiados ricos y lo pueden todo. También tenemos algunos segmentos de la clase media que pueden perfectamente trabajar desde su casa y seguir percibiendo su salario. Las molestias y el aislamiento social prolongado serían lo de menos. Desafortunadamente, ellos son los menos. La realidad de los pobres y subempleados en México es una muy diferente. Con la economía cerrada o parcialmente cerrada, la mayor parte perderían eventualmente sus empleos y se mantendrían sin ingresos. Bajo las actuales circunstancias y decisiones del gobierno, los micro, pequeños y medianos empresarios no podrían mantenerse abiertos sin vender, pero sí pagando sueldos e impuestos. El gobierno de México no podría ampliar sus medidas de rescate si la crisis se extiende y una gran depresión lo deja también sin ingresos.

Inclusive, los países más desarrollados del mundo tienen recursos limitados para enfrentar una depresión como la que se avecinaría en caso de tener que extender de forma prolongada las medidas de “quedarse en casa”. Para México, un país en desarrollo con más de 52 millones de pobres, la situación es muchísimo más complicada. Si el país decide prolongar la declaración de emergencia sanitaria como se necesite, se salvarán vidas y se podrá construir alguna (no mucha) capacidad quizás para atender a más enfermos. Por otro lado, los efectos de la crisis económica resultante de mantener cerrada o semi-cerrada la economía podrían ser devastadores para miles o millones de familias mexicanas. No es posible ahora mismo hacer un cálculo certero. El descubrimiento de la cura podría tomar meses o quizás años. Pero como dijo el presidente de una muy pobre nación centroamericana: “aquí, si se deja de trabajar, el país se muere, el pueblo se muere”.

No tomo posiciones al respecto ni justifico a este presidente. No obstante lo anterior, y aunque entiendo perfectamente lo que dicen los expertos, entiendo también la complejidad en la que las economías de todos los países del mundo (y más las de los países pobres) se encuentran actualmente. Estamos al inicio de una situación trágica e inesperada. No podemos anticipar nada, pero debemos considerarlo todo. Lo ideal sería abrir las economías sólo cuando se esté enteramente preparado, cuando se tengan las pruebas suficientes y se tomen las medidas necesarias sin desviación y sin privilegios. Para Estados Unidos, estar en esta condición podría llevar tiempo. Para países como México, este parece ser un escenario casi imposible por la falta de recursos y las estructuras existentes.

Independientemente de mi postura, parecen coexistir (en el corto y mediano plazos) dos opciones (válidas) diferentes. Conforme pase el tiempo, las expresiones para abrir la economía recibirán muy posiblemente más apoyo y más adeptos. No sólo escucharemos las voces mezquinas de los capitalistas extremos; el problema es mucho más complejo. ¿Quién podría pasar meses desempleado y sin recibir un ingreso? ¿Qué empresa pequeña o mediana inactiva podría continuar pagando a sus trabajadores y además pagar sus impuestos? Si la gente no se queda en casa, esto representaría un presagio de muerte y, por otro lado, si la economía se mantiene cerrada y la gente continua sin trabajar, “el pueblo se muere” … literalmente, “se muere”. Si no se encuentra pronto una vacuna, se podría incluso terminar con la disyuntiva actual. Ya no quedaría más que optar por abrir la economía y la muerte.

Guadalupe Correa-Cabrera
Guadalupe Correa-Cabrera. Profesora-investigadora de Política y Gobierno, especialista en temas de seguridad, estudios fronterizos y relaciones México-Estados Unidos. Autora de Los Zetas Inc.

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