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Chelas en el estadio: cada aficionado consume en promedio un vaso por partido

20/07/2016 - 10:59 am

En los estadios de México se consume en promedio un vaso por aficionado; uno y medio si el resultado favorece al equipo local, según Cerveceros de México. Ese tipo de tardes son las buenas. Titina vende más de 60 cervezas y de lo que cuesta cada una se lleva el 9%, es decir siete pesos por vaso

Foto: Cuartoscuro
La cerveza mexicana genera más de 55 mil empleos directos y 2.5 millones de indirectos. Titina tiene dos hijos, su ‘varoncito’ que va a la primaria y su ‘niña’ que estudia la secundaria. El empleo le gusta porque entre semana puede estar con ellos. Foto: Cuartoscuro

Por Llanely Rangel

Ciudad de México, 20 julio (SinEmbargo).- Cada sorbo es orgásmico. En cuanto la boca roza el vaso, los ojos se cierran. El frío sorbo de cerveza recorre centímetro a centímetro, de la garganta a los riñones. Una gota consigue escapar. Se escurre por la comisura de los labios. Camaleónica, la lengua la atrapa de nuevo. El acto se repite. Lo único que puede interrumpir el ritual es una jugada o un gol.

Pumas juega los domingos a las 12. El sol arde en la piel. Con 31 grados centígrados, la camiseta sobra. Cuerpos amorfos chocan pegajosos por el sudor. La garganta lucha, no quiere ahogarse. María de Jesús ‘Titina’, la vendedora de cerveza, no se esfuerza. Sale del túnel 42 y vacía su reja con 10 bebidas.

El Olímpico y el Azteca son sus favoritos. El segundo más, ahí juega su América. No tiene permitido ver el partido, pero cuando cae un gol se toma unos segundos para festejar. La gente que se le queda viendo feo, como si estuviera loca, pero a sus 43 años y con su oficio ya no le apena nada.

Conforme avanza el partido la venta se pone difícil. Pide permiso para ofrecer cervezas entre los asientos. El espacio es reducido, no más de 28 centímetros de ancho. “La carne de burro no es transparente”, susurra algún penoso que la culpa de perderse una jugada. “Chichis pa’ la banda oh, oh, oh. Chichis pa’ la banda, oh, oh, oh”, gritan dos muchachos y la valentía contagia a otros. Titina se sonroja. Toma fuerza y les mienta la madre. Todo sin que se le caiga un solo mililitro de cerveza.

El equilibrio es básico en este trabajo. “Si la cerveza se me revienta en la hielera no me la cobran, pero si se me cae ya servida en el vaso, sí. Lo único bueno es que la pagó al precio. Yo la doy en 80 pesos, pero si se me cae la repongo en 40”. Y menos mal porque por sus ventas saca máximo 450 pesos por día.

A ella no le parece un mal negocio. Para este partido se levantó a las nueve. “Ya ni los oficinistas que entran a las ocho”. Llegó al estacionamiento a las 10 y esperó a que le dieran instrucciones. Más tarde, fue a recoger su hielo y recibió sus cartones de cerveza. “No siempre cargo. Entre los compañeros siempre sale un acomedido”. Limpió su reja y en cuanto el árbitro dio el pitazo empezó su partido. El de ella dura 55 minutos. Después del medio tiempo, ya no puede vender bebidas alcohólicas.

En los estadios de México se consume en promedio un vaso por aficionado; uno y medio si el resultado favorece al equipo local, según Cerveceros de México. Ese tipo de tardes son las buenas. Titina vende más de 60 cervezas y de lo que cuesta cada una se lleva el 9%, es decir siete pesos por vaso.

A más ventas, más borrachos. Y en ocasiones estos le roban o se niegan a pagar, de eso tiene una anécdota. En su primer día como vendedora le salió una ampolla en el hombro. Su piel al descubierto no aguantó los 68 kilos que pesa la reja. Se le ocurrió ponerla sobre su cabeza. El peso se redujo casi a la mitad. Hasta le pareció tonto que tras tantos años los otros vendedores no hubieran intentado su técnica.

Fue hasta que cerró su cuenta y sumó sus ganancias que supo la razón por la que ningún vendedor carga de tal forma la mercancía. Le faltaban- ya no recuerda muy bien- como 160 pesos. “Algunos aficionados que están por arriba de las gradas te sacan las cervezas y ni sientes”. Aún lo cuenta con enojo y de eso hace 13 años.

“Dos chelas bien muertas, güera”, le grita otro fan, pero su tez es morena. Apenada, se arremanga y muestra que algún día su piel sí fue clara. No es fácil pasar hora y media bajo el sol, cada fin de semana del año. Lo único que cubre siempre es su rostro, lo hace con una gorra blanca que fue un presente navideño por parte de su empresa que no contempla aguinaldo.

Esa es la máxima queja de Jacinto Rodríguez. “Yo trabajaba en el Foro Sol, en los partidos de béisbol. Ahí nos daban hasta el 14% de cada cerveza, acá ni en fin de año nos dan algo más”. Además le molesta que en el Azteca lo obliguen a ponerse camisa y corbata. Siempre termina enrollando las mangas y aflojando el nudo. “¿Cómo se les ocurre?, uno anda para acá para allá”. La respuesta es sencilla, Jacinto forma parte de la élite, es decir, vende cerveza de barril y aquel vestuario elegante lo distingue de otros vendedores.

Pero de su boca no salen frases alegres. Dice que las mujeres no deberían estar en el negocio. Le llevan ventaja por “coquetas”. Odia el futbol, está seguro de que el gobierno “lo usa para distraernos”. Las arrugas que encuadran sus ojos parecen haber sido labradas por cada comentario de odio salido de su boca. El destino le jugó muy chueco, lo único que le alegra el alma es el alcohol y aquí vive penando porque no se lo puede tomar.

Conversa a cuentagotas. También odia a los periodistas. Manipulan a las personas y “no sirven para nada”. Se da cuenta que habla con uno de ellos y huye. Titina no concuerda. Cree que hablar mucho le ayuda con los clientes. Su mejor recuerdo de las ventas es aquel día en el que le tocó un señor “buena gente”. Le pidió varias cervezas, comida y dulces para sus hijos. Ella no atendía alimentos pero con tal de que le siguiera comprando, también se los consiguió. Al final el cliente quedó satisfecho y le dio una propina de 700 pesos. No sabe si por agradecimiento o borrachera, pero nunca lo olvidó.

El peor recuerdo fue cuando llegó a trabajar desvelada. Su hijo, el más pequeño, había estado enfermo. No sabe cómo sobrevivió las seis horas. Subió al metro rezando por el milagro de un lugar desocupado, pero no había ninguno. Entonces se le ocurrió sentarse en su reja. Cabeceó durante varias estaciones hasta que se durmió. Despertó justo en la estación de trasborde. Apenas alcanzó a correr antes de que cerraran las puertas. Cuando subió a su segundo tren se dio cuenta de que se sentía demasiado ligera. Había olvidado su herramienta de trabajo, la reja. La reposición le costó 150 pesos, ese día sacó 380. “Mejor me hubiera quedado a dormir”.

La cerveza mexicana genera más de 55 mil empleos directos y 2.5 millones de indirectos. Titina tiene dos hijos, su ‘varoncito’ que va a la primaria y su ‘niña’ que estudia la secundaria. El empleo le gusta porque entre semana puede estar con ellos. Le gustaría únicamente ser ama de casa, pero su esposo es herrero y gana muy poco. Con el tiempo ha apreciado cada vez más su trabajo, se puede dar algunos gustos.

No tiene idea de las ganancias que genera para las compañías cerveceras. Arquea las cejas y después de pensarlo sólo se le ocurre decir: “Yo creo que miles”.

La cerveza y el futbol tienen un romance inexplicable, natural. Se disfrutan en conjunto. En la pintura de “Los borrachos” (1629) de Diego Velázquez, Baco el dios romano de la vendimia y el vino está representado por un hermoso joven. Aquí, en el planeta del futbol (2016) es representado por Titina, una exgüera parlanchina que junto con sus compañeros genera en promedio 3.5 millones de pesos en ventas por partido. No tiene ni la menor idea.

 

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