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“¿Cuándo iba a ganar ese dinero?”. Juan supo en Texas cómo se “exprime” al mexicano

20/10/2016 - 12:04 am

La diferencia “es inmensa” entre lo que ganaba en Sinaloa –mil pesos diarios sólo en la temporada de camarón en septiembre– y en Estados Unidos –entre 600 y mil 800 dólares a la quincena–. “¿Cuándo iba a ganar aquí todo ese dinero? No se compara nunca”, dice el pescador Juan Francisco Gámez, residente de Topolobambo, Sinaloa. Durante años, a través del programa de empleo temporal, se fue a trabajar a Laredo y luego a Nueva Orleans en barcos sardineros. “Nos vamos para allá y dejamos a nuestras familias aquí con el afán de que salgan adelante nuestros hijos”, comenta. Sin embargo, fue víctima de fraude durante el trámite de la visa; sufrió malos tratos durante el primer traslado al país del norte y, ya allá, lo discriminaron y lo corrieron injustificadamente. Después de tener un accidente con una mantarraya, decidió no volver… aunque la espinita sigue ahí.

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Ciudad de México, 20 de octubre (SinEmbargo).– Juan Francisco Gámez Cruz siempre ha sido pescador. Pero al tener que mantener a una familia de cuatro personas, viviendo en un estado donde la “situación económica no es muy buena”, no le alcanzaba con lo que ganaba incluso trabajando “de más”. Entonces se enteró, por medio de un amigo, de un programa de trabajo temporal en Estados Unidos. Sin embargo, antes de llegar a ganar mucho más que en Topolobambo, Sinaloa, iba a tener que pasar por el maltrato de los reclutadores, un accidente de trabajo y la discriminación de una empleada de Omegan Protein, una empresa de Laredo, Texas, donde laboró en un barco sardinero.

En esa época, sus hijos todavía no terminaban la universidad. La presión era bastante. Un “supuesto” amigo que reclutaba gente para trabajar al otro lado le pidió 500 dólares para hacer el papeleo a pesar de que el trámite de visas de trabajo es gratis.

“Pedí prestados 500 dólares y me hizo fraude. Ahí supe de la Coalición de Trabajadoras y Trabajadores Migrantes Sinaloenses”, afirmó Juan en entrevista. “Les puse mi problema y me han ayudado. Está en la cárcel ahorita. Hubo otras personas que fueron defraudadas por esta persona y también lo demandaron”.

Este colectivo surgió en el 2013 luego de que se detectaron diversos casos de fraude con el mismo patrón, así como violaciones a los derechos laborales una vez en Estados Unidos, entre ellos vivir en hacinamiento, no gozar de prestaciones o sufrir discriminación o acoso sexual. Si se quejan por los tratos, los reclutadores no vuelven a llevarlos en la siguiente temporada. Los trabajadores migrantes han sido apoyados y asesorados por la organización ProDESC.

Pero antes de que existiera esta unión estructurada, un amigo de Juan, que ya estaba ganando en dólares, lo contactó con un capataz para que lo reclutaran. Sin embargo, la empresa estadounidense contrató a reclutadores de Monterrey, Nuevo León, que trataban “mal” a los trabajadores migrantes, “no con el debido respeto” y los “querían traer como borregos”, declaró el sinaloense.

A cada uno les solicitaron 7 mil pesos para trasladarlos a la ciudad norteña y alojarlos en una supuesta casa de huéspedes. Sin embargo, “era una casucha”, enfatizó.

“Supuestamente por el mismo precio teníamos derecho a desayuno, cena y dormitorio. Pero el desayuno era un pan con frijoles y un café, a veces no había cena y el dormitorio era el piso”, acusó.

Así estaban entre dos y tres días mientras se tramitaba la visa y después los trasladaban a Laredo, Texas, en camiones que iban “repletos de gente; parados, acostados, como sea”. Aunque reclamaron un buen servicio, los amenazaron con quitarles el documento, clave para que su estancia sea legal.

“Como en ese momento no teníamos el conocimiento que hoy tenemos, pues teníamos que acceder a sus caprichos”, dijo el pescador.

RACISMO Y DISCRIMINACIÓN

Juan siempre ha sido pescador. Foto: Cortesía Greta Rico, ProDESC
Juan Francisco, pescador de Topolobampo, . Foto: Cortesía Greta Rico, ProDESC

Juan Francisco llegó a trabajar a Omegan Protein en Laredo, Texas. Era pescador en los barcos sardineros. La temporada dentro del mar era del 15 de abril al 2 de noviembre. Una vez se metía al barco, no tenía horario. Ganaba por porcentaje de acuerdo con la producción, y cuando no alcanzaba la “garantía” (tarifa) solo le daban 600 o 700 dólares cada quincena. Si no, ganaba entre mil 200 y mil 800 dólares.

“En la pesca no hay un salario fijo y es por temporadas. No era explotación porque, ¿cuándo iba a ganar aquí todo ese dinero? No se compara nunca”, aseguró el trabajador y miembro de la Coalición. “La diferencia entre lo que ganábamos aquí [mil pesos diarios solo en la temporada de camarón en septiembre] y allá es inmensa para nosotros”.

Durante la jornada laboral, a diferencia de otros trabajadores migrantes que sufren hacinamiento en la locación que les ofrecen, vivían en los barcos entre dos a cinco mexicanos.

Sin embargo, durante una temporada le salió una hernia y tuvieron que operarlo. El resultado: lo despidieron.

Peggy, una encargada de Omegan Protein, durante su convalecencia lo quería tener en un salón de asambleas de la compañía. Aunque en el contrato se asegura que ante cualquier accidente la empresa debe seguir dando dinero al empleado, no lo cumplió. No le convenía.

“La señora era un tanto racista. Discrimina mucho a los mexicanos. Mandó traer un catre y me quería tener con un garrafón de agua y una hamburguesa. No me pareció bien”, contó. “La compañía tenía la obligación de darme 25 dólares para mi alimentación y 40 dólares para hospedaje y una enfermera, pero nunca me lo dieron. Y yo con la apuración de no poder mandar dinero a mi casa, a mi familia”.

Ante su situación, unos compañeros de Topolobambo, Sinaloa, que también estaban laborando en Estados Unidos, se lo llevaron a donde ellos se alojaban.

En septiembre fue a ver a Peggy para preguntarle sobre su situación. Juan ya debía mucho dinero a sus amigos porque les pedía prestado para mandarle “a su gente”. Con ella estaba su jefe que hablaba español y le contó su problema.

–¿Por qué no estaba en la planta? –le reclamó enojado.

–Ahí lo dejé yo –contestó Peggy.

–¿Le diste para alimentación y viáticos?

–No.

–Pues este señor puede demandarnos y sacarnos un dineral. Te vamos a correr si pasa eso.

Se pelearon y la mujer lloró, narró Juan Francisco. Pero no la corrieron.

El señor le hizo en ese momento un cheque por los 6 mil 800 dólares que le debían y uno por mil dólares como gratificación. Además, hicieron un contrato de trabajo para el próximo año, pero “se quedó en el aire” porque nunca se hizo válido. A la siguiente temporada, Juan llegó a la puerta de la compañía, pero no lo dejaron entrar.

Uno de sus compañeros lo vio parado afuera y quiso ayudarlo, pero también lo despidieron. Finalmente fue él quien lo invitó a trabajar en otra empresa, Fischers Company en Nueva Orleans.

A pesar de que la tormenta había pasado, tuvo un accidente y a raíz de eso decidió no ir más a Estados Unidos.

En altamar, una mantarraya le perforó el abdomen y el pulmón se atrofió. Fue dos años más a trabajar, pero su cuerpo ya no era el mismo. Se fatigaba demasiado, dijo, y “el gringo lo que quiere es exprimirte y así no podía”. En 2013 tiró la toalla.

Actualmente, que sus hijos ya trabajan y vive “tranquilo” con su esposa, quisiera regresar unos dos años más a laborar, pero en una actividad más liviana. Además, quiere recuperar los 10 mil dólares que dejó allá como parte de sus ahorros.

En su tierra sigue pescando. El día de la entrevista acababa de regresar de haberse ido a pescar un par de días. Dijo haberle ido bien. En la Coalición se siente a gusto y le agrada el ambiente de unión y lo que se aprende.

“Como mi problema hay mucha gente así, así vivimos y nos vamos para allá y dejamos a nuestras familias aquí con el afán de que salgan adelante nuestros hijos. Ahorita ya andan trabajando. Ya me libré de esa carga. Somos mi esposa y yo. Nos sentimos muy tranquilos”, concluyó.

Dulce Olvera
Reportera de temas de crisis climática, derechos humanos y economía. Egresada de la FCPyS de la UNAM.
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