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Rosalina Piñera

21/05/2017 - 12:00 am

Yo, Daniel Blake

A sus 80 años, el veterano cineasta británico Ken Loach preserva su interés por evidenciar las condiciones de vida de la clase trabajadora y la visión de los oprimidos en un país desencantado y con un aparato burocrático tan gélido como cualquier atardecer londinense. En su reciente filme Yo, Daniel Blake (2016), premiado con la […]

A sus 80 años, el veterano cineasta británico Ken Loach preserva su interés por evidenciar las condiciones de vida de la clase trabajadora y la visión de los oprimidos en un país desencantado y con un aparato burocrático tan gélido como cualquier atardecer londinense. En su reciente filme Yo, Daniel Blake (2016), premiado con la Palma de Oro en la pasada edición del Festival de Cannes, acompaña a un carpintero de casi 60 años en el tortuoso periplo de la defensa de sus derechos sociales.

Por problemas cardiacos, Daniel Blake (Dave Johns) es declarado incapacitado para laborar por tiempo indefinido, sin embargo, los funcionarios de gobierno no están de acuerdo con el reporte médico y le niegan el apoyo económico necesario para subsistir. Para conseguir un ingreso debe adherirse a los programas de desempleo y buscar un trabajo que no podrá aceptar por su precaria condición de salud. ¿Así, o más absurdo? De esta forma da comienzo un recorrido a los crueles espejismos administrativos con los que se sustenta un país en donde se ha resquebrajado el bienestar social a lo largo de las últimas décadas.

Con su habitual sobriedad para el manejo de situaciones dramáticas, Loach demuestra que no ha perdido vitalidad para detallar la desigualdad generada por el neoliberalismo en una radiografía administrativa que a cualquiera le crispa los nervios. Ahí están las interminables esperas de Daniel Blake en la línea telefónica aguardando atención del funcionario en turno, los absurdos cuestionamientos de los burócratas, la transición del contacto humano a los trámites en línea en donde la generación a la que pertenece nuestro sufrido paladín ha quedado de alguna manera relegada.

El trance kafkiano casi alcanza niveles de comedia corrosiva, mismos que son diluidos por el sensible realismo con el que Loach retrata la tragedia por la que atraviesa un ser humano honesto; un ciudadano responsable cercado por las circunstancias, un obrero desprovisto de su fuerza de trabajo y de los medios para subsistir. El filme es redondo: la radiografía de los oprimidos se complementa con el personaje de Katie (Haley Squires), una madre soltera con dos hijos en situación de desempleo y dependiente también de la asistencia pública, el lado femenino en ese ominoso panorama.

La amistad entre David y Katie los fortalece ante el infortunio y las desdichas que se acumulan ante su desesperación. Loach presenta a la solidaridad como el único refugio y apoyo real para sus personajes, con una soltura y contundencia que ni los giros previsibles de la trama hacen mella. El mensaje alcanza cotas sublimes con esa pinta con la que un enfurecido Daniel Blake reafirma ser un ciudadano, un ser humano embaucado, aprisionado y sometido por un sistema despiadado.

Ken Loach, ha cumplido medio siglo de realizar un cine comprometido, fiel a las causas populares y sensible con quienes se han visto excluidos en el camino a la prosperidad de hierro. Cincuenta años de trabajos destacados como Tierra y Libertad (1995), Mi nombre es Joe (1998) y Lejos de casa (2000). Yo, Daniel Blake (2016), galardonada también con el Premio César a la Mejor Película extranjera y el David di Donatello a Mejor Filme de la Unión Europea confirma a un autor que no ha abandonado el camino y que nos entrega una obra humana y terriblemente familiar; a fin de cuentas, los males de la burocracia son universales.

 

Rosalina Piñera
Periodista egresada de la UNAM. En su pesquisa sobre el cine ha recorrido radio, televisión y publicaciones como El Universal. Fue titular del programa Música de fondo en Código DF Radio y, actualmente, conduce Cine Congreso en el Canal del Congreso.

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