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Alejandro De la Garza

21/05/2022 - 12:03 am

Dos encuentros con Carlos Fuentes

El sino del escorpión fatiga varios textos sobre Carlos Fuentes (1928-2012) publicados al cumplirse este 15 de mayo una década de su fallecimiento.

Cambio de piel de Carlos Fuentes.
“La lectura le recobra sus propios acercamientos a quien fuera el paradigma del escritor mexicano-internacional en la segunda mitad del siglo viejo”. Fotos: Especial

El sino del escorpión fatiga varios textos sobre Carlos Fuentes (1928-2012) publicados al cumplirse este 15 de mayo una década de su fallecimiento. La lectura le recobra sus propios acercamientos a quien fuera el paradigma del escritor mexicano-internacional en la segunda mitad del siglo viejo. Un autor polifacético, innovador en sus relatos y novelas, célebre en medio mundo, ensayista y estudioso de la literatura mexicana y mundial, revisionista de las mitologías políticas e históricas mexicanas a través de extensas novelas de variados niveles de lectura, dandy de las letras siempre criticado por el grupo cultural en torno a Paz y, con todo, incansable productor de ficciones literarias hasta sus últimos días.

Aunque algunas amigas feministas del alacrán rescatan sólo la breve novela Aura de la vasta producción de este cñor de los tiempos de la mafia cultural sesentera, el arácnido siempre respetó al personaje de sí mismo construido por Fuentes. Una creación a la cual se mantuvo fiel y nunca traicionó, incluso en momentos duros, como cuando fue atacado en su vida personal y de muy mala leche por el ingeniero Krauze y sus adláteres, o cuando no apareció ninguna de sus obras entre las mejores publicadas entre 1979 y 2009, según una selección realizada por decenas de críticos convocados por la revista Nexos (incluido el alacrán), o incluso cuando la doble tragedia familiar golpeó salvajemente su vida y la de su esposa. En su memoria, entonces, el venenoso recobra aquí dos de sus más impactantes encuentros con Fuentes.

1) Una confabulación de ignorancia y casualidad (el vago azar o las precisas leyes, diría Borges), aunada a su fama de ser un lector precoz, impulsó a la madre del escorpión a obsequiarle, en segunda edición de 1968, un libro de duras pastas rojas editado por Mortiz con forro o “camisa” de papel, en donde destacaba la fotografía en blanco y negro del autor. Sin deberla ni temerla, sin premeditación o voluntad alguna de su parte, el casi quinceañero arácnido tuvo ante sus ojos una novela destinada a dar un vuelco violento a su juvenil y limitada concepción de la literatura, la escritura y la realidad misma: Cambio de piel.

El estupor, el asombro, el pasmo y la febrilidad de las siguientes semanas de lectura y relectura de Cambio de piel, fueron determinantes en su concepción de la literatura como un extravío incendiario, electrizante y transformador. Tras la fervorosa y acrítica lectura de esa densa y compleja novela, aquel púber escorpión no volvió a ser el mismo –sin artificio retórico para estas líneas. Anduvo loco años, soñando con personajes del espesor de Isabel y Franz, con insomnes aventuras noctámbulas en burdeles patéticos del centro de la ciudad, con viajes iniciáticos a Cholula en busca de encuentros míticos, sobrenaturales, mágicos. La experiencia marcó con hondura esos años de su vida y hoy, al escribir estas líneas más de 50 años después, el recuerdo de aquella lectura-aventura vivida con la pasión del descubrimiento y la falta de inteligencia crítica del inexperto, aún sorprende y emociona al venenoso.

2) “Te invito a tomar un café en casa de Carlos Fuentes”, le había dicho el escorpión a su entrañable amiga con artero tono jactancioso. Mientras esperaba encontrarla a la hora prevista en una cafetería al poniente de la ciudad, repasó el azaroso itinerario de esos días a punto de culminar en casa del célebre escritor. La curiosidad, el placer, algo de intimidación y reto, la sencillez coloquial resumida en el lugar común de “qué gusto de conocerlo” y todo lo demás añadido al encuentro, tenía la contundencia de una exigencia de trabajo para el arácnido, pues en esa ocasión –mediados del 83– debió escribir el guión de un programa de televisión sobre Fuentes, participar en su diseño y producción, y preparar una entrevista a realizarse en casa del escritor ante cámaras y micrófonos.

Ya en el coche, enfilaron rumbo a Vista Hermosa, un suburbio lateral de la carretera de salida hacia Toluca donde se encontraba entonces la casa del escritor. El escorpión y su acompañante fueron recibidos por Sylvia Lemus, esposa de Fuentes, con un cordial “buenas tardes”, antes de encaminarlos a la estancia ya invadida de cables, reflectores, aparatos y técnicos televisivos. Los hijos de Fuentes –Carlos de 9 años y Natasha de 7– se entretenían correteando entre las máquinas y la gente. Pasaron casi treinta minutos. Cuando todo estuvo listo, apareció por la escalera con notable ligereza el mismísimo Carlos Fuentes, su figura lucía flexible y ágil en suéter color ladrillo, claros pantalones de pana y cómodos zapatos de lona. Echó un vistazo rápido al desorden en la sala de su casa y durante un elástico segundo fijó su mirada en las mudas carotas de mensos del alacrán y su acompañante. Luego de un incómodo silencio –mientras él sonreía divertido observando el impacto de su personalidad en nosotros–, nos tendió la mano y se presentó: “Buenas tardes, Carlos Fuentes”.

“Qué par de tontos”, pensó el venenoso: el escritor, el artista, el mito, el novelista cosmopolita, el polémico Carlos Fuentes dándonos la mano en la estancia de su casa y las visitas sin poder decir ni pío… Repuesta de la primera impresión, la cómplice del alacrán respondió al saludo con un sincero: “¡Qué placer…!”. Y de inmediato el ansioso escorpión comenzó a hablar como poseído de las novelas de Fuentes, de sus cuentos, su escritura y sus ensayos, de la fortuna de conocerlo, del proceso de elaboración del guión del programa y de las preguntas para la entrevista. Todo en cinco vertiginosos y neuróticos segundos. El recuerdo aún apena al del aguijón, aunque se consuela pensando en sus incipientes treinta años de entonces.

Tres horas después todo había terminado. Fuentes habló de su proceso creativo, advirtió de los herederos de Artemio Cruz ya en el poder y satirizó al sistema político mexicano; presentó a sus hijos, jugueteó con ellos ante la cámara y nos ilustró con la narración de su vida y su quehacer literario en Londres, Madrid y Nueva York, ciudades entre las cuales repartía su tiempo anual de trabajo. 

Ya en la despedida, la acompañante del venenoso blandió un ejemplar nuevo del clásico La región más transparente para solicitar la convencional dedicatoria del autor, siempre digna de orgullo. Ante tan artero oportunismo el venenoso hizo lo propio y esgrimió su viejo ejemplar adolescente de Cambio de piel, a la vez que narraba a Fuentes la significación del libro. El escritor escuchó calmo, ambicionando un momento climático del relato que jamás llegó. Tomó entonces el libro y escribió en la primera página: “Al primer y más precoz lector de esta epidermis mutante. La mano amiga de…”, y firmó con elegancia.

Habrá ocasión para hablar de otras aproximaciones a Carlos Fuentes, por ahora, este recuerdo ha extraviado al escorpión.

Alejandro De la Garza
Alejandro de la Garza. Periodista cultural, crítico literario y escritor. Autor del libro Espejo de agua. Ensayos de literatura mexicana (Cal y Arena, 2011). Desde los años ochenta ha escrito ensayos de crítica literaria y cultural en revistas (La Cultura en México, Nexos, Replicante) y en los suplementos culturales de los principales diarios (La Jornada, El Nacional, El Universal, Milenio, La Razón). En el suplemento El Cultural de La Razón publicó durante seis años la columna semanal de crítica cultural “El sino del escorpión”. A partir de mayo de 2021 esta columna es publicada por Sinembargo.mx

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