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Sandra Lorenzano

21/05/2023 - 12:03 am

Las letras y el avionazo de 1983

“Recordarlos hoy es celebrar su vida, su obra, su compromiso, su creatividad, su capacidad crítica, su postura ética”.

“Eran autores cercanos, sus libros eran parte de nuestras charlas, de nuestras lecturas, de nuestros primeros y modestísimos ensayos”. Foto: Especial.

No crean que exagero si digo que cada vez que me subo a un avión pienso, aunque sea unos segundos, en aquel terrible accidente de 1983. Yo tenía veintitrés años, estaba terminando la licenciatura, y la noticia de la muerte de Jorge Inbargüengoitia, Manuel Scorza, Ángel Rama y Marta Traba -junto a otros 180 pasajeros-, nos dejó sin aliento. Eran autores cercanos, sus libros eran parte de nuestras charlas, de nuestras lecturas, de nuestros primeros y modestísimos ensayos. Ibargüengoitia me enseñaba, en cada una de sus páginas, qué era México y quiénes eran los mexicanos, con una mezcla de ironía, humor, crítica y cariño nada frecuente en nuestra literatura. Aprendí más sobre la Revolución Mexicana con Los relámpagos de agosto, que con toda la canónica “novela de la Revolución”. Scorza mostraba esa siempre sorprendente versión andina, crítica y comprometida, de algo que -a falta de mejor nombre- seguimos llamando realismo mágico. Leer Redoble por Rancas y Garabombo el invisible, fue una experiencia intensa y fascinante. Los ideas de Rama, por su parte, eran infaltables en todos los debates críticos del latinoamericanismo de ese momento. Y yo era latinoamericanista de alma (lo sigo siendo) y una convencida de la fuerza del pensamiento nacido en nuestro continente. El propio Ángel Rama, Antonio Cornejo Polar, David Viñas, eran nombres que acompañaban nuestra formación y que nos enseñaban a mirar la literatura de otra manera: más aguda, más profunda, más exigente, más creativa.

Y allí, en ese grupo, estaba Marta Traba. De los cuatro, quizás era quien me resultaba más cercana. Sus obras me hablaban desde el cuerpo, desde la memoria, desde un exilio que era también el mío. Y tal vez sea la que en México es hoy menos conocida, menos recordada, y por eso van por ella y para ella estas líneas.

Había nacido en Buenos Aires en 1930, pero, como tantos otros, había debido abandonar el país durante la dictadura militar (1976-1983); era novelista, poeta, periodista y, sin duda, una de las principales especialistas en arte de nuestro continente, trabajo que desarrolló sobre todo en Colombia donde, entre otras cosas, fundó ni más ni menos que el Museo de Arte Moderno de Bogotá.

Jorge Ibargüengoitia y el avionazo de Avianca en 1983, publicado por el Instituto Estatal de Cultura de Guanajuato. Foto: Especial.

Creció con la misma euforia, con el mismo compromiso, con las mismas contradicciones de tantos otros de su generación, del sur al norte de nuestro continente: Julio Cortázar, Cristina Peri Rossi, Ángel Rama, Elena Poniatowska… Perteneció, por vocación y convicción, al grupo de intelectuales latinoamericanos que dedicaron su vida a abrir al mundo las ventanas de nuestra cultura. Las discusiones internacionales, las experiencias vanguardistas, las propuestas de los nuevos artistas y pensadores entraron entonces con fuerza, y al mismo tiempo el arte, la literatura, la reflexión de nuestros países comenzó a ser conocida y valorada en el resto del mundo, no a través de ejemplos aislados sino como una cultura que se mostraba fuerte, madura, propositiva. Era la época del “boom” en el campo literario, de los “happenings” en las artes visuales, la época en que un grupo de jóvenes plásticos mexicanos decidió romper con el muralismo y su rígido “no hay más ruta que la nuestra”, la de los inicios de la revolución cubana… Marta Traba vivió dentro de esta vorágine crítica y creativa, y conoció al paso de los años, como sus compañeros de ruta, el desencanto y el horror. Tomó distancia de Cuba apenas percibió los signos de autoritarismo prosoviético impuesto por el régimen de Fidel; militó activamente en contra de la política de Estados Unidos en la región; luchó desde sus trincheras – la literatura, la cátedra universitaria, el periodismo – contra las dictaduras que ensangrentaron América Latina.

Conocí su obra durante la carrera, en especial su última novela Conversación al sur, publicada en 1981 en la editorial mexicana Siglo XXI. Cito el ya histórico fragmento en que aparecen por primera vez en la literatura la Madres de Plaza de Mayo:

“Se dio vuelta y vio venir hacia ella cuatro mujeres que se anudaban los pañuelos bajo la barbilla. Más lejos, al final de la cuadra, una muchachita se lo ataba al cuello mientras se acercaba. Miró las ventanas que daban a la calle. Nadie estaba asomado. (…) De repente se fijó en las edades (de la lista); la mayoría oscilaba entre quince y veinticinco años; siguió leyendo. Una mujer de 68, otra de 75. La cruzó un escalofrío. Un bebé de cuatro meses, una niña de dos años, otra de cinco, dos hermanitos de tres y cuatro. Empezó a temblarle la mano que sostenía la lista. ¿Cómo puede desaparecer un niño de cuatro meses? (…) Un espasmo en el estómago la obligó a buscar una pared donde apoyarse. Alguien se acercó y le dijo: ‘¡Vamos, coraje, no se desanime!’. (…) Cerca de mí una vieja levantaba con las dos manos una foto de esas de estudio artístico de barrio. (…) Otra llevaba una foto carnet en la palma de la mano, protegiéndola como si fuera un huevo que acabara de empollar ahí mismo; fue levantándolo con delicadeza y empezó a moverlo de derecha a izquierda; mientras lo hacía temblaba y las lágrimas le corrían por la cara, pero mantenía los labios apretados. Justo al lado, una sacó de la cartera una fotito enmarcada en un óvalo. Me miró y se sonrió como excusándose. No tenía más que fotos sacadas cuando era chico, ¿quién iba a pensar? Le pregunté qué edad tenía ahora. ‘Cumple veinte años el mes que viene. Un chico de oro. Pensábamos hacerle una fiesta.’ Casi no pudo terminar la frase, pero se repuso, suspiró y levantó también su marquito lo más alto que pudo. Empecé a sentirme mal sin hacer nada ni tener nada que mostrar. Levanté la lista con ambas manos y me quedé esperando. ¿Eso sería todo? ¿Llorar en silencio con otro que llora en silencio?”[1]

Estas líneas me siguen provocando la misma conmoción que cuando las leí por primera vez. Era 1981, faltaba todavía un año para la derrota de Malvinas que, entre otros factores, precipitaría la caída del gobierno militar; faltaban dos para que se convocara a elecciones democráticas; pero ella ya no llegaría a ver asumir a Alfonsín la presidencia.

Pensar hoy en las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, es también pensar en las Madres Buscadoras que, en este México ensangrentado en el que vivimos, cavan la tierra con sus propias manos, con todo el amor y el dolor del mundo, para encontrar los cuerpos amados.[2]

Además de novelas y poesía, Marta Traba escribió 22 libros de crítica e historia del arte y más de mil textos periodísticos y ensayos sobre artes visuales. Impartió cursos y seminarios en más de 25 universidades del continente, fundó galerías, un museo, condujo programas de historia del arte en radio y televisión. ¿Por qué, se preguntarán ustedes, alguien con una obra tan vasta e importante es tan poco recordada? ¿Por qué es tan difícil conseguir la mayor parte de sus libros? ¿Por qué se sabe tan poco de ella? ¿Quizás por haber sido una mujer intelectual en este continente aún “algo” machista? ¿Tal vez por haber defendido sus posiciones progresistas frente a tanto discurso conservador o abiertamente autoritario de derecha y de izquierda? ¿Por haber escrito novelas en las que el protagonismo absoluto lo tiene el cuerpo femenino? ¿Por haberse opuesto a cualquier tipo de límite cuando de arte se trata? ¿Por haber alzado su voz permanentemente a favor de los derechos humanos? Imaginen ustedes algunas de las respuestas posibles.

El 27 de noviembre de 1983, el vuelo 011 de Avianca, con 192 personas a bordo, se estrelló en Mejorada del Campo, a pocos kilómetros de Madrid. América Latina perdía allí a cuatro de sus plumas más brillantes. Sus ausencias siguen doliéndonos.

Marta Traba. Tomada del sitio de Agor-Arte.

Recordarlos hoy es celebrar su vida, su obra, su compromiso, su creatividad, su capacidad crítica, su postura ética. Y eso es lo que hace el hermoso libro coordinado por Amaranta Caballero Prado, Olafo y Los amigos. Jorge Ibargüengoitia y el avionazo de Avianca en 1983, publicado por el Instituto Estatal de Cultura de Guanajuato.[3] Un homenaje que las nuevas generaciones de escritores de Cuévano, Cue., le hacen a su escritor más genial y a los compañeros a quienes el destino unió para siempre. Yo vuelvo a sus obras, a sus palabras, a sus ideas, y no crean que exagero si digo que pienso en ellos cada vez que me subo a un avión.

[1] Marta Traba, Conversación al sur, México, Siglo XXI, pp. 88-89.

[2] En Argentina hubo 30 mil personas desaparecidas durante la dictadura cívico-militar. En México, las cifras oficiales hablan ya de 109 mil desaparecidos.

[3] En el libro Olafo y Los amigos. Jorge Ibargüengoitia y el avionazo de Avianca en 1983, se reúnen textos del periodista español Arturo Lezcano, y de los jóvenes escritores guanajuatenses Eduardo Padilla, Flor Aguilera, Flor Bosco, Leonardo Iván Martínez, Daniel Rojas Pachas, Sheherezade Bigdalí, Ricardo García Muñoz, Carlos Ulises Mata, Pedro Mena Bermúdez, más un bellísimo poema de Margarita Villaseñor, con la coordinación de Amaranta Caballero Pardo.

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).

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