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Alma Delia Murillo

21/06/2014 - 12:02 am

Inventario del cuerpo

“Mientras haces cualquier cosa, alguien está muriendo” Roberto Juarroz   Siempre me ha dado por pensar que el cuerpo es un milagro.

Alberto Alcocer/ @beco / b3co.com
Alberto Alcocer/ @beco / b3co.com

“Mientras haces cualquier cosa, alguien está muriendo”

Roberto Juarroz

 

Siempre me ha dado por pensar que el cuerpo es un milagro.

Pero también, y sobre todo, un mapa del alma. Un mapa de lo que está más adentro del adentro, más allá de las orillas de la piel.

¿Cómo podrían la carne y los huesos vivir escindidos de nuestras emociones?

No me voy a poner densa con la teoría de que el cuerpo es puro reflejo de nuestra psicología y que las enfermedades son todas psicosomáticas pero sería absurdo pensar que el cuerpo es un ente aparte de lo que sentimos, tememos y deseamos. Yo digo. O al menos me lo digo a mí misma.

Me cuesta escuchar el dolor porque soy muy terca. Porque aprendí antes de aprender a escribir que rendirse era cometer un pecado capital, una acción fatal. Así que soy de esas insufribles personas que no se rinden y no se detienen aunque lleven arrastrando una lesión, una fiebre, una lumbalgia, una hipoglucemia o lo que toque.

Qué mal, me digo siempre pero no cambio. Quién sabe si algún día lo haga, lo más probable es que no. Hay una bellísima sentencia de García Márquez en El amor en los tiempos del cólera que dice que somos cada vez más nuestras manías. Pues sí, mejor agarrarles cariño porque se vuelven compañeras inseparables.

Necia. Tonta. Terca. Empecinada. Ha de ganar mi gallo aunque sea gallina, ¿o cómo era?

Hoy me enteré de la muerte de la amiga de una amiga. Una chica de treinta y cinco años a la que le dio un infarto fulminante.

Me quedé sin sangre por unos segundos cuando escuché a mi amiga en el teléfono.

Treinta y cinco años. Algo de la muerte resuena siempre en quienes la contemplamos o la escuchamos porque nos implica irremediablemente. La muerte tan teatral, tan simbólicamente dolorosa.

Ella que no le decía no a ninguna fiesta tuvo un funeral casi masivo, me dijo mi amiga.

Treinta y cinco años.

Y alerta, la palabra se asoma en mi interior instintivamente.

La muerte es una posibilidad constante, una realidad latente. Puede ocurrirle a cualquiera. Sí, lo sabemos bien pero lo ignoramos mejor. Paradojas de nuestra especie.

En el funeral estaba otro amigo común cuya esposa murió hace un par de meses al dar a luz, también murió el bebé.

Veintinueve años ella, cero años él.

Alerta, vuelvo a concebir la palabra dentro mío. Pero esta vez la palabra se alarga, le salen patitas, antenas, me mira perpleja, como animalito recién nacido.

Recibí la llamada de mi amiga apenas regresaba de una microcirugía en la planta del pie izquierdo porque tuvieron que remover un fibroma que se formó gracias a mi terquedad, a mi no voy a dejar de correr porque correr me gusta y a ver cómo le haces.

El médico resultó ser un tipo de lo más ágil, inteligente, simpático, noté algo en sus manos: ¿con qué te quemaste?

Gasolina, me dijo, me quemé a los quince años, también tengo el torso y los brazos llenos de cicatrices.

La habilidad de sus manos me impresionó, a él le impresionó que yo notara sus quemaduras y que le preguntara por ellas con tal desparpajo.

Le conté que mi hermana mayor se quemó con una estufa de petróleo cuando era muy pequeña, le resumí la historia, el talante indescriptible de mi hermana quien ahora trabaja de voluntaria en una fundación para atender a niños quemados. Algunos sobreviven, otros no.

Cero años, un año, dos años. Ellos. A,B,C.

Ah, ya tiene sentido, me dijo, estás familiarizada con esto.

Entonces hablamos de dolor pero muertos de la risa.

Yo me desgarraba por dentro pero no de sufrimiento, creo que de ternura, de algo que no sé cómo se llama pero que arde en mi interior cuando conecto con un desconocido de un modo así, sin filtros. Algo que arde, una llama.

Cuando la aguja entró en la planta de mi pie grité y me reí al mismo tiempo, él también.

Es la vida, pensé, una aguja que nos atraviesa y rompe los tejidos para hacerse de un lugar donde encuentre espacio. Y Alerta empezó a tocar mis bordes para salir de mí ya con largas piernas, enormes e insolentes ojos y antenas súper poderosas.

La  fina lluvia de esta tarde me lleva sin darme cuenta casi un año hacia atrás cuando murió mi abuela doña Paz que estoy segura en paz no descansa sino que canta, despierta temprano para decir sus rezos y levantar a los otros muertos o suelta refranes a voz en cuello nada más para ver a quién chinga. Viejita caraja.

Noventa y siete años, ella.

Cuánta libertad le llegó el día que cerró los ojos y por fin recogió su cuerpo en pedazos, tanta libertad como con la que vivió siempre, haciendo lo que le dio su regalada gana.

Alerta no se está quieta, me pica en la planta del pie, baila, me guiña un ojo.

Mientras el médico busca entre sus frascos pienso en mi última visita a la ginecóloga que me ha dicho que tengo la piel del útero en eversión, “volteada para afuera”, que tengo el tejido de dentro por fuera como toda yo que vivo con el interior expuesto. Casi me hace gracia.

Y es que eso me pinta entera porque soy así, evertida. Suele ser insoportable, agotador para mí, muy incómodo para quienes me rodean, nada poético. Pero así soy: se me salen las lágrimas y las emociones feas o bonitas a la menor provocación. Qué pesadilla.

Amagar el cuerpo, única arma para la vida. De eso se trata, pienso, y de entrañar a nuestros muertos.

Aprende a rendirte, me digo. Rendirse es bueno para que tu cuerpo, rindiéndose de vez en cuando, te rinda más. Paradojas, bromas del tiempo finito e infinito. Sí, Einstein, el tiempo es relativo. Y el cuerpo es preciso.

Está bien dejar que el organismo hable y aprender a traducirlo en el personalísimo lenguaje de cada uno. Eso creo. Eso me digo. A ver si lo aprendo.

Treinta y seis años, los míos.

Me despido del cirujano y a los dos nos brilla la cara de complicidad.

Camino apoyándome en el pie derecho, saltando ‘de a cojito’ hacia el estacionamiento, me río, me río fuerte aunque voy sola y seguramente parezco loca ante los pocos que me miran porque ya empezó el partido de la selección mexicana y todos corren a buscar una pantalla.

Mi amiga y yo tenemos un pacto: no nos permitiremos olvidar que la muerte es una probabilidad constante.

Ah, Alerta se instaló a vivir conmigo, supongo que se quedará de paracaidista, de ocupa, de a ver cómo le haces pero no me voy. Anotaré la fecha para recordarlo, para ver si después hacemos las cuentas de pérdidas y ganancias: martes diecisiete de junio del año dos mil catorce.

 

@AlmaDeliaMC

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