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Susan Crowley

21/09/2018 - 10:12 am

Los museos se pintan de negro

La vasta cultura afroamericana es suma de muchas y muy variadas expresiones. Desde su inicio una suerte de ritual representado en cantos espirituales, voces que lloran la injusticia y remiten al trabajo de miles de esclavos, himnos de protesta.

“Siempre críticas, pero sobre todo bellas y convincentes como expresión universal, más allá de su discurso, que desde luego tenía un sentido en sí mismo”. Foto: Especial

Son eternamente emergentes, intuitivos y combativos. Su poder es la expresión, su identidad es la lucha. Devuelven los golpes que han recibido con la frente en alto, a ritmos sincopados. Claman por los derechos humanos, por su raza que es la de todos los que sufren. Subversivos por naturaleza, su grito es ancestral, mítico, ahogado, actual. A lo largo de la historia han ganado un lugar como los adversarios del sistema. Los conocemos como el Black Power, peyorativamente, aunque hoy con orgullo “negro” (nigger en inglés).

Tan antiguos como la voz de una nación, los esclavos pintaron y cantaron la tristeza de una raza que estaba condenada a ser una sombra. Ajenos a los sueños de grandeza de la raza blanca que fundaba una patria cuya semilla era el puritanismo, la fuerza económica y la doble moral. Habitantes de un reino lejano, olvidado, exilados del Camelot donde solo cabían los blancos. Los otros, los que vivían aislados, hacían surgir una cultura que no se detendría con nada. Soul, el alma es negra, dice Louis Armstrong (Satchmo), en una de sus canciones. El blues es un registro único en la música, pero también lo es en la pintura, en la protesta contra la injusticia, es una forma de vivir, sentir y pensar. Es un acto de voluntad imposible de ser atrapado o reprimido. Fuerza de la naturaleza, movimiento puro, más allá del estilo y de las formas impuestas que constriñen a sus necesidades temporales.

La vasta cultura afroamericana es suma de muchas y muy variadas expresiones. Desde su inicio una suerte de ritual representado en cantos espirituales, voces que lloran la injusticia y remiten al trabajo de miles de esclavos, himnos de protesta. Anónimos, potentes, repletos de esencia, de poesía, hoy continúan transformados en otras manifestaciones: Rap, R&B, Hip-hop, una industria millonaria que crea referentes al mundo de la música, la moda y la forma de comportarse con figuras de la talla de Jay Z y Beyoncé que, por cierto, después de su video Apeshit, han sido capaces de devolver multitudes curiosas al Museo Louvre de París. También están las siluetas del artista Bill Traylor que solía caricaturizar perros feroces persiguiendo esclavos aterrorizados y que bien podían tener de fondo la canción “Strange Fruit” de Billy Holliday:

Southern trees bear strange fruit
Blood on the leaves and blood at the root
Black bodies swinging in the southern breeze
Strange fruit hanging from the poplar trees

Y mucho más, el neobarroco estilo de Kehinde Wiley, atrevido apropiacionista y a la vez trasgresor de ese arte europeo tradicional tan dado a la glorificación de sus héroes. Un rapero retratado cual Napoleón sobre un caballo relinchante es una imagen sarcástica, sobre todo si cuelga de la pared de un museo. Todo esto es parte del lenguaje a veces ambiguo, siempre contundente, es el beat de los artistas afroamericanos, una fuerza infravalorada, poco conocida, considerada más un reclamo que un estilo. A la que se otorga permiso porque ahora toca ser políticamente correctos.

Llama la atención que están por inaugurarse tres importantes exhibiciones en Nueva York. En el Brooklyn Museum, Soul of a Nation en asociación con la Tate Modern y cuyo curador es Mark Godfrey. Una revisión partir de los sesenta y hasta los noventa de un arte por completo desconocido. 150 trabajos de grandes artistas negros escasamente exhibidos hasta ahora, para vergüenza del mundo artístico. A través de las salas el negro se vuelve una metáfora de la belleza y ofrece una experiencia de ese otro arte tan ajeno a los grandes nombres. La lucha representada a través de carteles y panfletos que retratan el activismo de grupos como Black Panther (fundamento del cambio social); obras de gran formato, de la abstracción de Jack Whitten con sus inmensos homenajes a Malcolm X, a lo figurativo con obras fascinantes como las de Barkley Hendricks. Siempre críticas, pero sobre todo bellas y convincentes como expresión universal, más allá de su discurso, que desde luego tenía un sentido en sí mismo.

En el Met Breuer, una exhibición de escultura del mismo Jack Whitten (mencionado anteriormente), nos permite adentrarnos a una extraña y seductora “hibridación”, un recuento de las grandes culturas ancestrales. Sus esculturas nos remiten a la esencia del arte griego, minóico y cicládico, africano, combinados con objetos encontrados, todos en suma hablando del poder de la escultura contemporánea.

En el Modern Art Museum, llamado familiarmente MoMa, la muy merecida retrospectiva de Charles White, quizá uno de los artistas de mayor trayectoria y genialidad pictórica. Desconocido para muchos, incluso dentro del mundo del arte. Influido por el muralismo mexicano de Rivera y Orozco, una voz que en cada obra se promulga a favor de los débiles, un grito contra la diferencia. Luchador incansable, dueño de una técnica y con una capacidad expresiva impresionante, el creador de “images of dignity”, imágenes de dignidad, no solo fue un gran artista que dominó todas las técnicas, fue un maestro adorado por las siguientes generaciones de artistas como David Hammons y Kerry James Marshall.

Y si en artes visuales el black power determina la tendencia, el famosísimo bar de jazz Blue Note, le sigue los pasos. Robert Glasper y su trío encabezan la lista de presentaciones para el otoño. Su música es una mezcla increíblemente bien lograda de Jazz, Soul, Hip- hop, Gospel y R&B. Influido por Miles Davis, es la nueva generación de músicos capaces de jugar con la improvisación que jamás podrá ser improvisada, como dicen los expertos.

Considerados muchas veces como una minoría o protegidos como “seres humanos” con derecho a ser libres, aunque jamás llegaran a tener la misma voz de sus compatriotas, los afroamericanos cuentan en sus filas una diversidad que vale la pena explorar. Del activismo a las más íntimas emociones desbordadas a través del arte y representadas en disciplinas como la pintura, la escultura, la fotografía, el cine, desde luego la música que han logrado reafirmar su identidad. Los ritmos negros terminaron por redefinir la música del mundo; tras mirar con atención la basta comunidad de creadores afroamericanos comenzamos a preguntarnos si este “black power art” se convertirá en el nuevo canon de las artes visuales. Habrá que ver.

@suscrowley
www.susancrowley.com.mx

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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