Tras 20 años, una famosa librería en Pekín cierra sus puertas. Fundador culpa a las autoridades

21/11/2019 - 12:00 am

El dueño de Bookworm indicó que tiene la sospecha de que las autoridades están intentando deshacerse de aquellos lugares que no gustan. Su círculo de colaboradores ve clara la estrategia del Gobierno: acabar con las comunidades culturales con la excusa de llevar a cabo planes de rehabilitación urbana.

El de Bookworm no es el primer caso de un centro cultural que debe cerrar: el año pasado, varias galerías de arte que ocupan la aldea de Caochangdi, célebre por haber sido planeada por el artista chino Ai Weiwei, se vieron obligadas a cerrar tras recibir un inminente aviso de demolición por parte de las autoridades.

Por Jesús Centeno

Pekín, 21 de noviembre (EFE).- Comenzó como una modesta librería y acabó por convertirse en un oasis de libertad al que acudían escritores y ratones de biblioteca para discutir sobre temas que a veces sobrepasaban lo políticamente correcto. Pero casi 20 años después de su fundación, Bookworm se ha visto obligada a cerrar sus puertas.

Durante su larga trayectoria, esta librería pequinesa, que cerró el pasado domingo, ha organizado miles de eventos que trataban temas generalmente considerados demasiado sensibles para las autoridades, y su certamen literario atraía cada año a autores internacionales y locales.

Entre ellos, Zhang Lijia, autora de Lotus, una novela sobre prostitución en China construida con base en una amplia investigación, o Qiu Xiaolong, escritor de novela policíaca que, mediante la sátira y el humor negro, describe a fondo la corrupción del sistema.

Ambos escriben en inglés, y sus libros no se publican en China.

“Bookworm lo conforman muchas comunidades, pequeños grupos con intereses diferentes que encontraron un sitio donde fueron bienvenidos. Con los años, se convirtió en un centro cultural que ha tenido un impacto muy positivo en la ciudad”, comenta a Efe David Cantalupo, gerente de la librería y uno de sus fundadores.

Pero al igual que en muchas otras capitales mundiales, Pekín padece de cerca los efectos de la expansión inmobiliaria, el auge del turismo o el desplazamiento urbano, al que se suma en el caso pequinés un extraño fenómeno: muchos lugares se ven obligados a echar el cierre una vez las autoridades dictaminan que los inmuebles que ocupan no cumplen con renovados requisitos de seguridad.

NUEVOS PRECIOS, NUEVAS REGULACIONES

Preguntado sobre los motivos que han provocado su cierre, Cantalupo indica que “no ha sido posible renovar el alquiler”, aunque tiene la sospecha de que las autoridades están intentando deshacerse de aquellos lugares que no gustan.

Hay voces en su círculo de colaboradores que ven clara la estrategia de las autoridades: acabar con las comunidades culturales con la excusa de llevar a cabo planes de rehabilitación urbana.

“Este edificio no supone ningún riesgo ni ningún peligro. Simplemente nunca debió ponerse en alquiler. Pero las regulaciones de ahora son diferentes a las de hace 20 años”, asegura antes de dejar caer que la librería ha recibido críticas de las autoridades por los controvertidos temas que se trataban en sus eventos.

“El problema a la hora de buscar nuevos locales para alquilar ahora es que los precios son más altos. No sabemos si gente como nosotros vamos a poder encontrar un sitio que nos podamos permitir teniendo en cuenta el tipo de negocio que somos”, agrega.

En cualquier caso, para Cantalupo la buena noticia es que hay demanda: “Estamos buscando un lugar, y aunque va a ser difícil para nosotros y llevará tiempo, sentimos que la comunidad está ahí. Soy optimista”.

VÍCTIMAS DE LA GENTRIFICACIÓN

El de Bookworm no es el primer caso de un centro cultural que debe cerrar: el año pasado, varias galerías de arte que ocupan la aldea de Caochangdi, célebre por haber sido planeada por el artista chino Ai Weiwei, se vieron obligadas a cerrar tras recibir un inminente aviso de demolición por parte de las autoridades.

Ai, quien estuvo bajo arresto domiciliario en 2011 en Pekín, acabó haciendo las maletas y se fue a vivir como disidente a Berlín.

En esa zona, situada al noreste de la capital, se agrupaban una veintena de galerías, academias e instituciones de arte como la hongkonesa Sarthe y X Gallery, las primeras que fueron informadas de la reubicación forzada de sus sedes al encontrarse en sus puertas el carácter chino “Chai” (demolición) pintado en rojo.

En los últimos años, pintadas como estas preludian la ineludible llegada de las excavadoras, brazo ejecutor de una campaña de “embellecimiento” que oficialmente tiene como objetivo “purificar el espacio de la ciudad” y “crear un perfil urbano hermoso y seguro”.

Víctimas de esta política han sido pequeños comercios de los ‘hutong’, tradicionales callejones de viviendas populares de una sola planta, que han tenido que cerrar o seguir las nuevas directrices de seguridad, a las que se suman otras como reducir el número de ventanas o pintar sus puertas y paredes con una limitada paleta de colores.

DEBATE SILENCIADO

La gentrificación pequinesa ha sido largamente debatida en las redes sociales chinas, destacando un artículo publicado por el escritor Zhang Guochen que hace un par de años recibió más de cinco millones de visitas en su cuenta de Weibo (equivalente a Twitter).

Su visión sobre el desarrollo urbano de Pekín, con las forzadas migraciones de trabajadores rurales o las desigualdades económicas que ha generado, no pasó inadvertido para las autoridades: dos días después de publicarlo, su artículo fue retirado de todas las redes sociales chinas, y el ‘hashtag’ del artículo fue bloqueado en Weibo.

El autor tuvo que disculparse por “difundir malas energías”.

Zhang habló sin tapujos de las recientes reformas que ha sufrido la ciudad, donde antiguos barrios han sido demolidos para dejar paso a modernos locales, ostentosos centros comerciales y cafeterías, conformando “una ciudad sin vida”, superpoblada y cara, “habitada por trabajadores atrapados en una rutina eterna”.

“En los últimos diez años, el pastel no deja de crecer y crecer pese a los esfuerzos para controlar el sector inmobiliario, el tráfico o la población. Pekín es un tumor y nadie puede controlar su crecimiento”, sentencia el escritor chino.

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