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Ernesto Hernández Norzagaray

21/12/2018 - 12:03 am

¿La muerte de los gurús políticos?

Hubo una vez en este país el gran negocio de los modernos gurús políticos y que hoy se encuentra en entredicho.

Que embonaba perfectamente con la llegada a la política de los milenios o los juniors que en manada accedían al partido de papi y terminaban siendo flamantes alcaldes, diputados o funcionarios públicos. Foto: Cuartoscuro

Hubo una vez en este país el gran negocio de los modernos gurús políticos y que hoy se encuentra en entredicho. Se trataba de emprendedores de empresas de marketing, diseñadores de imagen, encuestólogos, asesores y comunicadores políticos que tenían como objetivo llenar el hueco que había dejado la frustración por los partidos políticos y sus candidatos.

Así a un mayor desencanto político era mayor la necesidad de acudir a estos gurús que buscaban enderezar un barco a la deriva. Ofrecían para ello estrategias, análisis FODA, marketing, todo ello envuelto en el oropel de la posverdad que no tenía en ese momento forma de ser verificado con información alternativa.

Sus productos entonces fluían libremente y lograban resultados exitosos en el mercado electoral. Constituyeron empresas con gran capacidad de atender una demanda creciente en un país donde un año había elecciones y otro también, lo que permitía que el negocio nunca cesara.

Los agentes de estas empresas un día estaban en Cancún y otro día en Tijuana vendiendo sus productos mercadológicos a personajes que buscaban acceder al mercado electoral y en última instancia, al jugoso dinero público. Al de los grandes presupuestos y el de los moches que representaba ser el líder de una fracción parlamentaria o estar en la presidencia de una comisión legislativa.

Y esa espiral favorable de negocios estuvo a la par de un sistema electoral cada día más competitivo es decir al menos dos décadas en forma constante. Se trataba de tener el plus para ganar a los adversarios cualquiera fuera su anagrama partidario.

Fueran aquellos políticos de la derecha, el centro o la izquierda. No había excepciones todos terminaban teniendo un gurú de cabecera. Y, claro, con cargo a los contribuyentes, al dinero público, al que crece conforme se engorda el padrón electoral.

En todo esto se buscaba suplir la legitimidad del voto por una suerte de mercadotecnia simple y llana que era capaz de hacer políticos de la noche a la mañana. Que embonaba perfectamente con la llegada a la política de los milenios o los juniors que en manada accedían al partido de papi y terminaban siendo flamantes alcaldes, diputados o funcionarios públicos.

La mayoría de ellos sin ningún contacto con la vida pública, que no fueran las regalías que deja estar en el presupuesto de la federación o de los estados o municipios del país. Nada que ver con el pasado cuando los políticos salían del movimiento obrero, campesino o el sector popular, o los que salían subrepticiamente de los cenáculos de la izquierda comunista de las universidades o los que habían sufrido la represión por manifestar sus ideas en la plaza pública.

Los que lejos estaban de la llamada normalidad democrática y que ingresaban a la política frecuentemente por razones políticas e ideológicas, no por ver en el horizonte un oficio digno de explotar, como se hace con un negocio familiar o personal.

En ese entonces, no había todavía esos gurús que luego llegarían, que se harían necesarios, con el alza en los niveles de competitividad electoral. Que por la incertidumbre democrática y por cierta reserva de los ciudadanos de hacer públicas sus preferencias o que abiertamente engañaban al encuestador y termina entrando en contradicción con los resultados de sus pronósticos.

¿Cuántas veces no vimos cómo sus proyecciones de una elección terminaron siendo distintos? Muchas veces. Las metodologías de los encuestadores parecían oscilar entre “el que paga manda” y la rigurosidad de un estudio demoscópico.

No hay que ir muy lejos, están las pasadas elecciones presidenciales, que no fueron capaces de prever el tsunami Andrés Manuel y eso significó un mar de derrotas electorales. Sus clientes preferidos fueron derrotados en todos los ámbitos del país.

Y luego de ese pobre desempeño ¿dónde quedaba la credibilidad de estas empresas? El negocio ha empezado a crujir. Las expectativas son oscuras. No se ve un futuro promisorio. Primero, porque algunas de ellas pudieran estar situadas en el genérico de la “mafia del poder”, es decir, ese conglomerado de intereses que hacían prácticamente imposible las derrotas por la izquierda y eso seguramente las hace poco confiables en el renovado mercado electoral y segundo, porque sus servicios se hicieron innecesarios.

Está visto que cuando hay un líder carismático auténtico las necesidades del marketing o las encuestas son un exceso que de utilizarse llega hasta dañar la imagen del que la posee. Esto no quiere decir que estas empresas de la llamada transición política mexicana estén destinadas a desaparecer, pero si que están en un verdadero desafío de oportunidad.

¿Cómo seguir ofreciéndose como servicios necesarios en el mercado político cuando en las últimas elecciones muchas de esas empresas no fueron eficaces al momento de predecir para el establecimiento de estrategias exitosas? ¿Cuándo fue un auto derrota porque no sólo fracasaron en sus proyecciones sino sobre todo porque perdieron a sus clientes?

Más aun, cuándo el nuevo gobierno, tiene como unos sus principales ejes la austeridad en el gasto y esto podría significar que la práctica de los gobiernos priistas y panistas de trabajar a golpe del rating de la encuesta del día no exista más y la apuesta sea ahora crear mecanismos internos que pudiera generar información más confiable y sobre todo menos costosa para los contribuyentes.
Y eso de ser así, va a significar que al igual que muchas empresas periodísticas, empiecen a despedir personal y detener sus políticas de expansión del negocio. No la tienen fácil. Habrán de sobrevivir las que tengan ahorros para aguantar el vendaval y hayan iniciado el rediseño de sus servicios para una demanda constreñida o bien los que creen nuevos mercados.

O lo peor, cómo bien lo escribe Epigmenio Ibarra, en las plataformas de SinEmbargo, frente a tal desconcierto no sepan qué hacer en el marco de las libertades públicas cuando han estado acostumbrados a estar agarrado de la teta presupuestal del gobierno y los partidos políticos.

Y eso sería definitivo.

Ernesto Hernández Norzagaray
Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Ex Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., ex miembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Ciencia Política A.C. Colaborador del diario Noroeste, Riodoce, 15Diario, Datamex. Ha recibido premios de periodismo y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político electorales.

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