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Antonio Salgado Borge

21/12/2018 - 12:03 am

Las dimensiones de Roma

Casi todos tenemos algo que decir sobre Roma.

Para algunas personas, la más reciente película de Alfonso Cuarón es un monumento a la empatía. Foto: Carlos Somonte, Netflix vía AP

Casi todos tenemos algo que decir sobre Roma. Para algunas personas, la más reciente película de Alfonso Cuarón es un monumento a la empatía. Para otras, Roma es una reivindicación de la forma en que las mujeres en México luchan y salen adelante a pesar de los obstáculos que los hombres o el machismo ponen en su camino. Desde luego, también hay quienes ven en esta cinta una disección excepcional de un sistema de castas normalizado y aceptado sin gran reparo por buena parte de las personas que nacieron en México. Pero también es posible enfocar a Roma desde un plano más íntimo, tomándola como una ventana inigualable hacia las relaciones entre las personas empleadas en el hogar y las familias para las que trabajan, de las que tantos individuos han participado en México.

Roma, una obra maestra para cuya exaltación no alcanzarían los adjetivos en el diccionario, es a mi juicio todo lo anterior. Entre las muchas cosas que se puede destacar de esta película se encuentra su capacidad de apelar de diferentes maneras a distintos individuos. Mi intención en este artículo es compartir uno de los aspectos que más llamó mi atención de esta película: la forma en que las voces, individuos o hechos que normalmente son considerados secundarios o telones de fondo emergen para poner en evidencia la perspectiva bidimensional, y por tanto incompleta, que ofrece la visión de las élites.

En este sentido, la relación entre el mundo del que surge y el mundo donde trabaja Cleo en Roma puede ser vista en analogía con Planilandia, el mundo imaginario descrito por el escritor Edwin Abbott. Los habitantes de Planilandia vivían en un espacio bidimensional o una superficie plana –como la de una mesa-. Además, sus sentidos estaban adaptados para percibir exclusivamente lo que ocurría en esta superficie; es decir, que para estas personas la mesa era “el mundo”. Considerando estas limitaciones, es fácil ver que una persona podría caminar alrededor de la mesa e intervenir en los hechos que sobre esta ocurren sin que quienes habitan en ella se percaten. Por ende, en Planilandia la perspectiva privilegiada es la de aquellas personas que pueden entrar y salir del plano bidimensional discrecionalmente.

Roma muestra cómo México pone de cabeza la lógica de Planilandia. Y es que en nuestro país las personas que viven en el plano bidimensional -las que pierden de vista otros planos- son las élites socioeconómicas. Pero lejos de ser considerado un impedimento, vivir en Planilandia se convierte en un marcador de estatus. Es fácil ver por qué. En este plano de dos dimensiones hay abundancia, lujos y exclusividad; lo que no encaja queda fuera. Además, todas las intervenciones que surgen desde la dimensión faltante suelen ser cuidadosamente controladas desde Planilandia. De esta forma, la superficie de dos dimensiones parece ser el centro del mundo: el lugar dónde todos los reflectores convergen. Lo demás, termina siendo lo de menos.

En el México en que surge Roma, algunas de las personas que se mueven en el plano bidimensional del privilegio, normalmente dominado por hombres no indígenas, lo que ocurre en fuera de su plano, con excepción de aquello que ayuda sostener su escenografía, es ignorado o despreciado. Una de las perspectivas que magistralmente muestra Cuarón es suficiente para notar que el resultado puede rayar en lo absurdo. No importa que las llamas de un incendio amenacen con terminar las celebraciones en el plano bidimensional; las élites de este plano cuentan con que no será necesario soltar la copa de champagne ni interrumpir sus festejos; basta con dirigir a sus cortes y con pararse a observar cómo éstas contienen el incendio.

En Roma la idea de que la perspectiva del privilegio socioeconómico tiene un estatus superior -una suerte de escenario principal para lo que todo lo demás es accesorio- cae por su propio peso. La cinta de Cuarón contrasta magistralmente la estrechez de miras de nuestro plano bidimensional con la perspectiva de un ser humano que constantemente entra en este plano o que está acostumbrada a subir o bajar escaleras. A través de la perspectiva de Cleo, una representante de las personas cuyos puntos de vista son normalmente considerados irrelevantes o inexistentes desde la superficie bidimensional, Roma ofrece un recorrido por nuestros más indignantes contrastes. Cleo mira y palpa el fango, deterioro, y miseria; transita entre quienes han sido dejados a merced del pan y el circo -hombres bala incluidos- que ofrecen la televisión, el México del PRI o la violencia. Y Cleo también es testigo de cómo se mira desde adentro el privilegio socioeconómico, sus fiestas, bienes materiales y formatos de convivencia. Así, con la mirada y la presencia protagónica de Cleo, Roma nos desfamiliariza con buena parte de lo habitual y nos familiariza con lo inhabitual.

Pero Roma nos muestra también la complejidad de la relación entre las dimensiones que convergen. No hay sitio donde Cleo pueda realizarse. Fuera del plano del privilegio socioeconómico, en el mundo que ha sido olvidado o abandonado, Cleo encuentra amistades y solidaridad; pero también problemas, amenazas e incomunicación. Dentro del plano del privilegio, es apreciada o hasta querida por sus empleadores, pero la relación vertical jamás es puesta en tela de juicio y jamás podrá contar con los derechos y libertades de un integrante de la familia. El resultado es desolador: Cleo se transporta de un mundo a otro en “soledad”; está sola dentro de del plano bidimensional, pero también está sola fuera de él; sola en el mundo que ha sido dejado solo.

Uno pensaría que la voluntad, la determinación y la nobleza que encarnados por Cleo y parte de las personas con las que se encuentra en su recorrido entre dimensiones hacen ya imposible que, después de ver esta película, alguien en el México contemporáneo pueda seguir celebrando como privilegiada la perspectiva bidimensional o despreciando lo ajeno a este plano. Pero, tal como demuestran las burlas o insultos que Yalitza Aparicio ha recibido a partir de su inclusión en la portada de la revista Vogue, esta lectura pecaría de excesivo optimismo. En este sentido, Roma también nos muestra que no existe un antídoto universal o infalible contra el bidimensionalismo. Algunas personas nunca estarán dispuestas a ver las fronteras de su Planilandia.

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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