El señor de las casas

22/01/2015 - 12:03 am

Hay dos maneras de tener liderazgo: la formal y la informal. La formal proviene de la autoridad que te confiere un cargo específico. La informal es la que se consigue gracias al carisma, la influencia, la calidad moral. Enrique Peña Nieto es formalmente el Presidente de México, pero su credibilidad no rebasa el 38%. Tenemos una Presidente en la formalidad pero casi nadie confía en él.

Las razones de esta desconfianza son muchas y esta semana el Wall Street Journal agregó una más. Reveló, mediante un reportaje, que el Presidente Peña Nieto tiene una propiedad en Ixtapan de la Sal que adquirió a un empresario mexicano, quien luego fue beneficiado con obras por más de 100 millones de dólares en el Estado de México, cuando Peña Nieto era gobernador.

Mal y de malas para el Presidente. La casa mencionada no es más costosa ni más grande que la “Casa Blanca” (costó 372 mil dólares); ni los contratos del empresario Roberto San Román Widerkehr son más relevantes que los de Grupo HIGA, pero otra vez las palabras “conflicto de interés” se asoman a la trayectoria pública del Presidente. El tufo de la corrupción se cuela por las ventanas de Los Pinos.

En el discurso, el control de daños otra vez no convence. El vocero de la Presidencia, Eduardo Sánchez, desmintió la existencia de conflicto de interés y descartó la aparición de nuevas propiedades. Aún así, estoy seguro que este será un golpe más a la de por sí afectada imagen de Enrique Peña Nieto.

Pregunto, si no había nada que temer ¿por qué el Presidente no hizo público el nombre del contratista en su declaración patrimonial publicada recientemente?

Dejo aquí las declaraciones patrimoniales hechas públicas hasta ahora, la primera con fecha enero de 2013 y la actualizada a mayo de 2014.

¿Cuál es el problema entonces en perder credibilidad si se cuenta con el poder formal para cambiar las cosas?

La misión de un Presidente es conservar, como dicen los americanos, el buen “Estado de la  Unión”, pero sobre todo, un Presidente debe ser capaz de proponer una visión para su país. Un proyecto compartido viable. Un mejor “estado de las cosas” que el que se tiene en el presente. En pocas palabras, el Presidente debe ser capaz de hacernos imaginar un futuro posible para todos.

Enrique Peña Nieto propuso la visión de su sexenio en un conjunto de cinco ejes fundamentales: México en Paz, México Incluyente, Educación de calidad para todos, México Próspero y México con Responsabilidad Global. Para cada uno agregó una serie de reformas, estrategias, planes y acciones concretas. La expectativa generada por las reformas surgidas de esa visión fue el llamado Mexican Moment que sorprendió a todo el mundo.

Unos meses después, parece que vivimos en otro país. El eje prioritario “México en Paz” se ve todavía muy lejos: los recientes hechos de Ayotzinapa, Tlatlaya y Apatzingán nos recuerdan que en este país la barbarie se aparece cuando quiere sin ningún contrapeso posible. Lo decía Adela Navarro aquí mismo: la diferencia entre vivir con estado de derecho o sin él se llama impunidad.

Por otro lado, el “México Próspero” es la preocupación cotidiana de este país: la canasta básica se incrementa, el dólar acecha los 15 pesos y la mezcla mexicana de petróleo se desploma por debajo de los 40 dólares (50% menos de lo proyectado en el presupuesto federal). Todo esto se traduce en menor consumo de la población y, por lo tanto, en menor dinamismo económico interno. No bien hacíamos el primer pronóstico para el PIB de 2015 cuando ya se corregía a la baja: de 3.5% a 3.3%. Dicho en plata: menos obra pública, menos empleos, menos dinero en los bolsillos de las familias mexicanas.

Del “México Incluyente” ya ni hablamos: 71.8 millones de personas no tienen acceso a seguridad social y 25.3 a servicios de salud (con datos de CONEVAL a 2012).

Por eso el origen revelado de la propiedad de Peña Nieto duele y dolerá más en la percepción de la población mexicana. Porque mientras el mexicano promedio vive más inseguro y pobre, nuestra clase política se enriquece impune y cínicamente.

Según un estudio reciente del CONEVAL, desde hace 23 años el ingreso de los hogares es bajo y los salarios han perdido poder adquisitivo en relación con el valor de la canasta alimentaria y, desde 2007 el precio de los alimentos se ha elevado más que el promedio de la inflación. En ese contexto el gobernador de Sinaloa estrena camioneta a dos años de comprarse la anterior, a su homólogo de Chihuahua se le descubre un fideicomiso multimillonario y, por que no, al Presidente de México se le documenta que una de sus casas fue comprada a contratista consentido.

El problema no está en que tenga propiedades. Porque en este país tener propiedades no es delito. El problema está en la posibilidad real de que la manera en que se obtuvieron dichas propiedades sea a través de la corrupción. Eso sí es delito.

Casualmente, documenta el WSJ, la empresa de San Román Widerkehr tuvo su momento de auge entre los años 2005 y 2011 cuando recibió cerca de 107 millones de dólares en obra pública. Además, hasta entonces no había ganado licitaciones a nivel federal, sin embargo, a partir de 2012 que Peña Nieto asume la Presidencia, la empresa lleva ya asignaciones por más de 40 millones de dólares.

Termino.

Que un ciudadano sea delincuente es grave y el estado es responsable de aplicar la ley sobre sus actos, pero que ese ciudadano sea el Presidente de la República y lleve no una, sino ya tres propiedades vinculadas con empresarios beneficiados a su paso por el poder público es gravísimo. Vuelvo con Adela -Navarro, no Micha-, ¿dónde está el estado de derecho?

¿Cómo creerle entonces al Presidente su voluntad para cambiar la realidad cuando la de él y su grupo es tan distinta de la de todos los mexicanos? Una realidad sin carencias, sin contrapesos, sin legalidad.

“Viven en otro mundo”, dice el comentario popular, y es que tienen razón. Nuestra clase política es la metáfora de la isla de fantasía donde todo es abundancia: el poder, el halago, el dinero. Hoy, más de 53 millones de mexicanos no pueden comprar lo necesario para vivir dignamente, frente a esa cifra es obligatorio un mínimo de sensibilidad ética para gobernar este país.

En cuatro o cinco décadas México será más grande, enfrentará nuevos retos geopolíticos pero, a juzgar por lo que hechos y las tendencias, seguirá lidiando con los mismo problemas complejos: desigualdad, pobreza, educación, corrupción. Gracias al bono demográfico podremos insertarnos como una de las diez economías más grandes del mundo, más por inercia que por méritos propios, y lejos, muy lejos de los que se requiere, Enrique Peña Nieto será recordado apenas como “El Señor de las Casas”.

@manuense

www.lopez-ortiz.blogspot.com

Adrián López Ortiz
Es ingeniero y maestro en estudios humanísticos con concentración en ética aplicada. Es autor de “Un país sin Paz” y “Ensayo de una provocación “, así como coautor de “La cultura en Sinaloa: narrativas de lo social y la violencia”. Imparte clase de ética y ciudadanía en el Tec de Monterrey, y desde 2012 es Director General de Periódicos Noroeste en Sinaloa.
en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas