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Ernesto Hernández Norzagaray

22/02/2020 - 12:05 am

El engrudo se hizo bola

Sucede, además, secuestros sin mucho aspaviento, como lo hemos visto, con la pequeña Fátima. Lo hizo la “señora que vendía papitas fuera de la escuela”, quien la toma de la mano y se la lleva sin más, a un lugar donde se hizo con ella lo inimaginable que hoy tiene en un hilo a una sociedad que no da crédito de tanta maldad.

"Es decir, antes, al menos en franjas del imaginario colectivo, sabíamos de la violencia y la atribuíamos a las disputas por porciones del mercado entre los cárteles de la droga, las organizaciones criminales". Foto: Eduardo Verdugo, AP
“Es decir, antes, al menos en franjas del imaginario colectivo, sabíamos de la violencia y la atribuíamos a las disputas por porciones del mercado entre los cárteles de la droga, las organizaciones criminales”. Foto: Eduardo Verdugo, AP

Si hasta hace unas semanas la violencia de alto impacto era la que provocaban los cárteles del crimen organizado con sus masacres; en las semanas más recientes es la de los secuestros y muerte de jóvenes e infantes que podrían estar siendo provocadas por personas en el entorno inmediato donde se desenvuelven diariamente las víctimas.

Notoriamente hay una gran diferencia entre una y otra forma de proceder criminal; una y otra forma de actuar contra la sociedad; de una y otra forma de actuar contra los ciudadanos, una y otra forma de actuar contra las familias, usted o yo, con una resultante que es la incertidumbre y el miedo, donde cualquiera se sabe alcanzable, frágil e indefenso y en esa lógica los infantes no necesariamente están conscientes de los riesgos que corren.

Es decir, antes, al menos en franjas del imaginario colectivo, sabíamos de la violencia y la atribuíamos a las disputas por porciones del mercado entre los cárteles de la droga, las organizaciones criminales. Esa lejanía daba un respiro pues se le percibía como algo alejado de los entornos en que se mueven las personas comunes y corrientes. Pero, ahora, que esas atmósferas están siendo invadidas y aquel respiro tiende a perderse, la incertidumbre cala los huesos, el alma de la sociedad.

Sucede, además, secuestros sin mucho aspaviento, como lo hemos visto, con la pequeña Fátima. Lo hizo la “señora que vendía papitas fuera de la escuela”, quien la toma de la mano y se la lleva sin más, a un lugar donde se hizo con ella lo inimaginable que hoy tiene en un hilo a una sociedad que no da crédito de tanta maldad.

Ocurrió en Tulyehualco, por el rumbo de Taxqueña, pero simultáneamente leemos que están desapareciendo jóvenes en Acapulco, Culiacán, Reynosa, Guadalajara o Toluca, jóvenes como cualquier otro, que hacen sus actividades normales de ir al trabajo o la escuela y que en el camino se pierden muchos de ellos para no volver más al ámbito familiar o peor si regresan, es como cadáver.

Y este énfasis singular, grotesco, lo replican por millones de mensajes a través de las quizá para algunos ya no tan “benditas redes sociales”, que se multiplican a través de nuevos mensajes sobrecargando así la demanda de justicia ante una autoridad frecuentemente pasmada o abiertamente sometida a los designios de estos actores de las sombras de la vida pública.

O peor, los servicios de seguridad son incapaces de estructurar un discurso anticrisis de seguridad, por eso aquello de “nuestra estrategia es combatir las causas” o la violencia “producto de los años del neoliberalismo”, es decir, respuestas que a la mayoría de la gente no le dicen nada y resultan etéreas en el mejor de los casos, sino una soberana tontería, ante la incapacidad de convertir la acción en una reacción institucional a la altura de la demanda de justicia.

Que nos reduzca el sentimiento de abandono, de desamparo que se ha apoderado de todos, y que no se ve para cuando empezaremos a recuperar la confianza en nuestras instituciones garantes de la seguridad pública.

Estamos en el peor momento del ciclo de inseguridad, y esto no es para decir que “estábamos mejor con Fox, Calderón o Peña Nieto”, sino para reconocer la gravedad de la situación y que los métodos que antes se usaron y que iban desde los pactos con los líderes del crimen organizado hasta la detención de “los más buscados” puedan servir para evitar un mayor deterioro en la seguridad pública.

“A grandes males, grandes remedios”, nos recomienda un aforismo popular, sin embargo, esa sabiduría popular pareciera entenderse en sentido inverso, con un malentendido pacifismo, que ha venido a reforzar la indefensión que tenemos todos los mexicanos.

La máxima obradorista “abrazos, no balazos”, está derrotada, mueve a lo trágico cómico, y muestra a todas luces la impotencia de un gobernante, que aun con todos los datos en mano no corrige, sigue en una fuga hacia adelante, dejando una estela de desaparecidos y muertes por todo el país.

Y es que cuando se dice que en materia seguridad “atacamos las causas”, implícitamente esta la renuncia de la noción de Estado, a la llamada violencia legítima, que antepone el derecho de los muchos por encima de los pocos, que integran los grupos criminales, y eso a la larga sólo nos traerá más inseguridad y miedo.

La pregunta que muchos nos hacemos es si en el caso de que se decida, si en singular, a hacer un cambio de 180 grados en la actual política de seguridad pública esto va a significar realmente un cambio en lo que estamos viviendo o si ya perdimos esta guerra y ahora sólo nos toca vivir en medio de ella, como si fuéramos una suerte de refugiados sirios en nuestro propio país.

Este sentimiento de gueto está en el inconsciente de muchos ciudadanos que ante la ausencia de soluciones a los problemas que estamos viviendo se refugia en el ámbito familiar, amistoso, cambiando las rutinas para evitar ser alcanzados por un zarpazo violento y por ese miedo, muchas de nuestras ciudades son verdaderos cementerios después de las nueve de la noche.

En definitiva, el Gobierno de la 4T debe salir de las coordenadas de una narrativa que está desfondada, que nadie la cree más que sus más fieles, que suscita irritación más cuando se reduce desde el pulpito mañanero a un asunto de “progresistas y conservadores” que tiene incapacitado al gobierno para ir contra los generadores de esta violencia que resulta imposible restar de la que han provocado los cárteles criminales.

Cierto, en este tipo de violencia tiene mucho que ver el ámbito de las familias, ese mundo diverso que han cambiado el sustantivo del concepto mismo y ahí, en esa complejidad, radica mucho el problema, pero hay que establecer una diferencia en lo de largo y corto plazo, los cambios en los patrones culturales obedecen a factores graduales que no cambian de la noche a la mañana y lo que es cotidiano exige la acción decidida de las instituciones de Gobierno.

Y es, en esa doble dimensión, donde el engrudo pareciera hacerse bola pues urge una revisión a fondo de lo que se está haciendo.

Al tiempo.

Ernesto Hernández Norzagaray
Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Ex Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., ex miembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Ciencia Política A.C. Colaborador del diario Noroeste, Riodoce, 15Diario, Datamex. Ha recibido premios de periodismo y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político electorales.

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