“AL ‘CHAPO’ NO LO AGARRAN PORQUE NO QUIEREN”

22/07/2013 - 10:00 am

republica_narco

“El Chapo”. A 20 años de su arresto en Guatemala, en una de las últimas fotos que se conocen de él. Foto: Archivo
“El Chapo”. A 20 años de su arresto en Guatemala, en una de las últimas fotos que se conocen de él. Foto: Archivo

El general Jorge Carrillo Olea cuestiona: Si el gobierno de Estados Unidos, con todos sus recursos políticos, económicos y tecnológicos logró la muerte de Osama Bin Laden, ¿por qué no lo ha hecho con El Chapo Guzmán, si además el gobierno mexicano se ha mostrado dispuesto para hacer lo que las agencias estadounidenses pidan en materia de narcotráfico?

El planteamiento no es uno cualquiera si se atiende a que lo propone el polémico militar fundador y primer director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), igualmente del Centro de Planeación para el Control de Drogas (Cendro) y del Instituto Nacional para el Combate a las Drogas.

Más importante para el caso: Carrillo Olea siguió y capturó al Chapo hace 20 años. Tiempo después se fugó.

Desde entonces, todos han muerto o caído presos, menos El Chapo Guzmán y los capos del Cártel de Sinaloa.

En menos de un año, la Marina acribilló a Heriberto Lazcano Lazcano y detuvo a su sucesor, Miguel Ángel Treviño, líderes del Cártel de Los Zetas, principal amenaza a la hegemonía del Chapo Guzmán.

Antes, marinos eliminaron a Arturo Beltrán Leyva El Barbas, cabeza de la organización que lleva su apellido y la otra gran amenaza para el imperio de Guzmán Loera.

De Sinaloa, solamente Ignacio Coronel cayó muerto, pero varios datos apuntan a que la estructura de Nacho se desplazaba a favor de los hermanos Beltrán Leyva. Los liderazgos emergidos tras la muerte del Barbas y erigidos como cabezas de organizaciones regionales, también rivales del Cártel de Sinaloa, igualmente fueron capturados.

La Marina detuvo a Jorge Eduardo Costilla, jefe del Cártel del Golfo. El Ejército mexicano habría emboscado (no hay datos que lo confirmen) y muerto a Nazario Moreno, líder de la vertiente criminal hoy agrupada en Los Caballeros Templarios de Michoacán y capturó a Jesús Méndez Vargas, jefe de la Familia Michoacana.

Las administraciones panistas se obcecaron en terminar con el Cártel de Tijuana y lograron los arrestos y concedieron las extradiciones de Benjamín y Francisco Javier Arellano Félix. El antes todopoderoso Cártel de Juárez se consume en medio de la enfermedad de Vicente Carrillo Fuentes, la prisión de Vicente Carrillo Leyva y el embate de Sinaloa.

Todos caen, menos Joaquín Guzmán Loera El Chapo y sus principales socios, Ismael Zambada y Juan José Esparragoza.

¿Por qué?

El general Jorge Carrillo Olea, hoy. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
El general Jorge Carrillo Olea, hoy. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo

HABLA EL GENERAL CARRILLO OLEA

Ciudad de México, 22 de julio (SinEmbargo).– El hombre hoy presentado como el más buscado del mundo sufrió en la espalda cada uno de los cientos, miles de piedras, baches y topes durante los 300 kilómetros que lo separaban de la Ciudad de Guatemala y la encrucijada carretera de Chiapas donde lo entregaron al Ejército mexicano.

No llovía en la selva y, si se considera la temperatura en el mes de junio, la falta de agua debía ser peor. La carcacha en que El Chapo brincaba sobre su espalda debía atravesar el interior de una olla de vapor.

Los guatemaltecos detectaron a Guzmán con información mexicana basada en el uso de un software vendido por las agencias de inteligencia estadounidenses a México. Con las migajas que Guzmán dispersaba cada que usaba un teléfono o utilizaba una tarjeta de crédito, hecho inédito hace 20 años, el Ejército de Guatemala lo buscó, pescó y trasladó al punto propuesto por el general mexicano Jorge Carrillo Olea.

Las autoridades de México y Guatemala pactaron la entrega del capo a 10 kilómetros de la frontera, en la bifurcación de la carretera hacia Cacahoatán y Tapachula. Atrás quedaría el Puente Internacional Talismán, el vivo cruce del Río Suchiate con su marejada de niños y mujeres indígenas y comerciantes. Un punto con alto riesgo para retener al sinaloense en caso de un ataque para liberarlo o de protegerlo en la eventualidad de un atentado.

El comandante de la Zona Militar chiapaneca, José Domingo Ramírez Galindo, estaba inquieto. Fue enterado del arribo de Carrillo Olea con pocas horas de anticipación. Cuando el enviado de la Procuraduría General de la República (PGR) se entrevistó con Ramírez, explicó la misión y desplegaron mapas de la región.

El propio Carrillo Olea, en ese momento coordinador del área de combate al narcotráfico de la PGR, recibió la orden a las 11 de la noche de hacerse cargo de la recepción del detenido. Él había seguido al Chapo por medio México y Centroamérica, pero fue hasta el último minuto en que el Presidente Carlos Salinas resolvió encomendar a él la operación de su recepción y traslado.

En la premura, Carrillo sólo pudo considerar el apoyo de su gente, los militares. Requirió un Boeing 727, dos pelotones de fusileros y paracaidistas.

El general optó por la bifurcación de la carretera por la facilidad de manejo que el sitio suponía. Carrillo pidió el establecimiento de un cinturón de seguridad a 200 metros a la redonda del punto para sellar el ingreso a la zona del intercambio. Carrillo consideraba más viable el asesinato que la fuga. Un francotirador bien acomodado podría volarle la cabeza al Cártel de Sinaloa.

“Me tumban al Chapo y qué cuentas voy a entregar”, pensaba Carrillo Olea. Calculó riesgos. Montículos, árboles, senderos, personal, vehículos. En el cuartel debía estar de guardia un médico.

El contingente mexicano llegó 15 minutos antes de las 11 de la mañana. El cielo estaba despejado. Carrillo Olea había ordenado el avance de un enviado a la frontera para tomar el pulso y apaciguar a las autoridades locales y de migración que pudieran descomponer por corrupción o simple torpeza el operativo. En ese tiempo, el nombre de Carrillo Olea tenía peso suficiente para enfriar, al menos de momento, una intención de ese tipo.

–Ya estamos cruzando la frontera –se escuchó una voz por radio del hombre situado en el Puente Talismán.

Tardarían 15 minutos en aparecer.

Jorge Carrillo caminó hacia un montículo. Miró el convoy. “Me habría sorprendido que fuera otro”, diría 20 años después en medio de la risa: cuatro carcachas despintadas, destartaladas, ruidosas. La caravana frenó con chirrido de bestia moribunda. Los soldados guatemaltecos brincaron a rodear el segundo armatoste, una pick up descubierta.

Ahí viajaba Joaquín Guzmán Loera, hoy supuestamente el narcotraficante más rico y poderoso del mundo. Lo incorporaron del piso de la batea y le desataron los pies, pero no de las manos.

–¡Mi general, tengo instrucciones…!” –anunció un joven capitán guatemalteco a Carrillo con toda la pompa y ceremonia posible, en medio de un llano ardiente arrebatado a la selva.

“Yo le vi la cara al Chapo en el momento que me lo entregaron. Una cosa bien interesante sobre su actitud: estaba impávido”, cuenta el general en entrevista con SinEmbargo. “No movió un músculo, no reflejaba nada. Es la misma cara que tiene en la foto que se ha hecho clásica, cuando está en le prisión parado en una tarima con una chamarra caqui. Ninguna expresión de ninguna especie”.

Lo tomaron por los codos dos soldados mexicanos y lo condujeron a un camión con dos bancas a cada lado para 20 efectivos. De los otros detenidos, a Carrillo Olea ni se le ocurrió contar cuántos eran.

Volvieron al cuartel y condujeron al detenido a la enfermería. Lo revisaron y practicaron análisis de sangre y orina. “Qué tal si me lo traen envenenado, qué tal que lo quisieron matar sus propios secuaces, no el Ejército guatemalteco… esto carecería de sentido, pero un infiltrado”, reflexionaba el general.

El Chapo se bañó y desayunó. Subieron nuevamente a los vehículos y se dirigieron al aeropuerto. El narcotraficante estaba bajo custodia del coronel Guillermo Álvarez Nara, en ese momento jefe de la Policía Judicial Militar.

Guzmán se notaba más bajo de estatura. Sujeto de las muñecas por la espalda, caminaba reclinado hacia adelante y, con paso incierto, incómodo, subió por la rampa trasera del 727.

Guiaron al Chapo al final de la primera sección del aparato y lo sentaron junto a una ventanilla. Lo acompañó un fusilero a su lado y otros dos se apostaron junto a la cabina. El resto viajó en la parte trasera del Boeing.

–¿Mi general, me permite usted interrogar al detenido Joaquín Guzmán Loera? –pidió Álvarez Nara a Jorge Carrillo.

–Sólo te hago notar que no eres autoridad judicial y las declaraciones que obtengas no tienen ningún valor. Segundo: si se te pasa mano en las preguntas pudiera ser que a la hora de la hora, esas preguntas te las revoten en debilidad del proceso. Tercero: no se les ocurra tocarlo, porque se echa a perder toda la operación –concedió y previno Carrillo.

Álvarez Nara sería ascendido a general brigadier y nombrado jefe de la Policía Judicial Federal, corporación desaparecida bajo su encargo por su irremediable colusión con aquello que debía combatir. También enfrentó acusaciones de proteger al Cártel de Sinaloa, específicamente a Ignacio Coronel. Y este era el hombre que no debía despegar el ojo del Chapo.

Aterrizaron en Toluca por la noche. Juan Pablo de Tavira, director del penal de alta seguridad de Almoloya, como se llamaba entonces esa cárcel, esperó el desembarque en la pista.

–Doctor, le traigo a su huésped –bromeó De Tavira, quien sería ejecutado en 2002.

–¡Qué trabajito! –repuso el funcionario penitenciario.

“Lo subieron al vehículo en que lo transportaron y yo subí al mío. Tuve una sensación tan rara, tan rara… Me dije: ¡Puta! ¿Y este cabrón quién es, quién es? ¿Qué significa? ¿A dónde va y con qué destino?”.

Era 11 de junio de 1993, 18 días después de iniciada la cacería. Hoy, El Chapo Guzmán, el supuesto criminal más buscado del mundo, cumple 12 años y medio de haberse fugado de una cárcel de máxima seguridad mexicana dentro de un carrito de lavandería.

En su casa. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
En su casa. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo

***

El Chapo Guzmán se construyó en dos momentos fundamentales: el asesinato en 1985 del agente de la DEA Enrique Camarena, lo que volcó al gobierno estadounidense sobre el mexicano y ocasionó la cacería de Miguel Ángel Félix Gallardo, Ernesto Fonseca y Rafael Caro Quintero.

La detención de los tres reacomodó las fuerzas del narco y la emersión de nuevos liderazgos, entre estos, los de Amado Carrillo Fuentes, Héctor Palma Salazar y Joaquín Guzmán Loera.

El primero está muerto, el segundo preso y el tercero se mantiene en las listas de Forbes como uno de los hombres más influyentes del mundo.

El otro evento que imprimió relevancia al nombre de Joaquín Guzmán fue el asesinato el 24 de mayo de 1993 del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo en el aeropuerto de Guadalajara. La versión oficial, no exenta de amplias detracciones, consiste en que el purpurado fue acribillado por sicarios del Cártel de Tijuana quienes lo habrían confundido con El Chapo Guzmán. Una variante de esta versión sostiene que el hombre de la Iglesia murió en un fuego cruzado.

Hecho aparte el de la muerte de Posadas, el gobierno mexicano se vio nuevamente sometido a una fuerte presión política nacional e internacional en relación a un hecho del narcotráfico. Fijó precio de cinco millones de dólares por las cinco cabezas de Javier, Ramón y Benjamín Arellano Félix, por parte del Cártel de Tijuana, y de Joaquín Guzmán y de Héctor Palma, de Sinaloa, y se lanzó a su cacería.

–¿Por dónde salían las huellas del Chapo? –se le pregunta a Carrillo Olea.

–Hubo un proceso de reconstrucción. Las primeras horas, déjelo metafóricamente así, no fueron siquiera de seguimiento. Ni siquiera sabíamos que él andaba ahí. Alguien identificó a alguien y había una enorme laguna de especulaciones, de deducciones. En el punto y al principio, El Chapo no estaba presente.

“Apareció en las inmediaciones de Morelia, donde, yo intuyo, convocó gentes para que le dieran dinero. No tenía más dinero que el que lleva un hombre rico consigo, un hombre rico que además trae su banda y no tiene dependencias de ninguna especie. Que le dieran dinero, tarjetas y teléfonos. No tendría por qué andar cargando cinco teléfonos, cinco tarjetas distintas en un tiempo que su uso era muy parco”.

La policía mexicana dio con el dato de Michoacán gracias a un teléfono controlado y del cual se hicieron llamadas a otros también intervenidos hasta llegar a un aparato desconocido. El seguimiento llegó a una laguna, pero ya había puntos y flechas en el mapa. La siguiente intercepción se hizo a un aparato ubicado en Los Altos de Chiapas. El hombre desapareció nuevamente, pero la ruta de fuga seguía una clara trayectoria. Joaquín Guzmán cometió el error de acceder a una cuenta bancaria en Tapachula, en el límite con América Central.

“Nadie va en esa dirección si no es para seguir hacia el sur. El sur ofrecía complicidades y menor eficiencia policíaca. Él era absolutamente desconocido en el sitio. Avanzaba hacia las posibilidades de una gran impunidad. Todo era a su favor. Centroamérica era, en un primer momento, un área en que seguramente poseía complicidades y, junto con estas, protección, armamento, dinero, facilidad de traslado, cambios de vehículos o de identidades. Era obvio que seguiría hacia el sur.

“A través de un sistema interamericano de inteligencia, el Sistema Hemisférico de Información, inventado y armado por nosotros, nos comunicamos con Guatemala y establecimos, vía telefónica, que sí estaba ahí. Entendimos que avanzaba hacia El Salvador y pedimos a este país que le diera seguimiento y lo detuviera, pero El Salvador no le entró a la responsabilidad, aunque sí le hizo ruido suficiente para provocar su regreso a Guatemala.

El Chapo fue detenido por primera –y quizá última– vez en su vida el 9 de junio de 1993 cerca del Hotel Panamericana, a las afueras de la capital guatemalteca. El narcotraficante quedó retenido en un recinto militar del país centroamericano en espera del acuerdo con las autoridades mexicanas para su entrega.

La presentación del preso no pasó trámite diplomático alguno, como el mecanismo de extradición hoy existente. El Ejército guatemalteco entregó, el 11 de junio a las 11 de la mañana, a un Chapo Guzmán con la espalda mallugada y la mirada vacía.

***

–En la búsqueda del Chapo, ¿usted intercambiaba constantemente información con la DEA?

–Sí, sí… A ver, a ver, no dependimos de la DEA. No. La DEA era parte del sistema de inteligencia, esto es evidente. Y era una parte extraordinariamente pesada, densa, productiva. Ahora, que haya tenido algún papel en la captura del Chapo, ninguno, sinceramente. Se lo diría; a estas alturas yo no tengo por qué ocultar nada.

–¿No fue una captura guiada como la que vimos aquí, en Cuernavaca, por ejemplo, de Arturo Beltrán Leyva?

–¡No, ni en sueños! Primero, no los dejábamos. No les pedíamos nada y no les dejábamos nada.

–Llama la atención su regreso a Guatemala. ¿Por qué no siguió a Nicaragua?

–Quién sabe. O a Panamá. Ahí llega uno y hace lo que quiere, como quiere, de lo que sea, de lo que se trate y nadie se entera. Y subrayo mi lamento por la destrucción de ese sistema interamericano de inteligencia.

–¿Qué garantizaba que el contacto en Guatemala respondiera con honestidad?

–Algo menospreciado, pero que es muy eficiente y no tiene muchas alternativas: la confianza personal. Se creó un ambiente de confianza que se extendió hasta Washington. Esa es otra cosa que ya no existe. Lo digo rotundamente: es la ignorancia de la profesión. No es una gracia estar bien con 10 agencias norteamericanas. Es un deber difícil de cumplir, porque implica respeto a la identidad del país y de la persona que lo tutela. Pero que no se pueda o no se deba es absurdo. De otra manera no habríamos tenido acceso, por ejemplo, al software para Cendro. Esta fue una venta calificada por el Congreso de Estados Unidos gracias a que el Departamento de Estado avaló nuestras conductas.

–¿Qué permitía el software?

–Lo que he dicho antes, pero no simplifiquemos. El empaquetamiento en un sistema que ahora parece simple, hace 20 años no lo era. Había interacción de telecomunicaciones y donde prendiera un radio, un teléfono o donde fuera posible grabar una conversación, el software hacía cruzamientos de bancos de datos. Y muchos de los bancos de datos que nos proporcionaban nuestros socios suramericanos eran verdaderamente elementales, viejos, pobres, casi de periódico. Pero, como es una regla y, otra vez, la ignorancia de los actuales y pasados, no hay dato despreciable. Cuando no existían los medios actuales de almacenamiento, de ordenamiento y de cruzamiento era terrible. Se dependía mucho de la memoria de la gente. Ahora lo hacen las máquinas.

–¿Cuántas personas sabían que estaban relativamente cerca del Chapo?

–Yo hablaba con Jorge Tello Peón y eventualmente con Alejandro Alegre– uno y otro sucesores de Carrillo al frente del Cisen–. ¿Cuántas gentes movían ellos? No sé. Era parte del diseño y es otra de las cosas que no lo hay. Eran nueve quehaceres en Cendro, desde el más bobo, hasta este que era el más complejo. ¿Cómo se movían los cajones, la incomunicación, la confidencialidad? Era parte del diseño.

–¿Quién hacía funcionar al software?

–Alguno de los grupos. Era totalmente operado por mexicanos. Ahí no había un solo gringo. Una cosa es la colaboración y otra es el colaboracionismo. Y se lo aseguro: ahí no había un solo gringo.

–¿Cuántas agencias intervenían es esta comunidad interamericana de información?

–Por parte de Estados Unidos con la comunidad de inteligencia: CIA, FBI, ICE, DEA. Con algunas no teníamos nada que comunicar, como la relacionada con asuntos nucleares. Nos hablábamos permanentemente con la DEA, que es la ventanilla única de Enrique Peña Nieto. Y así debiera ser, pero en ese tiempo era mi –enfatiza– relación con el director de la DEA o mi reunión, cada tres o cuatro meses con la comunidad en su conjunto y en la que había 10 gentes. Cuando se personaliza en lo positivo la relación, suelta mucho. Eso se logró. Una cosa es la colaboración y otra es el colaboracionismo y esta gente no lo ha sabido distinguir.

–¿Y hacia el sur? ¿Era toda la comunidad latinoamericana?

–No, ni nos interesaba. Era, de manera fundamental, Guatemala, por razones de vecindad y complejidad; Honduras, porque ahí existe un sistema de radares norteamericanos cerca de la Costa Atlántica. Las relaciones siempre fueron con sus ejércitos; en esos países no hay instituciones. En Suramérica, por supuesto, Colombia. Venezuela nunca ha sido un problema, salvo por el lavado de dinero. Ecuador sí, Perú y Bolivia también. Y hubo alguna relación más bien mía con Argentina y Uruguay.

–¿Y la recompensa por la captura del Chapo?

–A mí el presidente me mandó a entregar la lana de la recompensa a los presidentes de El Salvador y de Guatemala. Trescientos mil dólares a cada uno. Recuérdese que Jorge Carpizo había prometido una recompensa de un millón de dólares a quien ayudara. Cuando se acabó todo le dijo al Presidente y él dispuso que se le diera una parte a Guatemala, otra a El Salvador y los otros 400 mil dólares al Cendro.

–¿Sí llegó el dinero a la bolsa de quien debía llegar?

–Sí.

–¿Incluida la de usted?

–No –ríe.

–¿Por qué no?

–Pregúntele al Presidente (Carlos Salinas) o a Carpizo (fallecido) –sigue con la risa–. A mí nunca nadie me ha regalado nada en ese sentido.

Porque no quieren. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
Porque no quieren. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo

***

Nacido en Jojutla, Morelos, en 1937, Carrillo es un hombre de chapa antigua. Su saludo se conserva firme, pero la textura suave de su palma deja en duda si alguna vez, luego de la Escuela Superior Guerra, volvió a tomar el fusil.

Luce perfectamente bien rasurado, peinado y presentado. Es posible imaginar al militar dentro de su escrupuloso uniforme. Pero ahora, en vez de botas lustrosas e imponentes, calza pantuflas de pana. El tiempo no tendría por qué dejar en paz a uno de los hombres del espionaje en México. El otro, Fernando Gutiérrez Barrios, su enemigo por si alguien dudaba de la capacidad del presidencialismo mexicano para establecer equilibrios, murió hace ya tiempo.

Jorge Carrillo es obsesivo con los detalles y, si algo está bien vivo en el cuerpo del militar, eso son sus ojos. Pequeños y rápidos ojos rebosantes de suspicacia o complicidad o sorpresa o burla o reprobación. El tablero de controles está intacto.

Esta tarde, observa, calcula sobre los tatuajes que llenan el brazo derecho del fotógrafo; regresa la vista hacia su cara y, de nuevo, hacia los dibujos que ya también se comen la piel del brazo izquierdo.

“¿Representa algún peligro?” “¿De qué tipo?”, parece preguntarse Jorge Carrillo Olea, un hombre que debía cuestionarse esto una y otra vez con respecto de la seguridad nacional. Y es que Carrillo nació, creció y se reprodujo en un sistema que daba por delincuentes a quienes llevaran tatuajes en el cuerpo y por hombres de Estado a quienes arrojaran cuerpos al mar. Durante el sexenio de 1970 a 1976 tuvo como primera responsabilidad la vida del Presidente Luis Echeverría, a quien la justicia no quiso alcanzar por los delitos de lesa humanidad que cometió.

El general decide pausar la entrevista para tomar una bebida. Está solo en casa y pide al fotógrafo y al reportero ir con él a la cocina para que cada quien vuelva con su vaso. Deja un agradable recibidor de jardín de pasto impecable y pide que lo sigamos al interior.

Atraviesa un pasillo dividido de una salita por un biombo de tres hojas. Las que tienen vista hacia el andador son una colección de exvotos. A Carrillo lo divierte especialmente el que plantea la historia de un hombre que agradece a la Virgen de Guadalupe –“soy ateo, pero guadalupano”, y uno no sabe en cuál de las dos inclinaciones está la conveniencia– salvarlo de “una traidora escalera” y una “inconveniente ventana” y muestra un hombre, representado por sí mismo, en vuelo seguro hacia la muerte de no ser porque, en la misma imagen y naturalmente en el hecho narrado, la Morena del Tepeyac estaba ahí, resplandeciendo entre sus estrellas.

Carrillo alcanza el refrigerador, abre la puerta, toma la jarra de limonada helada y la lleva hacia los vasos de uno de sus huéspedes. El brazo le tiembla como recordándole al general que el cuerpo ya va en retirada.

–Oiga –pide la atención del fotógrafo–. Cuando usted esté viejo, como yo lo estoy, y tenga sus nietos, como yo los tengo, y le pregunten: “Abuelito, abuelito –infantiliza la voz–, ¿por qué te hiciste esos tatuajes?”. Usted les responderá –tono grave, firme–: “¡Por mamón!”.

***

Existe un hecho relevante entre las muertes del agente Camarena y del cardenal Posadas. Tras la detención de Félix Gallardo, el grupo de narcotraficantes se ramificó, básicamente, en tres vertientes: Tijuana, Juárez y Sinaloa con distintas dinámicas de rivalidades.

Aquí viene el caso referir la enemistad surgida entre Amado Carrillo Fuentes El Señor de los Cielos, de Juárez, y Joaquín Guzmán.

Este aspecto guardó una importancia equiparable a la que ahora se enuncia respecto a las capturas de toda clase de narcotraficantes, excepto del Chapo en beneficio –intencional o no– de éste. Veinte años atrás, la captura de Guzmán Loera preveía beneficios para El Señor de los Cielos, quien hizo negocios al amparo de una gruesa estructura política y policíaca en todo el país.

Carrillo evade que la conversación camine hacia los señalamientos en contra suya por su supuesta cercanía con el Cártel de Juárez, asunto por el que nunca fue procesado, pero sí políticamente devastado. No así el ex gobernador de Quintana Roo, Mario Villanueva, sentenciado y años después extraditado a Estados Unidos. En el cúmulo de expedientes relacionados con El Señor de los Cielos de vez en cuando aparece un testigo que menciona la complicidad del ex mandatario de Sonora Manlio Fabio Beltrones, hoy líder de los diputados federales del PRI, pero nadie inició ningún proceso en contra suya.

–¿Por qué El Chapo? Era más relevante Amado Carrillo.

–Le puedo decir que su juicio se basa en información de 20 años después. Ni uno ni otro tenían relevancia. Era un pleito entre bandas.

–Relevancia en términos de sus capacidades para introducir drogas a Estados Unidos.

–Lo está usted diciendo con información de 20 años después. No del momento –asoma un dejo de fastidio Carrillo Olea.

–¿Y en ese momento qué eran?

–A la par, compradores de materia prima, transformadores de alguna de ellas, exportadores. La cocaína no había tomado el nivel que ahora tiene. En su momento era la amapola y la goma. Por ahí llegaba un polvo que cada vez era más demandado en Estados Unidos. El negocio era, en ese sentido, un negocio medio ranchero, casi campesina. No existía la tipificación de casi ejército que ahora experimentamos. La rivalidad de Amado y El Chapo era de carácter, de personalidad, no por los territorios. No era la guerra que se puso a la mitad del gobierno de Calderón.

–Si El Chapo se benefició con la captura de Fonseca y de Caro Quintero, ¿quién se beneficia de la captura del Chapo?

–¿Quién se perjudica? El país. Hace 20 años, estaba evidentemente el Cártel de Juárez, el de Sinaloa, el de Tijuana. En Guerrero no había cárteles. El Cártel del Golfo no existía. Los Zetas no existían. Para qué hablar de Los Caballeros Templarios y de La Familia no sé qué. ¡No existían! La internacionalización del narco mexicano es otro tema y uno más es la permeación hacia la sociedad civil, gobierno, Ejército, policías. Estamos en medio de un fenómeno en expansión y transformación. El narco de hace 20 años no es el de hoy, que hoy no se vincula únicamente con las drogas. Hablamos de la criminalización generalizada y la creación de una cultura.

–Me refería al beneficio de Amado –se le insiste.

–Sí. Alguien sale beneficiado: Amado Carrillo –baja la voz con molestia.

–¿A quién siguieron para encontrar al Chapo?

–A nadie –tose, se irrita.

–¿Miraban ustedes a los Beltrán Leyva?

–Me hace usted preguntas muy pequeñitas y de un nivel que no era el mío. Sinceramente, lo que usted quiera, lo acepto –dice con fastidio. Y es que el tema de los Beltrán Leyva conecta, necesariamente, con su estado, Morelos, el que gobernó–. Y ahora le haré un intermedio para ir por un vaso de limonada, ¿cómo la ve?

Y toma la ruta del pasillo, el que pasa al lado del precioso biombo de los ex votos, la versión cómic del agradecimiento religioso mexicano.

***

–A las administraciones panistas se les señaló, desde muchos frentes, de trabajar con el Cártel de Sinaloa, ¿qué ve usted ahí? Se parte de señalamientos hacia El Chapo Guzmán, quien cumplió 20 años de haber sido detenido y 12 años de haberse fugado.

–En enero. No sé si hay relaciones o no. Lo que no puede dejar de inquietar a la gente y las evidencias están presentes es que cómo, en una o dos semanas, fue para nosotros posible seguir a El Chapo hasta El Salvador, impulsar que se regresara, pescarlo en Guatemala y ponerlo en la cárcel aquella noche. Fue posible en aquel momento gracias a Cendro, sin esta institución hubiera sido imposible, ¿por qué hoy, 11 años después, no pasa nada? ¿Hay incompetencia? Yo creo que sí. ¿Está la inhabilitación de Cendro, que hasta de nombre le cambiaron? Yo creo que sí. ¿Está esto en manos de ineptos? Yo creo que sí. Yo creo que esa es la razón.

–¿Qué pensó cuando se fugó El Chapo?

–Me dije: ¡Carajo, no podía ser de otra forma! Póngalo en una palabra: decepción. Sí, está la corrupción y a quién compró, pero todo está colgado de una rama y esta es la ineficiencia. Que si el carrito, que si no carrito, eso lo dejo para los periodistas. Decepción.

–¿Y las consecuencias del hecho?

–Es un símbolo en el sentido de todo lo que después fue. No tiene nada que ver El Chapo de hoy con el de hace 20 años. Hoy es un tótem. Majestuoso e intocable –pronuncia con sarcasmo–. Entonces era un malandrín más, sin la connotación presente. Se creó un símbolo del potencial del mal, de la capacidad expansiva y de la ineficacia del Estado. No puedo creer que hayan pasado todos los años que pasaron después de su fuga. Si eso no se llama ineficiencia, deberían dar una explicación de otro orden.

“Soy un hombre objetivo, difícil de convencer con dimes y diretes. Pero, encuadrado en esa lógica de la objetividad, yo creo que no quieren… o no pueden, definitivamente, capturar al Chapo. Punto. No tengo más elementos. Lo vemos con lo que pasa en Medio Oriente: ¿cómo es posible que tengan drones para matar y los satélites y las escuchas a distancia? ¿Cómo es posible que no puedan detener al Chapo. ¡Por favor, por favor! Esa a mí no me la venden nunca.

–¿Bin Laden?

–Si los estadounidenses fueron capaces, toda proporción guardada en relación a los intereses, de pescar a Bin Laden, ¿por qué no hemos podido atrapar al Chapo? El evento relacionado con Bin Laden fue en septiembre de 2001, mientras que la fuga de Guzmán Loera fue en enero de 2001. Los plazos son muy semejantes.

“Si las instituciones mexicanas o lo que queda de ellas, no han sido capaces de hacer ese trabajo, pero sí han permitido, como es evidente, la participación de las agencias estadounidenses y me salgo de la DEA para no estar en el suelo y me voy a la DIA (Defense Intelligence Agency), que trabaja a través de altísimos medios tecnológicos, como satélites, aviones no tripulados, avanzadísimos sistemas de intercepción de comunicaciones… Y no lo han podido atrapar. Así que, a lo mejor, Estados Unidos tiene algún interés ahí, sin embargo, mi formación me obliga a no especular.

“El otro caso es el de Edward Snowden y la demostración de la capacidad de la inteligencia estadounidense de penetrar todas las redes privadas. Sólo es de pensar sobre los flujos de dinero, las telecomunicaciones, sus proveedores, los movimientos hacia Europa y África, los paraísos fiscales en que tendría sus capitales. El complejo tráfico de armas y su problema secundario en el abasto de municiones. Las esposas que tiene reconocidas. No son chismes. Sus hijos. ¿No dejan huella, sobre todo de dinero? Es absurdo pensar que no se puede atraparlo”.

–¿Cómo agarraría al Chapo?

–Eso no es posible contestarlo, porque depende de una voluntad superior y de una gente con cierta sagacidad para mover recursos. No es trabajo de un solo hombre. A ver: no es una alta prioridad –remarca cada sílaba–. Puede estar en la lista de los más buscados, yo no me fijo en esas cosas, pero no hacen nada para agarrarlo.

–Voluntad y capacidad, ¿eso lo tiene Enrique Peña Nieto?

–No. Capacidad solamente con auxilio de Estados Unidos, definitivamente, hasta donde yo tengo conocimiento. Yo no sé qué exista un instrumento en la Procuraduría, por ejemplo. Al contrario, sé que hay un deterioro muy preocupante. Tenemos que pedir colaboración a Estados Unidos. Si me regresa a mis tiempos, yo la habría pedido con límites y peculiaridades.

–¿No depende en este momento la captura del Chapo de México?

–Así es.

–¿De Estados Unidos?

–Pero no de, sino entre. Pero no quieren. Sencillamente no les interesa y esto también es no querer. *

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