Jean-Luc Mélechon
22/09/2021 - 12:01 am
Incertidumbre ecológica y poder político
Muchos de nosotros sabemos cómo el momento político está dominado por el cambio climático.
Si no te gusta la filosofía política, salta estas líneas. No importa. De lo contrario, embárcate conmigo en esta lectura.
Muchos de nosotros sabemos cómo el momento político está dominado por el cambio climático. Pero muchos imaginan los efectos de acuerdo con la vieja forma de pensar, como en el tiempo de los ciclos largos y regulares de la naturaleza y de las actividades humanas que dependían de ella. Sin embargo, la cuestión no se limita a la transición de un clima a otro. Nada sucederá de esta manera. Todo cambia. Incluso el modo de cambiar. Ahora estamos inmersos en una situación completamente nueva de incertidumbre permanente que es “estructural”, es decir, que resulta de la naturaleza misma del curso de los acontecimientos. Tranquilizo a mis lectores: no me dedicaré aquí a una meditación sobre la naturaleza del tiempo como resultado de lo que ya he escrito desde el punto de vista político en mi libro La era del pueblo. Sólo evoco la idea general: el tiempo es una propiedad del universo social en el que éste se despliega. Por lo tanto, hay tiempos dominados y tiempos dominantes. Bajo esta forma de pensar, la planificación ecológica es una reconquista del tiempo largo que se libera de la dictadura del tiempo corto que rige en la sociedad capitalista de nuestro tiempo. Hablé de la “propiedad colectiva del tiempo largo” a través de la planificación ecológica. Me opuse a la propiedad privada del tiempo, tal como éste existe cuando los ritmos cortos del mercado y de la sociedad de mercado, del “justo a tiempo”, se imponen a todos. Estando así planteadas estas premisas, me ataco a los desafíos que esta manera de ver se plantea a sí misma en la actual era de la incertidumbre.
La propiedad colectiva del tiempo largo y su prioridad en los ritmos sociales abre la posibilidad de armonizar los ciclos de la actividad humana con los de la Naturaleza. Este es incluso el propósito principal bajo la regla verde. Por lo demás, la afirmación de ésta lo dice ya en bajo relieve: “no arrancar ya más a la naturaleza más de lo que ésta puede reconstituir“. En este caso, el ciclo de producción está alineado con la temporalidad específica (duración) que le lleva a la naturaleza “reconstituir lo que se le ha quitado”. Todo esto presupone algo esencial: la capacidad de prever, de anticipar. Y la previsibilidad, a su vez, requiere de una condición inicial: debe haber estabilidad en la relación de causa a efecto. En la realidad concreta, esta relación a menudo parece directa y automática. Sin embargo, es sólo muy altamente probable, aunque no nos demos cuenta. Si la causa A corresponde a un efecto B en el 90 por ciento de los casos, la posibilidad de no verlo ocurrir otra vez es casi nula. Sin embargo, esta relación, incluso dominada por un determinismo conocido y científicamente establecido, sigue siendo sólo muy probable, aunque no totalmente seguro, incluso si no lo sabemos. Esta incertidumbre (baja en este ejemplo) es una propiedad del universo material. Es insuperable. El cambio climático rompe la fuerte cadena de causas y efectos. Por ejemplo, cuando las estaciones ya no producen los mismos efectos de lluvia, viento o temperatura: digo bien “por ejemplo”. De esta manera, se encuentran puestos en duda la mayoría de los saberes tradicionales basados en la observación de asociaciones de hechos y comprobaciones de regularidad. Además, estas regularidades se han observado y han sido retenidas y transmitidas gradualmente gracias a su coincidencia con posiciones estelares o solares. El ascenso de la estrella Sirio correspondía a la inundación del Nilo. A la ocurrencia de esto correspondía todo tipo de eventos naturales como floraciones, estaciones animales. Pero también todo tipo de eventos sociales y políticos. Por ejemplo, el establecimiento del impuesto después de la medición de nuevas áreas aumentadas por el aluvión. O la reanudación del transporte fluvial de grandes bloques piedras de construcción gracias a la subida de las aguas y por tanto de los yacimientos que las utilizaban. En este caso, la previsibilidad y la armonía de las temporalidades naturales, religiosas, políticas y económicas se lograron con un nivel muy alto de certeza y/o de probabilidad. Tal vez esta es la razón por la cual los periodos de la antigua civilización egipcia son de duraciones tan largas. Es como si la estabilidad de las condiciones esenciales fuera una especie de metrónomo imparable. Del mismo modo, la circulación de las aguas marinas entre los polos y el ecuador ha determinado durante milenios el ciclo de eventos climáticos y, por lo tanto, agrícolas y, por lo tanto, sociales. El derretimiento de los glaciares en los polos y el calentamiento agravado en los trópicos desentrañan las correspondencias entre la posición de los cuerpos celestes y la ocurrencia de eventos esenciales, como la lluvia y el buen tiempo, el periodo favorable al arado o la recolección de esta o aquella baya… Esta situación las aprendí en las discusiones que mantuve con los investigadores científicos franceses y bolivianos que conocí en el lago Titicaca en abril pasado. Pero también me devolvieron al camino de una reflexión personal muy antigua. Mi primer libro, publicado en 1991 (A la conquista del Caos [“A la conquête du Chaos”]), trataba de fenómenos cuyo curso no es lineal, es decir, no regularmente progresivo. O, dicho de otra manera, donde los efectos no son proporcionales a las causas. Este tipo de fenómenos es el que a menudo se resume por medio del ejemplo del aleteo del ala de una mariposa en Madrid que desencadena un tornado en Tokyo. Pero sé que esta definición es muy inconveniente a pesar de su brillante simplicidad. Por mi parte prefiero la del vehículo que circula a velocidad constante por una carretera recta cuyo conductor … es picado por una avispa. Sólo un pequeño parámetro interviene y todo el sistema experimenta un cambio de trayectoria. Y éste, a su vez, causas docenas de eventos totalmente impredecibles en su nuevo curso. Por el contrario, este tipo de fenómenos, lejos de ser marginales, son extraordinariamente numerosos en la realidad. Desde el punto de vista de un sistema dinámico, resumimos con una palabra: produce una bifurcación. En esta circunstancia, la incertidumbre que acompaña al vínculo de causa y efecto es muy grande.
Por lo tanto, debemos ver otra consecuencia de esta situación. Si bien los conocimientos tradicionales son puestos en entredicho por el cambio climático, que deshace las coincidencias milenarias, éstos no son los únicos conocimientos afectados. El conocimiento científico sobre las relaciones y el funcionamiento entre los elementos de un sistema global como el clima, se aplica también a dinámicas que a su vez se vuelven “altamente no lineales” y sujetas a bifurcación. El clima es un sistema global “metaestable”, es decir, que se encuentra en la frágil frontera del equilibrio. Al ser desviado de su trayectoria, pasa a otro estado global. Pero este nuevo estado puede ser aún más inestable en su evolución ulterior. La incertidumbre reina en plazos y formas impredecibles. A partir de ahí, la temporalidad en la conducción de la política, como también el contenido de la planificación se presentan de una manera completamente diferente. Se colocan bajo el signo de una incertidumbre particular. Es una incertidumbre insuperable. Esta incertidumbre no depende de nuestras herramientas o razonamientos para comprender lo que está sucediendo. Se debe al carácter mismo de los acontecimientos. Mientras estuve en Bolivia, escribí un artículo de opinión en el JDD sobre esta incertidumbre. Lamento que ésta no haya sido discutida por los planificadores ecologistas (pues hay muchos).
Vuelvo al tema porque esta toma de conciencia debe conducir a una renovación del pensamiento sobre cómo gobernar. La pandemia muestra cómo un sistema global integrado, tal como el sistema económico en el que vivimos, puede tomar una nueva trayectoria debido a una causa mínima (un virus) y fortuita (incluso si la mantención de las causas económicas de las zoonosis aumenta en gran medida la probabilidad de que esto ocurra). Por el momento, todas las consecuencias de esta bifurcación no han revelado aún todos sus efectos. Y tenemos la certeza de que los impactos futuros de esta naturaleza volverán a afectar al sistema mundial. Por el momento, he aprendido una lección parcial. Hela aquí.
La planificación implementa procesos materiales de construcción, producción y consumo. Éstos no podrán ser suficientes porque durante su aplicación, la planificación se verá afectada por las consecuencias directas o indirectas del impredecible cambio climático. Por lo tanto, es urgente reorganizar nuestro pensamiento y comprender que la gestión de las cosas no vale nada sin la participación de las personas, no en un plan en particular, sino en un todo. La larga era de los tecnócratas y de las burocracias nos ha acostumbrado a reducir la política a establecer “medidas”, a datos numéricos, como si lo esencial estuviera siempre en lo que se puede tratar por cantidades. Las cantidades son el reino de los tecnócratas. Pero la producción, el transporte y la distribución son los elementos más vulnerables a la incertidumbre. Este es el momento de decir que el esfuerzo más fructífero y realista debe centrarse en la gestión de las personas más que en la administración de las cosas. En otras palabras, una sociedad movilizada es la respuesta efectiva más sostenible a la ocurrencia de numerosos eventos imprevisibles. Para que esta movilización se haga en profundidad y de manera informada, con conocimiento de causa y espontáneamente solidaria, es necesario reunir ciertas condiciones. En mi opinión, el debate político debe centrarse en estas condiciones. En primer lugar, al reducir el nivel de desigualdades que socavan la confianza mutua y el respeto en la sociedad y, sobre todo, da a algunos la ilusión de que el “cada uno por sí mismo» podría ser efectivo. “Cada cual para sí mismo” implica objetos adquiridos para su propio uso: estanques, generadores, existencias. En realidad, todo esto depende de las cadenas de montaje y transporte, que son precisamente las primeras redes desmanteladas por los acontecimientos del cambio climático. En este sentido esta opción es en gran medida ilusoria y bastante arriesgada. Sin embargo, también es probable que sus partidarios sean los elementos más indisciplinados y los más proclives al uso de la fuerza contra las limitaciones de la acción colectiva. En otras palabras, deben ser vistos como parte del problema y no como parte de la solución. Por otro lado, sería necesario elevar el nivel de cualificación técnica de la población en su conjunto para poder contar con muchos especialistas frente a la destrucción y reconstrucción que habrá que organizar. Y esto en todos los entornos sociales. Esto significa una redistribución amplia de las estructuras, de la formación profesional pública en la que los oficios se reconocen finalmente como ciencias prácticas. Me parece que el aumento de las capacidades de auto organización espontánea de la población se logrará a ese precio. Finalmente, necesitaremos poderosos instrumentos de solidaridad humana que alimenten una educación masiva a la ayuda mutua incondicional. Es de este lado que dedicaría la idea de un nuevo tipo de reclutamiento de jóvenes: distribuiríamos a todos en brigadas de intervención ecológica y de seguridad civil. Pero también es por este lado que será necesario solicitar la contribución de la producción artística, cultural y deportiva. Son vectores esenciales para la construcción del ser humano y sus efectos solidarios. La fórmula de la Armonía a construir entre los seres humanos y con la naturaleza se concretiza así en el desafío ecológico y sus peligros. Y depende de una mayor humanización de los humanos.
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