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Ricardo Ravelo

22/12/2017 - 12:02 am

Narcotráfico: el sexenio del crimen

Sexenios van y vienen y los cárteles de la droga se mantienen de pie, en plena lucha por mantener el control del mercado de estupefacientes. Después de la aventura de Felipe Calderón, iniciada en 2006 con su guerra contra el crimen organizado, nada ha cambiado en el país, por el contrario, los cárteles se han […]

“Después de la aventura de Calderón iniciada con su guerra contra el narco, nada ha cambiado en el país, por el contrario, los cárteles se han fortalecido y se mantienen de pie con nuevos operadores que siguen sembrando violencia y muerte por doquier”. Foto: Cuartoscuro

Sexenios van y vienen y los cárteles de la droga se mantienen de pie, en plena lucha por mantener el control del mercado de estupefacientes.

Después de la aventura de Felipe Calderón, iniciada en 2006 con su guerra contra el crimen organizado, nada ha cambiado en el país, por el contrario, los cárteles se han fortalecido y aún aquellos que se habían considerado exterminados, como “la Familia Michoacana” o la organización Beltrán Leyva –que vino a menos con la muerte de Arturo Beltrán y las detenciones de Alfredo y Héctor –se mantienen de pie con nuevos operadores que siguen sembrando violencia y muerte por doquier.

Lo más desastroso de la guerra de Felipe Calderón –cuyo gobierno fue verdaderamente monotemático porque hizo de una guerra fallida un gran negocio sexenal –es que los cárteles mexicanos no sólo se fortalecieron sino que estiraron sus tentáculos y ramajes hacia otros países.

A Calderón se le debe esa gran expansión criminal con la que México comenzó a exportar violencia al resto del continente. Y es que los grupos criminales mexicanos empezaron a rivalizar con sus pares colombianos y los desplazaron: les quitaron el negocio del transporte de drogas, en otro tiempo uno de los más boyantes para los colombianos.

Los cárteles mexicanos mantuvieron a sus abastecedores colombianos –muchos de ellos operan desde Panamá, Venezuela, Costa Rica y Guatemala –, éste último país se convirtió en una gran bodega de drogas, pues desde ese territorio los estupefacientes se transportan hacia México a través del estado de Chiapas –curiosamente aquí no hay violencia de alto impacto, existe un pacto para que eso no ocurra –y después mueven los cargamentos por Tabasco, bajan a Veracruz –donde cuentan con protección institucional –y luego suben hacia Tamaulipas y, desde ahí, entran a Estados Unidos por cualquiera de los pasos fronterizos.

En México los cárteles siguen de pie y tan firmes como si nadie los combatiera.

Recientemente la Drug Enforcement Administration (DEA) alertó sobre el explosivo crecimiento de los cárteles en México. De acuerdo con la agencia estadunidense, los grupos criminales que en otro momento fueron combatidos y debilitados ahora cobran mayor fuerza y se reposicionan en sus zonas de asiento ya con la complacencia de los gobernadores, ya con el respaldo policiaco y militar. En pocas palabras, el narco ahí sigue tan boyante como si nada los perturbara.

Y es que el poder que actualmente muestran las organizaciones criminales también se debe a que se han dividido en células. Ya no existen los grandes grupos paramidales, al estilo del cártel de Medellín o de Cali. Los cárteles y sus jefes entendieron que para sobrevivir no sólo era necesario internacionalizarse y asociarse con otros grupos sino fraccionarse en células, algo parecido a la guerrilla.

Así, el cártel del Golfo, por ejemplo, en otro tiempo un grupo poderoso y robusto ahora está conformado por siete células, según datos oficiales, entre las que destacan “Los Rojos”, “Los Metros”, “Grupo Dragones”, “Los Fresitas” y “los Ciclones”. Otras dos células –“Los Talibanes” y “Los Pelones” — miembros del mismo consorcio criminal, están afincados en Quintana Roo, donde disputan el territorio con Sinaloa y Zetas.

El cártel del Golfo actualmente está encabezado por José Antonio Romo López y José Alfredo Cárdenas Martínez. Al primero se le conoce como “Don Chucho”, al segundo le dicen “El Contador”.

Según la DEA e informes de la PGR, el cártel de Sinaloa también se ha dividido como una forma de mantenerse firme en el mercado del narcotráfico. Un grupo lo encabezan los hijos de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, encabezados por Alfredo e Iván Archivaldo Guzmán Salazar. Otro Aureliano Guzmán, hermano de “El Chapo”, uno más está bajo el liderazgo de Ismael Zambada García y su viejo socio, Rafael Caro Quintero, quien luego de ser liberado volvió a sus andanzas y ahora opera desde Sonora, una entidad tan boyante como Sinaloa en el tráfico de drogas.

La organización Beltrán Leyva no está exterminada, como se dijo. La DEA y la PGR tienen identificados a sus nuevos cabecillas. Sus nombres: Fausto Isidro Meza Flores, “El Chapo Isidro” y José Luis Ruelas Torres. Ellos tomaron el control del cártel. No tienen buenas relaciones con el cártel de Sinaloa, por el contrario, sus líderes están peleados a muerte y la célula Beltrán Leyva y el Cártel de Jalisco son las principales amenazas para Sinaloa. De ahí que sobre sentido por qué Sinaloa decidió, como otros grupos lo han hecho, dividirse en varios frentes. Es una forma de ocupar más territorio y correr menos riesgo.

Del Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG) se puede decir que es el que más ha crecido en el último lustro: domina diez entidades federativas. Bajo el liderazgo de Nemesio Oceguera, “El Mencho”, esta organización delictiva rivaliza con Sinaloa en el mercado estadunidense, exporta drogas a Europa y dentro del territorio nacional su expansión ha sido sorpresiva: está presente tanto en el Golfo como en el Pacífico y, sin duda, en el centro del país.

En otro tiempo un cártel poderoso, el de Juárez cayó en crisis con la muerte de sus líderes, los hermanos Carrillo Fuentes. Pero mucho ha contado en su reposicionamiento el hecho de que operan en una ciudad fronteriza, el llamado territorio del mal: Ciudad Juárez.

Este cártel ahora ha retomado su poder con nuevos miembros. La PGR identifica, por ejemplo, a Carlos Arturo Quintana, “El 80” y a Julio César Olivas como piezas nuevas de esta empresa criminal.

Los cárteles de “La Familia michoacana” y “Los Caballeros templarios” no han desaparecido, como se ha dicho. De acuerdo con datos de la DEA y de la PGR actualmente lo encabeza Fernando Cruz Mendoza, mejor conocido en el mundo del hampa como “El Tena”. Junto con él está “El Gallido”, quien responde al nombre de Homero González.

Este cártel –uno de los más violentos, escisión de La Familia Michoacana –opera en los municipios michoacanos de Aquila, Coahuayana (aquí existe pequeño muelle para el desembarco de drogas), Coalcomán, Tumbiscatio y Apatzingán.

De Los Zetas hay versiones encontradas: por un lado se afirma que cada vez está más debilitado, pero eso está en duda. “Los Zetas” , primer cártel que utilizó el paramilitarismo en sus tareas delictivas, dominaba unos quince estados en los tiempos en que era dirigido por Heriberto Lazcano Lazcano, “El Lazca” y Miguel Treviño Morales, “El Z-40”. Después vino a menos y ahora, según la PGR, sólo tiene tres bloques: Dos grupos operativos denominados Zetas y otro que se autodenomina Fuerzas Especiales Zetas.

Por lo que respecta al cártel de Tijuana –fundado en los años ochenta por los hermanos Benjamín y Ramón Arellano Félix –también existen datos duros de que se ha reposicionado con nuevos elementos.

Según la DEA y la PGR, en Baja California –su feudo –opera con las células encabezadas por personajes a quienes las autoridades sólo han identificado por sus alias: “El Chan”, “El Jorquera” y “El Quieto”. Su radio de acción es el estado de Baja California, particularmente en los municipios de Mexicali, Tecate y Tijuana , pero también se afirma que algunos de sus brazos llegan al Estado de México, Guerrero y Michoacán. Y existen razones que lo refuerzan: la droga que mueven hacia Estados Unidos es abastecida desde estas entidades.

Frente a este panorama, donde resulta evidente el repunte del crimen organizado y de los cárteles, el gobierno de Enrique Peña Nieto nada ha hecho. Sin estrategia y sin un proyecto claro para frenar la violencia, el país parece estar encaminado hacia una mafiocracia, donde el crimen organizado hace y deshace y no sólo eso: pone y quita autoridades, financia campañas políticas, transa con el poder y goza de plena impunidad, su salud más rebosante.

Ricardo Ravelo
Ricardo Ravelo Galó es periodista desde hace 30 años y se ha especializado en temas relacionados con el crimen organizado y la seguridad nacional. Fue premio nacional de periodismo en 2008 por sus reportajes sobre narcotráfico en el semanario Proceso, donde cubrió la fuente policiaca durante quince años. En 2013 recibió el premio Rodolfo Walsh durante la Semana Negra de Guijón, España, por su libro de no ficción Narcomex. Es autor, entre otros libros, de Los Narcoabogados, Osiel: vida y tragedia de un capo, Los Zetas: la franquicia criminal y En manos del narco.

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