El puto corralón (Crónicas cotidianas)

23/03/2012 - 12:02 am

Un chiste pseudo feminista afirma que a las mujeres se nos dificulta estacionar el auto porque los hombres nos han distorsionado distancias y proporciones, de tanto que ellos exageran “su tamaño”. Quizá, porque a mí me parecía el espacio perfecto. Al salir del auto me di cuenta que la defensa sobresalía algunos centímetros y me prometí regresar a moverlo.

Nunca regresé. Entre la cotización que exigía mi jefe, “tienes que mandarla antes de las 7 pm”, el hambre y el sueño, caí en los brazos de Morfeo. Al día siguiente me levanté, fresca como lechuga, a tomar café, desayunar y preparar una reunión al sur de la ciudad. Caminé al lugar donde había estacionado mi coche y no lo encontré. Como no soy muy aprehensiva para estas cuestiones, decidí ampliar el perímetro de exploración. Seguro me equivoqué de calle, pensé. No me ubicaba bien en ese entonces la colonia Roma, recién repatriada al DF. En realidad no ubicaba nada. Caminé y caminé con tacones, cosa que no soporto. Me duelen los pies y lo hago sin gracia.

Un señor que cuida coches se ofreció a ayudarme. La desesperación comenzó a hacer mella en mi tolerancia hacia los consejos del amable acompañante. El reloj avanzaba, y yo no tenía ni la más remota idea de dónde estaría mi coche.

Pasada una media hora, me paré en el lugar donde según yo había estacionado mi coche y decidí preguntar en la tienda de abarrotes si esto era producto de mi imaginación o si efectivamente habían visto estacionado un Matiz gris.

– “Uyyyy…. Señorita, se lo llevó la grúa bien temprano”.

– Mierda, alcancé a contestar.

¿Qué seguía? Corralón, en viernes. Toda una odisea.

Reprogramación de agenda. Cajero de inmediato. Tomar un taxi. Písele por favor, le dije al señor. Mientras imaginaba la amputación de radio y otros despojos que pudieran hacer a mi auto en lo que yo me desplazaba, hablaba con las operadoras de Locatel. Tono de espera y un menú interminable de opciones.

El taxista, más ducho en estos asuntos, decidió apiadarse de mí y paró su coche con un tránsito. Golpe de suerte. La pareja 002 le pregunta a la pareja 120 dónde se ubicaba el coche con placas de Jalisco XXXX. “Pues que en el corralón del Centro”.

Imposible llegar. Conservar mi empleo obliga asistir a una comida impostergable, apresuro el vino, la plática y los acuerdos. Hago mi mejor esfuerzo para no parecer ansiosa, aunque mi pierna debajo de la mesa denota la desesperación por largarme de ahí e ir al rescate de mi automóvil.

El taxista no me falló. Me esperó y a las 5 de la tarde estaba en marcha. Durante el camino llamé al teléfono del corralón y una mujer me dijo que me apurara porque a las 6 cerraban. Llegué al corralón a eso de las 6 y cuarto de la tarde.

Una fila de personajes me voltearon a ver, como pensando, otra más que se le va una parte de la quincena. Ojos curiosos de lástima y comprensión.

La burocracia de este lugar es una belleza. Necesitas la copia de que eres titular, pagos en orden y fotocopias a nueve pesos de toda tu documentación. Lucrativo, por no decir un robo. No sé, podría aventurar que pagaron algunos cuarzos de la estela de luz con las “recaudaciones”.

Después, la fila. Una fila donde las señoras quieren discutir con el cajero las razones por las cuales no deberían cobrarle los 800 pesos que cuesta la multa. Estuve tentada a explicarle a la señora que al cajero se le paga. No se le explica nada. Si quiere uno explicar, pues vas a la autoridad correspondiente, pero así no funcionan los corralones y la desesperación de todos los que estábamos ahí era evidente. Estoy segura que los murmullos en la fila llegaron a los oídos de la señora porque por fin pagó y pudimos fluir.

Es recomendable llevar efectivo para estas ocasiones porque, en palabras del cajero “a veces te acepta y a veces no te acepta la terminal”. O sea que si como Zedillo, no llevas “cash”, puedes o no puedes valer madre. Y el tiempo sigue corriendo y puede que no saques tu coche y entonces te avientas otra vez el recorrido. Afortunadamente no fue el caso.

Una vez pagado el trámite, caminé hasta el lugar donde estaba aparcado mi coche. Lo encuentro con los cristales rayados de blanco, con letras y números. No sé qué utilicen pero es muy difícil de borrar. Como la letra escarlata, exhibes en el pecho que para tu desgracia, rompiste una regla, y esto se paga.

Con indicaciones precarias del amable taxista, salí con mi coche y la calle Lorenzo Boturini me trajo de regreso a casa.

Jamás he vuelto a estacionarme en un lugar prohibido o dudoso, y, de preferencia, anoto en un post-it las calles donde lo dejé, para que no vuelva a sucederme.

El chiste me salió caro, entre propinas, taxímetros y copias. He decidido hacerme más ducha en materia de tamaños y distancias para que no vuelva a sucederme. Aunque eso implique cantarle las netas a algún galán presuntuoso. No quiero regresar al puto corralón.

 

@mariagpalacios

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