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María Rivera

23/03/2022 - 12:03 am

A volar

“Es una fatal ironía, porque muchos de ellos razonaron su voto en función de que el nuevo Gobierno terminaría con la militarización. Es por ello que parte de la opinión pública de la  izquierda que no es lopezobradorista, ha pasado del azoro a la oposición, ante un cambio impensable, de transferencia de poder civil al poder militar”.

Visitantes caminan en la explanada del edificio terminal del AIFA. Foto: Crisanto Rodríguez, SinEmbargo

Ya tenemos nuevo aeropuerto, querido lector, en la Ciudad de México. Es un aeropuerto construido y concesionado al Ejército. Una novedad, sin duda. Ver botargas gigantes de militares, acostumbrarse a que generales formen parte ya de la vida política, como nunca antes, o por lo menos, que hayamos visto muchos. Un Ejército que hasta antes de que llegara López Obrador al poder era criticado por violar derechos humanos, asesinar a mansalva durante la llamada “Guerra contra el narcotráfico”, que comenzó durante la Presidencia de Felipe Calderón y que desató una ola de brutal violencia que continúa hasta nuestros días.

Quizás, lo más notable de la inauguración del AIFA sea además de las instalaciones, sobre las que se ha hecho énfasis y que merece un comentario aparte, el lugar que el Ejército está ocupando en la vida política del país y que hoy se ve, literalmente, materializado en la nueva terminal que cuenta, además, con un museo militar.

Una de las razones que ha esgrimido el Presidente para entregar al Ejército bienes y funciones que eran civiles, es que esto garantizará que esos bienes no puedan ser privatizados por gobiernos posteriores “neoliberales  y corruptos”. Una medida que tiene algo de ilegítima, porque el poder está acotado por el tiempo, justamente, y las democracias se rigen por los votos, cambiantes, de los ciudadanos, además de por las leyes que a lo largo de la historia hemos construido, como es la Constitución.

Podemos estar de acuerdo o no, pero resulta muy cuestionable, por donde se le vea, cambiar la naturaleza civil del país y no deja de ser desasosegante pensar que esas reformas no pasaron por ninguna aprobación mayoritaria, ni fueron presentadas como parte del nuevo Gobierno, siendo tan capitales como hemos visto estos años.

Seguramente, si López Obrador hubiese presentado su plan de militarización, algunos de los votantes que lo apoyaron, no hubieran votado por él. Es una fatal ironía, porque muchos de ellos razonaron su voto en función de que el nuevo Gobierno terminaría con la militarización. Es por ello que parte de la opinión pública de la  izquierda que no es lopezobradorista, ha pasado del azoro a la oposición, ante un cambio impensable, de transferencia de poder civil al poder militar.

Naturalmente, no hay nadie que pueda cuestionar la constante y progresiva militarización, porque el Poder Legislativo está convertido en el brazo del Poder Ejecutivo como en los viejos tiempos. La resurrección de los soldados del Presidente y del régimen lo ha invadido casi todo, desde los medios alineados como son las cadenas televisivas y radiofónicas; los grandes intereses empresariales y hasta a los políticos de la oposición priista que aplauden al Presidente y su proyecto de esa manera, tan mexicana y obsequiosa, de crear cohesión.

En este sentido, la ceremonia de inauguración del aeropuerto fue un gran escenario para la expresión de lealtades, porras y una oportunidad inmejorable para la demagogia que es, desde que comenzó el sexenio, la materia de su política cultural.  La “tianguización” ha sido una constante en sus actividades y forma parte de la concepción misma “del cambio”, consistente en una deliberada reducción y banalización de los campos artísticos y culturales en pos de una visión incluyente, en la cual se utilizan elementos tradicionales como vehículos de una narrativa identitaria.

Lo realmente llamativo, sin embargo, no es el comercio informal dentro de un aeropuerto que ha sido convertido en escenario de un festejo popular, con tlayudas o lectura de cartas, amlitos y camisetas, mariachis y bailes folclóricos, sino la propaganda política que está mezclando los campos artísticos y culturales, con los campos militares, legitimando el nuevo rol que “la Cuarta Transformación” decidió otorgarle a las fuerzas armadas tras llegar al poder. Tal es el caso del documental sobre la construcción del aeropuerto, de Epigmenio Ibarra, que el Presidente promovió días antes, y en el que se exalta el “nuevo” papel del Ejército bajo su conducción, patriótica y desinteresada. Una pieza bien elaborada de propaganda, con su carga emotiva, que fue celebrada con expresiones conmovidas por seguidores y funcionarios del Gobierno.

De hecho, como ya he señalado en otras columnas, el Ejército ha sido también el encargado de llevar a cabo importantes festividades cívicas que en otro tiempo hubiesen sido encargadas a las instituciones culturales, y que abarcan desde presentaciones dramáticas, musicales, bailables y productos editoriales como memorias históricas.

El desplazamiento de instituciones civiles, de sentido y valores que estamos presenciando no tiene antecedentes, no sobra decirlo y comienzo a dudar, seriamente, si la Secretaría de Cultura no terminará el sexenio en Campo Marte. Si no estamos en la fase dos de su transformación y pasará de una mera agencia de cursi propaganda oficial, a una agencia de propaganda militar o sencillamente desaparecerá bajo el macahuitl, el cuerno de chivo y un bonito huipil.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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