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María Rivera

23/09/2020 - 12:03 am

Defensa de la democracia

. El clima de linchamiento por motivos políticos que el Presidente promueve desde su mañanera agrava ominosamente el estado de las cosas y exhibe, lastimosamente, que el espíritu de su Gobierno no es ni amplio, ni plural, ni está a favor de las libertades.

AMLO, Presidente de México, crítica al periódico Reforma en su conferencia mañanera del 14 de julio. Foto: Moisés Pablo, Cuartoscuro.

Escribo esta columna contrariada. En realidad, debería ser una carta abierta al Presidente López Obrador. Tal es su naturaleza. El motivo es, más que analizar o narrar los últimos acontecimientos, exponer lo que pienso sobre los hechos suscitados a raíz de la carta que 650 personas, miembros de la sociedad civil, publicaron en defensa de la libertad de expresión en México. En realidad, –y como escribía la semana pasada– coincido con mucho de lo que dicha carta asienta, en términos generales. Solo no comparto el diagnóstico de que la libertad de expresión en México “esté bajo asedio” ahora por el Gobierno lopezobradorista y en la generalización que se hace sobre las represalias a medios independientes y críticos.

Y es que la libertad de expresión en México lleva bajo asedio muchos más años de los que lleva López Obrador en el poder. Como es sabido, nuestro país desde hace décadas es uno de los más peligrosos para llevar a cabo el periodismo. Los poderes criminales coludidos con poderes estatales son el mayor riesgo que corre la prensa, hoy como ayer. Ha sido a tal grado silenciado el periodismo que durante años no hubo en varios estados de la República, como Tamaulipas, prensa capaz de cubrir las noticias relacionadas con el narcotráfico y a menudo violaciones atroces a los derechos humanos fueron silenciadas por el poder corruptor del crimen. A esto se debe la gran cantidad de periodistas asesinados, desaparecidos y torturados en un país que lleva años sumido en una guerra. Obviamente, bajo este contexto, atacar a la prensa desde el poder presidencial no hace sino agravar la vulnerabilidad en que se ejerce la libertad de expresión en nuestro país. El clima de linchamiento por motivos políticos que el Presidente promueve desde su mañanera agrava ominosamente el estado de las cosas y exhibe, lastimosamente, que el espíritu de su Gobierno no es ni amplio, ni plural, ni está a favor de las libertades. No necesita censurar a sus críticos, como solía hacerse, para evidenciar su rechazo a la pluralidad. Sus diatribas y su visión maniquea de la realidad y las realidades del país tienen efectos nocivos tanto en el aparato estatal –que en los hechos discrimina a ciudadanos– como en una sociedad profundamente dividida. No veo cómo atizar los odios vaya a traer como consecuencia una mejora en la vida de las personas o algún tipo de justicia y sí, en cambio, veo con total claridad que gestar una mayoría rabiosa contra minorías, grupos o personas determinados desde la tribuna presidencial atenta contra el sentido profundo de una democracia.

Resulta evidente que el Presidente se piensa más como un contendiente político de una facción que como un servidor público obligado a guardar sus filias y fobias personales, y sigue utilizando los medios del Estado para atacar a sus enemigos políticos de manera indebida. Estos ataques cometidos contra críticos y opositores son, innegablemente, un abuso de poder y como tal deben de denunciarse. No necesita llevar sus animadversiones y su rechazo a la crítica a niveles dictatoriales y de censura generalizada para que la situación sea muy preocupante: ya lo es. Las evidencias de venganzas políticas a través del uso faccioso de las instituciones públicas como la sanción de la Secretaría de la Función Pública contra Nexos y las amenazas del director del Fondo de Cultura Económica hablan ya de un estado de cosas inaceptable.

Es una necedad presentar las diatribas de López Obrador como parte de un debate intelectual nacional. No, el Presidente no es un ciudadano más en el libre ejercicio de su libertad de expresión. El Presidente trabaja, o debiera trabajar, para todos los mexicanos y no utilizar su poder para sobajar y amedrentar a ciudadanos por más que lo hayan agraviado en el pasado o representen todo aquello que él desprecia e incluso aunque la razón le asistiera. Y es que, estoy segura, al Presidente le asiste la razón en el diagnóstico que hizo del país y del sistema. De otra manera, no hubiese ganado las elecciones con una mayoría tan amplia. Pero el bono democrático que le otorgamos quienes votamos por él no implicaba que se comportara como sus predecesores, con la misma inquina y con el mismo desprecio que padeció su movimiento durante más de una década. No implicaba, por supuesto, la denigración, ni la humillación públicas, sino que cambiara esa estructura que permitió la privatización de facto de los recursos del Estado. ¿De verdad creerá que la justicia que anhelábamos consistía en conservar a los viejos funcionarios priistas impunes o en concederle a sus allegados las instituciones para que las ocupara una mafia diferente pero igual de corrupta y facciosa?, ¿de verdad creerá que vemos en las venganzas actos de justicia?, ¿creerá que la discrecionalidad es buena si beneficia a otros?, ¿de verdad creerá que consideramos legítima la censura si se aplica a nuestros “adversarios” y no en nosotros?

Lamentablemente, al menos para mí, me parece obvio que sí, el Presidente piensa, está convencido, que votamos por él no como un Presidente de todos sino de “nosotros”. Está convencido de que lo que nos mueve es la venganza y no el bien de todos y que nos satisface contemplar, todos los días, cómo defenestra a los críticos, así sean periodistas, medios, intelectuales, artistas, científicos, defensores de derechos humanos o feministas. Que nos hace felices ver a sus periodistas a modo mientras le dice “pasquín inmundo” a un medio, mientras dispone de los medios públicos como medios de propaganda gubernamental y se burla de escritores al tiempo que ha creado una nueva casta de intelectuales orgánicos y funcionarios a su servicio dispuestos a censurarlos.

Es, evidentemente, una traición profunda a la democracia y una tragedia para quienes como yo soñamos con un país donde cupiéramos todos aún con nuestras diferencias, un país justo y por ende plural, no monopolizado por quienes son favorecidos por el poder en turno. No, no queríamos la misma injusticia solamente que ejercida por ellos. Sí, es una tragedia para quienes como yo caminamos tantas veces a lado de ese movimiento, que protestamos contra el desafuero y el fraude electoral, que vimos a los medios humillarnos y silenciarnos, que sabemos que la libertad de expresión se acotó de muchas maneras y con largos tentáculos intelectuales desde las oficinas públicas y padecimos, en carne propia, ataques y censura por nuestras críticas al Gobierno.

Precisamente por ello no puedo sino defender el derecho a la crítica de todos, así ese derecho sea de quienes opinan totalmente diferente a mí, mis “adversarios” ideológicos, e incluso, el de aquellos que fueron instrumentos censores del poder. Porque, justamente, yo voté para eliminar esas injusticias, no para que se reprodujeran en otros y porque no, no votamos para obtener los favores del poder, sino las bondades de la justicia.

 

 

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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