Ciudad de México, 24 de enero (SinEmbargo).- Todo lo que puedo decir en este momento del recientemente fallecido escritor y artista plástico chileno Pedro Lemebel (1952-2015) es que por él usaré la primera persona en esta crónica doliente, tan poco cínica, con cero de ironía, triste, eso sí, muy triste.
Porque todos los recuerdos con Pedro Lemebel son personales.
Precisamente porque nunca lo conocí, porque nunca lo entrevisté y porque la única vez que lo tuve enfrente lo detesté en forma inconmensurable.
Pero hay seres así, escritores como Pedro Lemebel a quien pocos conocen personalmente, pero todos los que saben de él, los que lo han leído (y son muchos quienes lo han leído) lo consideran un hermano.
Todos los recuerdos con Pedro Lemebel son personales. Ya lo dije. Lo digo otra vez.
Como el de la periodista chilena Francisca Yolin, hace más de una década radicada en México y quien al enterarse de la muerte del autor de Adiós, mariquita linda, experimenta una tristeza honda, personal.
“Me da mucha tristeza. Me gustaba lo colorido que era en un país tan gris, me gustaba cómo escribía crónica, cómo mostraba a Chile, me gustaba que provocaba sin pudor. Era un animal de carnaval sin vergüenza”, dice a SinEmbargo.
Un animal de carnaval desvergonzado. Pavada de definición. Dan ganas de ponerla en negritas: Un animal de carnaval desvergonzado.
Desde la red social, con eco melancólico, el músico también chileno Gabriel Puentes, escribe: “Moni, ¿supiste que murió Pedro Lemebel? Puras malas noticias, ya sabes”, dice el baterista de jazz que integraba el trío de Eugenio Toussaint y que la semana pasada despedía a su colega Aleph Castañeda, el contrabajista veracruzano fallecido a los 40 años víctima de una enfermedad pulmonar.
“Una de las imágenes más vívidas que tengo de mi vida en Santiago, fue pasar por la librería Metales Pesados y ver, en el fondo, a Lemebel platicando con Mario Bellatin”, recuerda el escritor de Mexicali Alejandro Espinoza, autor de la reciente novela En tiempos de la ocupación.
Y precisamente, uno de los recuerdos personales más vívidos en torno a Pedro Lemebel es el rostro desencajado de Mario Bellatin cuando contaba alrededor de una mesa de un bar en La Condesa, en la que también estaba el escritor y periodista argentino Daniel Link, sus peripecias con Pedro durante un encuentro literario en Chile.
“No vuelvo ni loco”, decía el autor de Salón de belleza con rostro asustado.
Efectivamente, Bellatin parecía adorar a Lemebel, aun cuando le costara sumarse a ese ritmo frenético con que el escritor que dejó crónicas inolvidables en libros imprescindibles (Tengo miedo, torero y Loco afán: Crónicas de un sidario) encaraba su existencia.
A tope. Contra todos. Con resentimiento, ira y mucha provocación. Así era. Así se movía.
Como cuando hace tres años Chile fue el invitado de honor en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara y él era una de las presencias más esperadas. Su participación, sin embargo, fue un fiasco. Tardó más de media hora en iniciar un espectáculo que la mayor parte del público consideró “soporífero” y del que no podían retirarse hasta el final, “por estrictas órdenes” del escritor.
Los que pugnaron por entrar, luego tuvieron que hacer mucha fuerza para salir y él tan Pedro, tan Lemebel, recordado por su colega y compatriota Pablo Simonetti en la víspera, sobrellevaba su ser “dulce y punzante” con hidalguía y la parsimonia propia del que todo le vale un cacahuate.
“Muerto de pena. Murió Pedro Lemebel. Lo voy a recordar así: dulce y punzante, como una Sibila”, escribió Simonetti, autor de la reciente Jardín, una de las novelas más leídas en Chile en 2014.
HABLÓ POR SU DIFERENCIA
“Hablo por mi diferencia”, dijo con una hoz y un martillo pintados en su cara y tacones altos en los pies en una cumbre clandestina de partidos de izquierda celebrada durante la dictadura del general Augusto Pinochet (1973-1990), recordó el periodista Mauricio Weibel en un hermoso perfil publicado por la agencia dpa.
Allí, recuerda Weibel el nacimiento de Pedro el 21 de noviembre de 1952, “en medio de la pobreza, en los márgenes del Zanjón de la Aguada, por entonces un afluente de aguas residuales que desembocaba en el Mapocho, el río que atraviesa Santiago de Chile.
Hijo de un panadero y una mujer sin instrucción, fue educado en colegios técnicos, donde los oficios de forja de metal y carpintería sólo le dejaron amargos recuerdos, como confesó después”, evoca Mauricio.
Recibido como profesor de Artes Plásticas por la Universidad de Chile, no lo quisieron las instituciones educativas. Era “demasiado” homosexual para una sociedad tan conservadora como la del país sudamericano.
Y fue así que se hizo escritor. En talleres literarios donde fue afilando su pluma revolucionaria y contracultural, en colectivos gay como las “Yeguas del Apocalipsis”, donde encarriló su fe militante mediante recordados actos públicos donde el escándalo era lo de menos y los rescoldos que dejaban sus incendios pasaban a ser lo más.
Más, siempre más, como una serpiente bulímica incapaz de morderse la cola, pero empeñada en dejar huellas indelebles en la de los otros, Lemebel se definía por el exceso y era al mismo tiempo una criatura originaria del más carente de los mundos, sin defensas y con hambre. Por tanto insaciable, a menudo voraz.
Conferencias en las universidades de Stanford y Harvard, además de charlas en la Casa de las Américas de La Habana.
La Beca Guggenheim, el premio Anna Seghers en Alemania y el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso son las medallas oficiales de un hombre que buscaba tal vez cucardas más prosaicas en el torso de un efebo, por ejemplo, aunque –a qué negarlo- le fascinaba ser famoso, sentirse importante.
Lo llora en México la legendaria Margo Glantz: “lamento muchísimo la muerte de mi amigo”, escribe.
“Y que se muere Manuel Rodríguez de nuevo. Y que se muere Víctor Jara. Y con él también Lira. Y Nicanor Parra no, porque ese sí nunca se muere…puta, qué pena”, apunta el jovencísimo editor y periodista Mario Villagrán desde la redacción de la revista Life & Style.
“Amé su crónica de “Loba la mar”. Y su vida. Un ejemplo de un ser sensible y comprometido”, afirma desde Guadalajara la editora, periodista y docente Rosa Esther Juárez.
Desde tierras tapatías, el director de la Radio UDG, Ricardo Salazar lo cita: “tengo cicatrices de risas en la espalda”.
“Ha muerto Pedro Lemebel. Ícono de la contracultura chilena, cronista de la marginalidad, Irreverente, transgresor, honesto. Gran pérdida”, escribe en Twitter la diputada colombiana Piedad Córdoba Ruiz.
QUE HAYA BAILE DONDE VAYAS
Pero no nos engañemos, donde lo lloran en forma casi unánime es en Chile, su tierra natal. Lo cual es una extrañeza viniendo de los chilenos, esos seres casi extraterrestres que decidieron darle el Premio Nacional de Literatura a Gabriela Mistral después de que ella ganara el Nobel y donde no se ponen de acuerdo ni para determinar si hace frío o calor (datos que suelen ser un poco más objetivos y menos discutibles en otras culturas).
Pero Pedro ha conseguido el gran milagro chileno. Todos acordaron hoy en la tristeza por la pérdida de un autor al que las autoridades culturales de su país de origen calificaron de “imprescindible”.
Eso sí, este año, a pesar de la campaña de intelectuales, artistas y estudiantes para que le otorgaran el Premio Nacional, las autoridades culturales chilenas hicieron oídos sordos y se lo dieron a Antonio Skármeta. Cosas que pasan en Chile.
“Que haya baile donde vayas”, pide el joven director de la editorial independiente Alquimia.
“Pedro Lemebel, revolucionario de las letras y la vida, gracias por todo lo que nos dejas. Tu pluma y tu rebeldía se quedan entre la gente”, promete la joven política Camila Vallejo
“Lo lloraremos como a los héroes muertos”, escribe Álvaro Bisama y el periódico La Tercera lo llama “escritor nacional”.
“Podría escribir sin lengua”, dijo, y siguió vociferado ya sin garganta. Le puso su voz al cáncer para expulsarlo por su boca rabiosa y rebelde antes de largarse. Vuelve pronto, Pedro, ya empezamos a esperarte”, pidió la escritora Lina Meruane.
Ha muerto de un cáncer de laringe a los 62 años. Se llamaba Pedro Lemebel. Y como diría Julio Cortázar: “Yo tuve un hermano /no nos vimos nunca/pero no importaba”.
HABLO POR MI DIFERENCIA
No soy Pasolini pidiendo explicaciones /No soy Ginsberg expulsado de Cuba / No soy un marica disfrazado de poeta / No necesito disfraz / Aquí está mi cara / Hablo por mi diferencia / Defiendo lo que soy / Y no soy tan raro / Me apesta la injusticia / Y sospecho de esta cueca democrática / Pero no me hable del proletariado / Porque ser pobre y maricón es peor / Hay que ser ácido para soportarlo / Es darle un rodeo a los machitos de la esquina / Es un padre que te odia / Porque al hijo se le dobla la patita / Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro / Envejecidas de limpieza / Acunándote de enfermo / Por malas costumbres / Por mala suerte / Como la dictadura / Peor que la dictadura / Porque la dictadura pasa / Y viene la democracia / Y detrasito el socialismo / ¿Y entonces? / ¿Qué harán con nosotros compañero? / ¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos / con destino a un sidario cubano?
Nos meterán en algún tren de ninguna parte / Como en el barco del general Ibáñez / Donde aprendimos a nadar / Pero ninguno llegó a la costa / Por eso Valparaíso apagó sus luces rojas / Por eso las casas de caramba / Le brindaron una lágrima negra / A los colizas comidos por las jaibas / Ese año que la Comisión de Derechos Humanos / no recuerda / Por eso compañero le pregunto / ¿Existe aún el tren siberiano / de la propaganda reaccionaria? / Ese tren que pasa por sus pupilas / Cuando mi voz se pone demasiado dulce / ¿Y usted? / ¿Qué hará con ese recuerdo de niños / Pajeándonos y otras cosas / En las vacaciones de Cartagena? / ¿El futuro será en blanco y negro? / ¿El tiempo en noche y día laboral / sin ambigüedades? / ¿No habrá un maricón en alguna esquina/ desequilibrando el futuro de su hombre nuevo? / ¿Van a dejarnos bordar de pájaros / las banderas de la patria libre?
El fusil se lo dejo a usted / Que tiene la sangre fría / Y no es miedo / El miedo se me fue pasando / De atajar cuchillos / En los sótanos sexuales donde anduve / Y no se sienta agredido / Si le hablo de estas cosas / Y le miro el bulto / No soy hipócrita / ¿Acaso las tetas de una mujer / no le hacen bajar la vista? / ¿No cree usted / que solos en la sierra / algo se nos iba a ocurrir? / Aunque después me odie / Por corromper su moral revolucionaria / ¿Tiene miedo que se homosexualice la vida? / Y no hablo de meterlo y sacarlo / Y sacarlo y meterlo solamente / Hablo de ternura compañero / Usted no sabe / Cómo cuesta encontrar el amor / En estas condiciones / Usted no sabe / Qué es cargar con esta lepra / La gente guarda las distancias / La gente comprende y dice: / Es marica pero escribe bien / Es marica pero es buen amigo / Súper-buena-onda / Yo no soy buena onda / Yo acepto al mundo / Sin pedirle esa buena onda / Pero igual se ríen / Tengo cicatrices de risas en la espalda / Usted cree que pienso con el poto / Y que al primer parrillazo de la CNI / Lo iba a soltar todo / No sabe que la hombría / Nunca la aprendí en los cuarteles / Mi hombría me la enseñó la noche / Detrás de un poste / Esa hombría de la que usted se jacta / Se la metieron en el regimiento / Un milico asesino / De esos que aún están en el poder / Mi hombría no la recibí del Partido / Porque me rechazaron con risitas / Muchas veces / Mi hombría la aprendí participando / En la dura de esos años / Y se rieron de mi voz amariconada / Gritando: Y va a caer, y va a caer / Y aunque usted grita como hombre / No ha conseguido que se vaya / Mi hombría fue la mordaza / No fue ir al estadio / Y agarrarme a combos por el Colo Colo / El fútbol es otra homosexualidad tapada / Como el box, la política y el vino / Mi hombría fue morderme las burlas / Comer rabia para no matar a todo el mundo / Mi hombría es aceptarme diferente / Ser cobarde es mucho más duro / Yo no pongo la otra mejilla / Pongo el culo compañero / Y ésa es mi venganza / Mi hombría espera paciente / Que los machos se hagan viejos / Porque a esta altura del partido / La izquierda tranza su culo lacio / En el parlamento / Mi hombría fue difícil /Por eso a este tren no me subo / Sin saber adónde va / Yo no voy a cambiar por el marxismo / Que me rechazó tantas veces / No necesito cambiar / Soy más subversivo que usted / No voy a cambiar solamente / Porque los pobres y los ricos / A otro perro con ese hueso / Tampoco porque el capitalismo es injusto / En Nueva York los maricas se besan en la calle / Pero esa parte se la dejo a usted / Que tanto le interesa / Que la revolución no se pudra del todo / A usted le doy este mensaje / Y no es por mí / Yo estoy viejo / Y su utopía es para las generaciones futuras / Hay tantos niños que van a nacer / Con una alita rota / Y yo quiero que vuelen compañero / Que su revolución / Les dé un pedazo de cielo rojo / Para que puedan volar. (Pedro Lemebel, 1952-2015)