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Tomás Calvillo Unna

24/04/2019 - 12:03 am

La erosión de la cultura

La conciencia requiere entrenarse para llegar preparada a reconocer su despertar, en ello toda cultura debía poner atención y esfuerzo, nos ayudaría a relajar nuestras permanentes tensiones que suelen terminar en actos violentos. La cultura es el entrenamiento, por diversas vías, de ese despertar.

Signos al Fin. Pintura Tomás Calvillo Unna

La Historia sopla el cuerno de caza
y el mago nos saluda desde el escenario.
(José Carlos Becerra 1936-1970)

Despertar es morir. ¿Dónde estamos? Es la pregunta, nos advierte de la distancia que explica en mucho nuestro quehacer y su sentido más profundo; el cómo elegimos asumirla determina el destino de las culturas.

Si nos abocamos a una peregrinación, recorremos un sendero de fe, teñido por credos religiosos. Si no otorgamos simbolismo a nuestros pasos, aceptamos una finitud existencial. Si sostenemos la pregunta sin dar importancia a los rumbos posibles, abrimos un paréntesis que nos confronta; la vida se convierte en un acertijo y aún más en una fundamental y vasta interrogante. Podemos afirmar así, que nuestra esencia o parte relevante de ella, es una pregunta. En realidad cualquier respuesta no alcanza a descifrar la presencia fugaz de nuestros pasos. Pasamos, de una u otra manera. Ese pasar implica muchas cosas. No obstante el recorrido puede ser una forma de ausencia, de sin sentido, un movimiento mecánico y biológico cuya pretensión es solo el suceso que expresa.

Si estamos muriendo y ello implica la condición indispensable sin la cual no podemos tener conciencia del existir; las preguntas sobre el caminar y el lugar, es decir, la tierra donde sucede esta experiencia, se evidencian como elementos eje de nuestra comprensión. La cultura que nos absorbe no detecta esa relevancia; en el fondo los ignora y da la impresión que le estorban, le hacen ruido.

Hay un apaciguamiento vía el propio aturdimiento que termina por alienarnos más; nos convierte en habitantes brumosos de un conglomerado de espacios urbanos que escenifican una rutina en aparente cambio continuo. De esta manera se diluye cualquier narración que pretenda ahondar en la interrogante que cuestiona la certeza de lo que sucede. La suma cero es el resultado de la congestión manifiesta del todo globalizador.

¿De qué callada manera…? Es el verso de una canción, para sentarnos en la banca del parque público, de la escuela, de la iglesia, de la parada del autobús, del consultorio, la banca de Esperando a Godot, y ahí y así, preguntar ¿dónde estamos? no en términos políticos o históricos, si no personales, existenciales como suele decirse.

La conciencia requiere entrenarse para llegar preparada a reconocer su despertar, en ello toda cultura debía poner atención y esfuerzo, nos ayudaría a relajar nuestras permanentes tensiones que suelen terminar en actos violentos. La cultura es el entrenamiento, por diversas vías, de ese despertar.

La pretensión de todo tipo define en mucho nuestra era y nos define, la exposición permanente para ocupar un sitio preponderante se convierte en un fin en sí mismo, enaltece la ilusión del poder y desde ahí se ejerce el dominio; el hábito del dominio refuerza la ensoñación que tarde o temprano se manifiesta en pesadilla. Este ciclo es una constante, y a pesar de ello somos incapaces de impedirlo. Sus dimensiones son colectivas (la política es uno de sus escenarios emblemáticos y ciertamente saturado de crueles engaños) e individuales (anidamos nuestras imágenes exponencialmente en  lo virtual, como extras permanentes de una función de gala que nunca termina de estrenarse).

Cómo recuperamos ese tiempo-espacio donde se manifiesta con claridad la exigencia de observar-contemplar el proceso de finitud, que nos permite ahondar en la experiencia de vida, sin más: de alguna manera puede describirse, como un retorno sin que lo sea del todo, a sí mismos y entender el pasado como la contundencia del saber que nos advierte del anzuelo del mañana.

La libertad interior está sembrada en esa determinación que nos enfrenta a una decisión definitiva que no se puede negociar, ni pretender esquivar.

Estamos en esa distancia que nos permite asumir la comunión de nuestras soledades como un primer paso de comunicación sin atisbos. El diálogo es una consecuencia de este ejercicio al afirmar y asumir nuestra naturaleza en su desmoronamiento, es decir, en el abandono de la morada.

Estamos de paso, esto conlleva, la distancia como señal entrañable que nos define.

Tal vez ello también explique la velocidad, su aceleramiento como obsesión de la modernidad cuya densa sombra nos alcanza; acortar cada vez más distancias y tiempos: un tobogán civilizatorio; ¿Para qué?

Pd. Sin operación política, la violencia en el país no va a disminuir. Dicha operación requiere de la articulación de diversos actores: fifís y chairos, liberales y conservadores por igual; ciudadanos todos que en las regiones del país están dando la batalla democrática por impedir que el crimen siga ganado terreno. Dichas categorías en la era cibernética (de complejidades identitarias) difícilmente ayudan a entender el fenómeno social del crimen y menos aportan a sus posibles soluciones. Se parte de un equivocado diagnóstico, que el ejército camuflajeado de civil va a ahondar hasta convertirse en una víctima más de esta profunda y dolorosa crisis que atañe a la nación entera.

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