El escritor mexicano Eduardo Antonio Parra vuelve con Laberinto (Literatura Random House, 2019), una obra que desde la ficción registra cómo la violencia en México ha arrasado con muchos pueblos.
El autor contó algunos detalles de su última novela, desde cómo concibió la historia de los pueblos fantasma destruidos por los grupos criminales y su interés por personajes comunes, hasta el papel de la ficción al narrar una parte de la espinosa historia del país.
Por Enrique Mendoza Hernández
Ciudad de México, 24 de agosto (ZetaTijuana).- La interminable violencia en México también está siendo contada desde la literatura por escritores como Eduardo Antonio Parra, quien en 2019 entregó la novela Laberinto al sello Literatura Random House de Penguin Random House Grupo Editorial.
Se está ante una obra que desde la ficción registra cómo la violencia en México ha arrasado con muchos pueblos: “Quise explorar al ser humano que acaba de pasar por un trauma horroroso, qué secuelas deja en estas personas ese trauma, esa exposición a la violencia, por un lado; y por otro lado, cómo queda grabado en la memoria, cómo la memoria se va modificando de alguna manera también”, expresó a ZETA el autor.
Asimismo, contó algunos pormenores de su más reciente novela, desde cómo concibió contar la historia de los pueblos fantasma destruidos por los grupos criminales, su interés por personajes comunes antes que una historia de políticos o narcotraficantes, además del papel de la ficción al narrar una parte de la espinosa historia del país.
PUEBLOS FANTASMA
Ciudad Mier, Tamaulipas inspiró a Eduardo Antonio Parra para escribir su novela Laberinto. En entrevista con ZETA, recordó cómo en 2010 fue el escenario de disputa entre los cárteles de la droga:
“La batalla de Ciudad Mier fue el detonante, pasó hace diez años, por ahí; fue algo muy curioso porque de Pueblo Mágico pasó a ‘pueblo trágico’; es una ciudad que estaba metida en medio de dos ciudades muy importantes de Tamaulipas, en medio de Nuevo Laredo y Reynosa; precisamente, dos organizaciones enemigas tenían sus sedes en esas dos ciudades, hubo una noche en que se enfrentaron. Creo que fue Diego Enrique Osorno que la calificó como ‘La batalla de Ciudad Mier’, me gustó esa calificación. Entonces empecé a darle vueltas, vino lo de Coahuila, donde mataron a toda la gente del mismo apellido en un pueblo, decían ‘todos los que se apelliden de tal manera, hay que matarlos’”.
En cualquier caso, Parra recordó que Ciudad Mier es solo un ejemplo de cómo muchos pueblos han sido escenario de la guerra entre cárteles que finalmente quedan devastados:
“Hay otras batallas que han salido menos en las noticias, sobre otros pueblos más chicos, donde de repente llegas y son pueblos fantasma, ya no hay gente. En Sinaloa hay varios de esos, ha habido varios pueblos del norte que llega de repente la guerra como un huracán y los azota y luego se va, desaparece, pero deja un montón de muertos, un montón de destrucción”, expresó.
“Entonces, dije: esto hay que registrarlo, según yo había que registrarlo; de alguna manera lo hizo ya Luis Jorge Boone con Toda la soledad del centro de la tierra (Alfaguara, 2019), pero bueno, se tiene que quedar registrado para que cuando esto pase, no se olvide, y qué mejor que registrarlo por medio de la literatura”.
“Vivimos en un país que está acostumbrado a la amnesia y creo que está bastante contento con esa amnesia; sabemos que cuando pasa algo horrible rara vez se queda en la memoria, pasan cinco, seis años y ya nadie se acuerda de eso, tanto el asunto político, como el social, el criminal; la gente como que no quiere hacer memoria de nada, y creo que también para eso estamos un poco los escritores”, considera el autor.
PERSONAJES COMUNES
En Laberinto, Eduardo Antonio Parra propone como escenario de ficción a El Edén, pueblo arruinado por la violencia en el norte de México. Un maestro de secundaria y Darío viven la ignominia en un territorio donde dos grupos criminales protagonizan una cruenta batalla que arrasa con los lugareños que vivían en paz.
Ante el escenario de guerra en que se convierte El Edén, en diferentes momentos los protagonistas son orillados a huir de su pueblo, hasta que nueve años después se encuentran en Monterrey.
Por Laberinto transcurren los recuerdos del pueblo que un día fue feliz, pero de pronto fue invadido por grupos criminales que se disputaban la plaza, donde la memoria de los protagonistas y la estructura de la novela no son lineales, sino que la obra transcurre entre un vaivén de memorias a veces desoladas. En términos literarios y estructurales, Laberinto es quizá la apuesta más arriesgada de Eduardo Antonio Parra.
–A diferencia de los políticos, gobernadores, personajes famosos o narcotraficantes, ¿por qué te interesó la “gente común” para Laberinto?, cuestionó ZETA.
“No quería que fuera una novela donde los protagonistas son los delincuentes, ni para enaltecerlos ni para denigrarlos, aunque les cayera la violencia encima, quería que fuera de una manera oblicua, de una manera tangencial, no tan directa; la gente común no es la que la provoca, es la que la sufre. Yo quería eso y quería una exploración del lenguaje, por supuesto, trataba de buscar un lenguaje propio para la novela, una estructura propia para la novela, ésa era una idea. Quería yo hacer un juego estructural que no sé si me salió o no, pero tenía que ver con el título, que fuera un poco laberíntico, entonces, la idea era explorar cómo toda esta violencia está pegando en la gente común, en la gente que no tiene nada que ver con ella, la gente inocente -vamos a decirlo así- sobre todo en los pueblos.
“De repente empecé a pensar que era muy distinta la violencia en los pueblos, en este caso en el norte, sobre todo, que en las ciudades; en las ciudades es donde más te das cuenta, donde pasan en las noticias; en las ciudades te puedes esconder, te puedes meter a tu casa y ya estuvo. En cambio, en los pueblos la gente está expuesta, como no hay medios de comunicación, nada que los proteja, no hay Policía, mucho menos Ejército, están completamente expuestos. Y bueno, yo quería explorar por medio de la escritura las consecuencias de esa súper violencia que de repente azota a estos pueblos o ciudades chicas.
“Lo que me interesaba era esos personajes completamente aplastados, completamente destruidos, esa secuela que ya nos dejó y cómo a la hora que empiezan a recordar también recuerdan algunos pasajes luminosos, eso me gusta: poner el contraste entre lo que era feliz, lo que era alegre, con lo que era terrible, y de alguna manera en ese momento éstos ya son la síntesis de lo que vivieron. ¿Por qué no quise meter personajes importantes? Porque lo que yo quería era explorar precisamente qué pasa con la gente común en estos tiempos de violencia”, manifestó Eduardo Antonio Parra.
LA CRÍTICA DESDE LA FICCIÓN
Aunque es una novela recreada a partir de los pueblos fantasma azotados por la violencia, Laberinto es ficción, recurso que el narrador utiliza para contar su versión de la cruenta realidad del país.
–¿Cuál es el papel de la ficción al recrear los episodios violentos de nuestro país?
“Por mucho que haya registros periodísticos, creo que la ficción siempre tiene un poco más de poder, porque la realidad siempre viene en trozos, viene de manera caótica y la ficción como que trata de ordenarla de alguna manera, le da una forma y eso creo que la hace un poco más perdurable; y además está un trabajo del lenguaje, un trabajo estructural, está todo esto que lo hace que se acerque un poco a lo artístico, y creo que eso perdura un poco más.
“Llegará un momento en que ya muy poca gente lea las crónicas, aunque estén muy bien las crónicas, pero creo que puede llegar un momento en que ya muy poca gente las lea, ¿cuánta gente lee A ustedes les consta de Carlos Monsiváis? Son muy pocos, pero la obra literaria, ya sea el cuento, la novela, el teatro incluso, creo que lo hace un poco más perdurable”.
–En todo caso, ¿qué posibilidades te da la ficción de cuestionar al poder desde la historia violenta de nuestro país?
“Hay mucha más cancha para usar la imaginación y volver esa imaginación, crítica, una crítica del sistema, una crítica de la realidad. Desde mi primer libro (Los límites de la noche, 1996) sabía que estaba reflejando la realidad, haciendo una crítica social, una crítica política, una crítica al sistema. Hay una búsqueda, por supuesto, creo el objetivo último es esa crítica; es como decir ‘a todos los que detentan el poder del sistema’, en este caso los políticos, los que detentan el poder económico, los que detentan los poderes fácticos, decirles: ‘miren cómo la estamos pasando tan jodidos, mientras para ustedes eso no existe, para ustedes son cifras simplemente, pero en realidad la gente que andamos a pie se la está pasando de la chingada”.
Para concluir, Parra sentenció: “Laberinto es una crítica sin ser tanto así como denuncia, creo que cualquier registro literario ya implica por sí mismo una crítica”.