SOUNDTRACK: PLAYLIST DE ALBERTO CHIMAL “MÚSICA PARA SOÑAR”

24/11/2013 - 12:00 am

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No es que haya soñado estas canciones luego de oírlas, ni tampoco que sean necesariamente buenas para acompañar el consumo de ciertas sustancias. Las elijo porque tienen que ver con momentos de ensoñación, de mucho miedo, de mucha felicidad, en los que la impresión de la realidad –esa cosa gris, aburrida, irrompible– se ha roto un poco en mi propia vida: se ha resquebrajado para dejar ver otra cosa.

Esto suena a new age pero no lo es: para bien o mal, la música resuena con lo profundo de nuestro cuerpo y transporta a la conciencia a otros lugares, como sabe cualquier persona que se abandona a bailar y gritar en un concierto o se aísla del mundo con un par de audífonos.

A-LA-CARTA

Cada canción va acompañada de un poco de historia.

1. “Echoes”, Pink Floyd

Un compañero de la preparatoria nos invitó a su casa, allá, en el siglo pasado. Sus padres no estaban. Sacó un poco de mariguana, hizo el cigarro expertamente (o eso me pareció: nunca había visto a nadie hacer nada semejante) y luego lo encendió y comenzó a pasarlo. Yo estaba aterrado pero pensé dos cosas: que no podía hacer nada salvo aceptar –uno nunca puede hacer nada salvo aceptar, en ese tiempo, en esa edad– y que muy, muy en el fondo, sentía curiosidad. Para que la experiencia fuera mejor, nuestro anfitrión puso la última pieza del lado B (era un vinil de los de antes, de cuando la palabra hipster ni siquiera se usaba) del Meddle.

Efectivamente la mota y la música juntas nos pegaron como nada, como nunca. A mí, por lo menos, me trajeron visiones. No eran alucinatorias como las de (me dicen) otras sustancias: había que cerrar los ojos. Pero la imaginación se disparaba en cuanto lo hacía y me llevaba a contemplar el mismo sitio, como si me asomara por una ventana: un paisaje extraterrestre, o infernal, con seres que parecían a ratos animales, a ratos plantas que gemían y a ratos músicos, golpeando rocas contra el polvo, perdidos en un trance todavía más profundo.

Al día siguiente, ya en mi propia casa, la veía aún, mientras intentaba fingir que no me había pasado nada.

2. “Movement IV”, Vangelis

Por otra parte, no es que la droga me haya “despertado” la imaginación (el decir de algo extraño, imaginativo o inusual que está “fumado”, como se hace en México, me parece la expresión de un prejuicio y una estupidez horribles). Antes de esa noche ya empezaba a escribir mis primeras historias y me gustaba darme tiempo para soñar despierto: para figurarme cómo capturar en palabras imágenes que para mí siempre han sido muy vívidas y muy libres. La música ayudaba a esas imágenes. Y la música instrumental y rara, que no se oía en la radio de entonces, más aún.

Esta pieza viene de Mask, un disco de Vangelis que no suena precisamente a muzak (como otros suyos) y que tampoco fue banda sonora de ninguna película (como su hermosa música para Blade Runner). En 1987, fue el primer álbum que tuve en un CD; el disco y el reproductor fueron lo primero que me compré con mi primer premio literario, y lo último.

Era un premio municipal que llegó demasiado pronto y que me hizo creer (tal vez infundadamente) que podía “hacerla” en una carrera como ésta, en un país como éste, con la clase de ideas que se me ocurren.

3. “Toma la ruta”, Soda Stereo

Ésta es una auténtica alucinación, metida en seis minutos de música y letra. Soda Stereo no me había gustado en su primera época de fama (cuando el “movimiento” del rock en español, que ya se había extinguido en 1992, aunque aún no lo sabíamos), pero su disco Dynamo fue diferente.

Para empezar era rarísimo: a la vez más duro y rocanrolero que los anteriores, y para seguir tenía esta canción. Gustavo Cerati nunca había sido capaz de hacer las letras explícitas y afiladas de Charly García ni iba a poder, luego, competir con las “netas” de Fito Páez. Pero qué bien se le daba el alucine: las palabras que sugieren, más que decir, estados de su propio interior: la pasión o el abandono.

Además, ahora, que el músico está en un coma del que probablemente no saldrá, la letra resulta hasta premonitoria: “No preguntes más por mí. Nadie sabe nada. No estés preocupada. Yo la paso bien.”

4. “El aparato”, Café Tacvba

Esta otra, por su parte, es un cuento fantástico metido en una canción. En el folleto del álbum Re , que esta canción abre (y que casi nadie escucha, supongo, pues la mayoría ha de pasar de inmediato a “La ingrata”), la letra viene con la imagen de un jaranero y el ovni que lo acecha.

Pero no hace falta: cuando la oí por primera vez en 1994 –el año en que murió mi madre; el año en el que la palabra “revolución”, que estaba convertida en la caricatura repugnante, dio la impresión de purificarse al menos por un tiempo; el año en el que se publicaron varios libros admirables y extraños, y parecía de verdad que algo grande iba a suceder– me voló la cabeza (como se dice ahora) y supe que tal vez el rock mexicano nunca había sido más audaz y que a lo mejor no le quedaba mucho tiempo. Ambas cosas resultaron ser ciertas.

5. “Trane To Neptune”, Fuzz Against Junk

La música no deja de ser alimento de historias. Esta banda de Bristol –un proyecto indie/jazz/progresivo/quiensabequé; no sé si aún existe– se me apareció por casualidad en un paseo por internet. Conseguí un álbum suyo de 2007, Netti Netti, y esta pieza, con su bajo constante y su cobertura de saxofón y piano mezclados con samplers y voces misteriosos, se convirtió en la banda sonora de los primeros momentos de una novela mía, La torre y el jardín.

Quien conozca el libro puede imaginarla en la escena en la que una oveja está amarrada en un cuarto oscuro de un local sórdido, observada por una niña y un hombre perverso y nervioso.

6. “Lluvia del porvenir”, Radio Futura

Esta es otra pieza de la adolescencia, que oí cuando salió, en el 86, en el disco La canción de Juan Perro. La letra se refiere a Juan Rulfo (“exhalando su alma como un perfume, nuestros muertos descansarán”), con lo que de pronto lo que nos enseñaban en la escuela se volvía más extraño y más grande y más real, y además está en verso libre, sin rima. Esas porciones de la poesía no las enseñaba nadie, y menos fuera de los círculos de los poetas.

Sin tener acceso a ninguna teoría ni ningún maestro (esos llegaron mucho después), esta canción fue otro tipo de ventana: una por la que los libros y las historias –lo que se supone que era el territorio de alguien que deseaba escribir, y además un territorio silencioso, árido, seco como el desierto de Comala– se podían convertir en algo nuevo, algo vital y desprovisto de toda solemnidad.

7. “Annuka Suaren Neito”, Värttinä + Hector Zazou

Otro cuento, que escuché muchos años después, cuando ya vivía en la ciudad de México y estaba dedicado por entero a tratar de sobrevivir alrededor de la escritura, luego de muchos desvíos y muchos obstáculos.

Para este tiempo la música era también un modo de sentir menos el encierro: las obligaciones y las frustraciones de un mundo que era cada vez más estrecho, y en el que empezaban a pesar todos los retardos y todos los tiempos perdidos. Para entonces (2005, 2006) ya no estaba solo, por otra parte, y Värttinä fue un hallazgo compartido con Raquel, mi esposa.

La banda es finlandesa, en general toca versiones de música tradicional de ese país y tiene fama y larga historia allá; supimos de ella por una colaboración rara que hicieron con Hector Zazou, francés, en un disco de 1994 llamado Songs from the Cold Seas: canciones  basadas en el folclor de los países nórdicos (aparece Björk).

En este caso la letra es una de historia de horror: la de Anukka, la Doncella de la Isla, que pidió al mar un esposo y vio cumplido su deseo. “Un hombre negro salió del mar, y le propuso matrimonio, pues quería llevarla a las olas.” La doncella tiene miedo: no quiere hundirse con él en el mar terrible. No se sabe nunca qué fue de ella.

8. “So What”, ast0r

En 2009, Andy Baio, uno de los fundadores del sitio Kickstarter, buscaba un proyecto para hacerlo funcionar por medio su propia creación y tuvo la idea de financiar un álbum. Se le ocurrió que sería interesante hacer una versión chiptune (a partir de procesadores de viejas consolas de juegos) del álbum Kind of Blue de Miles Davis, uno de los más importantes de la historia del jazz.

Cinco músicos/programadores transcribieron las piezas del disco. Ésta es la música que escucharán los robots después de la extinción de la humanidad:  jazz con otros instrumentos, programado minuciosamente para que parezca una improvisación.

9. “I Still Haven’t Found What I’m Looking For”, U2

En el año 2000 fui víctima de un secuestro exprés: estuve media noche encerrado en un cuarto de concreto sin acabar, no sé en dónde (tal vez era una bodega o un armario), mientras la banda sacaba el poco dinero que tenía de mi cuenta de banco. Estaba solo, atado únicamente por el miedo: nunca lo he sentido peor a causa de algo fuera de mi cuerpo.

Por otra parte, en el cuarto de junto estaba un guardián, que escuchaba sin parar The Joshua Tree y cuidaba también de un par de niños que jugaban: hijos o parientes de alguien de la banda. Ahora pienso que aquel hombre debe haber tenido alguna historia de frustración: ¿qué estaba haciendo allí, cuidando niños, perdiéndose de la acción o de alguna otra parte de la vida, oyendo música que ya era vieja? Pero entonces no pensé eso ni nada. Oía y temblaba. Las horas que estuve allí fueron la eternidad. Las risas de esos niños, el frío de las paredes y la voz de Bono me están esperando, desde entonces, en el Infierno.

10. “No dejes que…”, Caifanes

La felicidad es un atributo de ciertos momentos de la vida: se deja ver en contadas ocasiones, y casi siempre cuando ya ha pasado, cuando ya es muy tarde. Yo he tenido la oportunidad de darme cuenta de su presencia en un par de ocasiones. Algunas han sido recientes. En otra, estaba en otra casa ajena, en una reunión, con una muchacha  que fue mi novia de manera muy apasionada y muy errática y muy dolorosa, como lo es todo en ciertas épocas (era 1992: no tenía idea pero todo lo verdaderamente malo estaba por venir, igual que casi todo de lo bueno). No éramos novios aún, o no estaba claro.

Con otras personas que ya no recuerdo estábamos alrededor de una mesa, platicando. Comenzó a sonar esta canción y ella se recargó en mi regazo, relajada, con una confianza que yo no había sentido jamás, y menos en otra persona, como por telepatía. Supe que había pasado algo incluso antes de que se levantara, porque no era una posición muy cómoda. Supe que –contra toda esperanza: contra cómo está hecho el mundo– había sido feliz.

 

Alberto Chimal nació en la capital del Estado de México en 1970, estudió Ingeniería en Sistemas Computacionales en el Tecnológico de Monterrey y posteriormente en la Sociedad General de Escritores de México y una maestría en Literatura Comparada en la Facultad de la Filosofía y Letras de la UNAM. Ha ganado reputación y fama gracias a sus compilados de cuentos como La Ciudad Imaginada, Grey y Gente del Mundo. Además tiene dos novelas publicadas: Los EsclavosLa torre y el jardín, ésta última fue finalista en 2013 del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos. Chimal está involucrado con el internet a tal grado que ha creado dos libros resultado de una recopilación de las publicaciones en la red social Twitter, llamados El Viajero del Tiempo y 83 Novelas. Además tiene un par de antologías con su trabajo y dos compilaciones de ensayos, una de ellas llamada La Generación Z.

 

 

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