México
NOROESTE

Efraín Lozoya, de 62 años, pasará Navidad solo y en alguna calle de la ciudad de Culiacán

24/12/2017 - 9:41 am

Tirado en el suelo, el señor de la tercera edad trae un trapo blanco enredado en la cabeza. Se protege del frío con un saco guinda. Abajo del saco no trae camisa. Exhibe parte de su pecho desnudo, del cual cuelga un collar de mecate. Varias navidades las ha pasado solo. Esta, no será la excepción. El trapo enredado en su cabeza es para mitigar el dolor.

Por Claudia Beltrán

Culiacán/Ciudad de México, 24 de diciembre (Noroeste/SinEmbargo).- Son las 06:30 horas. El frío es fuerte, cala los huesos. La gente se arropa de pies a cabeza.

En Aquiles Serdán y Miguel Hidalgo el semáforo está en rojo para los vehículos que circulan de sur a norte. Todos los conductores traen los vidrios arriba. Por fuera se les puede ver abrigados, algunos acompañantes tomando café. Algunos transeúntes no son la excepción. Caminan por la banqueta con un vaso de atole, pinole o chocolate, acompañado de gorditas.

En ese escenario de autoprotección un cuadro contrasta, el de Efraín Lozoya, de 62 años de edad, sobreviviente en la indigencia.

Mientras los vehículos pasan de sur a norte o de poniente a oriente, el señor está sentado en la banqueta de la Aquiles Serdán. Una señora con un pequeño en brazo camina por la misma banqueta donde está él, reduce su marcha, se detiene, le saca la vuelta y cruza la calle.

Tirado en el suelo, el señor de la tercera edad trae un trapo blanco enredado en la cabeza. Se protege del frío con un saco guinda. Abajo del saco no trae camisa. Exhibe parte de su pecho desnudo, del cual cuelga un collar de mecate.

A un lado de él hay una bolsa de plástico. La abre, saca una camisa verde, manga larga, la sacude y se la acomoda en un muslo. Un refresco de cola de 600 mililitros consumido a la mitad y un jugo de lata sabor manzana son parte de su compañía.

Sobre el trapo blanco enredado sobre su cabeza, Efraín se acomoda una sucia cachucha negra y ve venir a una persona.

Quien se acerca es un trabajador. En una bolsa de plástico trae jabón en polvo.

El señor, desde el piso, le pide. El transeúnte accede y le da.

El indigente saca de su bolsa una moneda de diez pesos y se la da al hombre “generoso” que le compartió jabón, quien continúa su marcha.

Se acerca una pareja. Pasan por un lado de Efraín. La mujer lo ve, confía, siempre con la vista al frente. El señor no, a la expectativa.

El transeúnte “escanea” con la vista a Efraín, quien levanta su cara. Las miradas chocan. El indigente no representa peligro para nadie.

LA CALLE Y LA CÁRCEL HAN SIDO SU HOGAR

A diferencia de otros indigentes, está consciente de todo. Tiene su historia personal que la comparte a detalle. Le hubiera gustado otra vida, pero no se pudo.

Don Efrain. Foto: Nancy Juárez, Noroeste

La mayor parte de su vida, la calle y la cárcel han sido su hogar. En ambos lugares ha vivido en la desconfianza, la incertidumbre y el miedo.

Varias navidades las ha pasado solo. Esta, no será la excepción. El trapo enredado en su cabeza es para mitigar el dolor.

En la cárcel estuvo muchos años porque se dedicaba a robar vehículos. Primero empezó metiéndose a las casas, donde hasta ropa se llevaba. De robar, dice, nada bueno le dejó. No descarta encontrar una señora con quien compartir lo que le resta de su vida.

Quiere vivir tranquilo. Para sobrevivir puede lavar vehículos en las afueras de los supermercados, restaurantes, sabe tocar guitarra, también cocina.

“Ya no robo, mejor pido ahora y la gente me ayuda, ya me cansé de estar encerrado, puros castigos, quiero vivir en paz”, continuó.

Antes de ingresar a la cárcel, tuvo una relación con una señora con quien procreó un hijo que hoy tiene 25 años. Su esposa lo dejó. De su hijo no sabe nada.

La vida en la calle y la cárcel es pesada, narra. Es un desafío a la existencia. En el penal sobrevivió a un ataque con arma blanca.

Vendía droga al interior del penal. Un interno le pidió gratis y como no le dio, lo atacó, dándole 12 puñaladas. No le quitó la vida porque luchó con su agresor.

En la calle, manifiesta, no está libre de peligros. El Gobierno lo ha respetado. La policía no se mete con él. En varias ocasiones ha sido atacado por personas desconocidas.

Hace unos meses caminaba por la colonia Las Quintas y de la nada, por atrás le dan un “cachazo” en la cabeza. La vista se le nubla y cae al suelo. Levanta la vista y avienta una patada al atacante.

El instinto de sobrevivencia impidió que su agresor le hiciera más daño físicamente. Logró salvar su vida, sin embargo, no impidió le quitaran su mochila donde guardaba 300 pesos. Son “bajadores”, narra.

Sin su mochila y dinero continuó su camino.

UNA INFANCIA DIFÍCIL

Efraín nació un 3 de septiembre en Badiraguato. Saturnino, su padre, era maestro. Es hermano de 8 mujeres y un varón.

Siendo chiquito, explica, sus padres y hermanos dejaron Badiraguato y empezaron a vivir por doce años en la colonia Tierra Blanca. Después se fueron a vivir a la colonia Juntas del Humaya. En la familia se vivió un “infierno”, ya que su papá le pegaba a Esperanza, su mamá, quien para defenderse sacaba una caguayana.

Como hijo defendía a su mamá, lo que ocasionaba el enojo de su padre quien también lo golpeaba y hasta pedradas lo corría de su casa.

“Mi papá me pegaba mucho porque defendía a mi mamá, en el pleito yo me metía entre ellos y llorando yo le decía: ¿por qué le pegas?”, cuenta.

Estudió hasta quinto año de primaria. No pudo obtener certificado. Los pleitos afectaron su vida, explica.

Sus hermanas se casaron e hicieron vida aparte.

Su madre se separó de su padre. Él siguió a su mamá a la colonia Emiliano Zapata donde pudo construir un cuarto. Ahí vivieron juntos.

Cuando muere su mamá, menciona, una hermana vendió la casa con la promesa que le construiría un cuarto, pero no fue así. Quedó en la calle donde también ha sufrido accidentes e indiferencia.

Hace como tres años y medio estaba en un semáforo de la llamada KZ-4. Un conductor lo atropelló, el cofre golpeó su cintura. Ante el impacto cayó al suelo. El conductor del vehículo se bajó, vió a Efraín tirado en el suelo, lo levantó del cuello, lo aventó al camellón y se fue.

“Ya no robo, mejor pido ahora y la gente me ayuda”, dice. Foto: Nancy Juárez, Noroeste

Cómo pudo se levantó. Con una herida en el estómago caminó, tomó un camión y se fue hasta la iglesia San Judas Tadeo que está en Lomas del Boulevard.

El Padre de la iglesia lo auxilió. Llamó una ambulancia y lo trasladaron al Hospital Civil donde lo atiendieron y operan. El Padre Orozco paga sus gastos médicos.

A casi cuatro años del accidente, la herida no cierra. Ha ido a hospitales pero no lo atienden. La herida física duele.

“Es un desafío vivir en la calle, a veces siento temor, no duermo, porque dormido me han robado el poco dinero que tengo”, añade.

De sus hermanas recuerda a María de la Luz a quien mataron años atrás. Nunca supo quién, ni por qué. Ella lo ayudaba, se preocupaba por él.

La última vez que la vio fue cuando lo trasladó a un centro de rehabilitación. Lo llevó porque quería se curara del vicio que padecía.

“Abrázame fuerte”, le dijo su hermana. Los dos se abrazaron y él le besó la cara y lloraron juntos. Así se despidieron. Cuando salió del centro se enteró que la habían asesinado.

Su hermana tenía un almacén, compraba y vendía ropa.

DESAFIÓ

En la calle hay gente que lo ve con miedo, sobre todo las mujeres a quien nunca agredería, incluso, si estuviera en sus manos, defendería, manifestó Efraín.

“Cuando mi papá le pegaba a mi mamá, juré nunca trataría mal a una mujer, en mi corazón quedó eso: nunca tratar mal a una mujer”, enfatizó sentado en la banqueta.

A Efraín, en cualquier calle se le puede encontrar. En las iglesias, plazuelas.

Hace amigos con otros indigentes. Como José Luis que llega con él, pero al ver que es entrevistado, se aleja y cruza la calle con los carros en movimiento.

Efraín le grita tenga cuidado, que se espere a que pasen los vehículos, pero José Luis no hace caso y se pierde. Menciona conoció al muchacho hace cuatro meses.

Continuará caminando las calles, desafiando sus peligros, consciente de la existencia de un hijo que desconoce dónde está y hermanas que nada quieren de él.

Seguirá en las calles como indigente, viviendo de la mano que le tienda la ciudadanía.

“Ya no robo, mejor pido ahora y la gente me ayuda, ya me cansé de estar encerrado, puros castigos, quiero vivir en paz”.

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