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Tomás Calvillo Unna

25/01/2017 - 12:00 am

Conversaciones con Javier Sicilia (primera parte)

TCU: Muchas veces, al hablar de política hablas de la destrucción del tiempo. ¿Qué significa eso? JS: EL tiempo es el lugar donde suceden las cosas, es una realidad imbricada con el espacio. El espacio-tiempo está poblado del ayer, del hoy, del mañana, del arriba y del abajo, etcétera. La vida política, que es la […]

Si no introducimos el elemento espiritual o ético en nuestra vida social y política, el tiempo del fin, con sus horrores, se perpetuará de manera interminable. Foto: Tomás Calvillo Unna
Si no introducimos el elemento espiritual o ético en nuestra vida social y política, el tiempo del fin, con sus horrores, se perpetuará de manera interminable. Foto: Tomás Calvillo Unna

TCU: Muchas veces, al hablar de política hablas de la destrucción del tiempo. ¿Qué significa eso?

JS: EL tiempo es el lugar donde suceden las cosas, es una realidad imbricada con el espacio. El espacio-tiempo está poblado del ayer, del hoy, del mañana, del arriba y del abajo, etcétera. La vida política, que es la vida humana, sucede, como todo lo que tiene que ver con el hombre, en esas coordenadas.  Cuando el tiempo y el espacia  se fracturan, aparece el caos, o lo que la tradición cristiana llama el tiempo del fin o, para decirlo con San Pablo, la compactación del tiempo que preludia el fin, el apocalipsis. Hoy, a causa de la velocidad introducida por la tecnología –algo de lo que tú has hablado constantemente en tus artículos de sin embargo y que, me parece, es el tema de tu más reciente libro de poesía Pausada tina–, el tiempo humano y, en consecuencia, el de la política, está fracturado roto, y el caos y sus múltiples violencias preludian un tiempo apocalíptico. Este tiempo, sin embargo, no hay que verlo como una pura catástrofe. La palabra apocalipsis quiere decir revelación, la revelación de una transformación que surge de la catástrofe, de aquello donde el tiempo se perdió.

TCU: Antes de que empezaremos esta conversación, estábamos hablando del tema político, pero hablabas de la encarnación…

JS: La encarnación es la irrupción en el tiempo de lo que la tradición cristiana llama el káiros, el tiempo de Dios. Esa irrupción, en la que Dios, el todopoderoso, el creador del cielo y de la tierra, se vuelve carne y contingencia, se vuelve humanidad y temporalidad, nos revela que lo divino es siempre humano, una relación de proporciones humanas y que sólo en esa relación el mundo pervive y se salva. Cuando esa relación se rompe en nombre del poder –la velocidad es una forma del poder—el mundo se fractura, se desencarna. La tecnología que nos crea la percepción de que somos poderosos y podemos dominar el mundo, es, en este sentido, una forma de la desencarnación, una forma de lo demoniaco, porque genera violencia y caos y preludia el fin. Los griegos lo dijeron de otra forma en voz de Heráclito: “El hombre no sobrepasará sus límites (que son los límites de lo encarnado de lo que proporcionalmente nos corresponde) si no las herinas, que guardan la justica, sabrán castigarlo”. La violencia que hoy vivimos y sus tremendas catástrofes, son fruto de lo que desde el cristianismo llamaría desencarnación, y desde los griegos, desmesura, hubris.

TCU: Nos conocemos desde la secundaria y recuerdo que desde entonces no has dejado de profundizar en tu tradición católica. La vida, a través de una inmensa desgracia, fruto de esa desmesura, te llevó a la política. Allí has expresado mediante símbolos la espiritualidad que te dio el catolicismo. Uno de esos símbolos fueron los besos, sobre todo a políticos. Mucha gente no lo comprendió. ¿Qué dices?

JS: Lo que he tratado de hacer es introducir en la política el elemento espiritual, como lo enseño Gandhi o Jesús, si lo vemos como un puro ser histórico. Una política sin espiritualidad o, para hablarlo en términos filosófico, sin ética, es el infierno. La única manera que encontré de hacerlo es lo simbólico, como lo hicieron y continúan haciéndolo los zapatistas.  El beso es un gesto, digamos, de espiritualidad democrática. A través de él lo que quería decirle a los políticos es: “Ustedes no están por arriba de nosotros, la comunidad política es un lugar donde todos participamos y el tema que nos atañe, el tema de la violencia, de la destrucción de la vida civil, de la vida social, de la vida política, es un tema que nos compete a todos y tenemos que resolver entre todos,  sin que eso nos lleve a la enemistad, a la destrucción ni a la violencia. La vida democrática debe ser una vida fraterna en la diferencia y la búsqueda del bien común; no, como lo hacen los políticos y los criminales, una búsqueda del poder mediante la violencia.

TCU: ¿Sientes que este ejercicio en la vida política encuentra resonancia? ¿O eres una voz que clama solo en el desierto?:

JS: No lo sé. Lo que sí sé es que la vida política lo está reclamando con otros lenguajes –hay que escuchar a los zapatistas, a Cuauhtémoc Cárdenas, a Solalinde, a don Raúl Vera a Emilio Álvarez Icaza, para saberlo–. Si no introducimos el elemento espiritual o ético en nuestra vida social y política, el tiempo del fin, con sus horrores, se perpetuará de manera interminable.

TCU: ¿Crees que va a será posible? ¿Crees que pueda emerger un movimiento social con alguna de las características que has señalado?

JS: Esa es mi esperanza. Creo que hay las condiciones. Walter Benjamin, un filósofo de la política, cuya sabiduría hundía sus raíces en la tradición espiritual del jasidismo, la mística judía, decía que en los momentos más caóticos de una vida social y política hay resquicios por donde el Mesías puede irrumpir. Una idea que tiene que ver con el apocalipisis y la compactación del tiempo del cristianismo. Espero que pueda lograrse.

TCU: ¿En ese sentido el Mesías más que la encarnación de una persona seria una conciencia colectiva?

JS: Si, una conciencia colectiva que deriva de una conciencia espiritual, una conciencia ética o espiritual, que renueve la vida, que le de sentido a la vida, como se espera de cualquier final del tiempo o de los tiempos.

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