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The Last Dance: el documental que deshumanizó y mostró una cara desconocida de Michael Jordan

25/05/2020 - 3:15 pm

Las series documentales viven un período dorado, lo que después de la emisión de la serie documental de Michael Jordan puede acrecentarse aún más, la cuestión está en si se ha traspasado una barrera que jamás se debería haber cruzado. Y es que en las últimas décadas la telebasura ha contaminado todo cuanto alcanzamos a ver.

Por Luis Gonzalo Segura

Ciudad de México, 25 de mayo (RT).- The Last Dance lo ha cambiado todo: con gran parte del planeta confinado en sus hogares para evitar el contagio de la COVID-19, el documental sobre Michael Jordan se ha convertido en un terremoto mediático… y letal, en según qué aspectos.

El 11 de junio de 1997 fue, o había sido hasta ahora, un día épico en la Historia del Deporte titulado ‘Flu Game’ –por las alarmantes señales de cansancio de Michael Jordan, las cuales se atribuyeron inicialmente a una gripe–. Ese día se jugaba el quinto partido de las Finales de la NBA entre Chicago Bulls y Utah Jazz en Salt Lake City (Utah) y el marcador no podía estar más ajustado: 2-2. Las finales se jugaban entonces con un formato 2-3-2, de tal forma que, de ganar el equipo de John Stockton y Karl Malone, obligarían a los Chicago Bulls de Michael Jordan a ganar los dos siguientes partidos en su cancha. No es que fuera imposible, pero las finales se habrían complicado en extremo de vencer Utah.

Durante el segundo cuarto, Utah llegó a vencer por dieciséis puntos; al descanso, por catorce; y en el último cuarto, por ocho. Fue entonces cuando ocurrió lo memorable: Michael Jordan lideró un parcial de 10-0 anotando el triple que situaba a Chicago con 88-85 a solo 25 segundos del final. Los registros finales de Michael Jordan fueron monumentales (38 puntos, 7 rebotes, 5 asistencias, 3 robos y 1 tapón).

La ex estrella de los Toros de Chicago, Michael Jordan. Foto: AP

En las últimas décadas la telebasura ha contaminado todo cuanto alcanzamos a ver. Hemos pasado de debatir sobre la conveniencia de la emisión de la telebasura a que la telebasura sea el eje central de casi todo programa televisivo.

The Last Dance ha reescrito por completo este épico capítulo y, si bien es cierto que durante años se ha especulado sobre si el alarmante estado físico de Michael Jordan aquel día se debía a una gripe o a una intoxicación alimenticia, lo que en nada cambia la magnitud de la proeza, ante un rival poderoso y en el partido más importante y competitivo del año en el baloncesto a nivel mundial, lo cierto es que la serie documental se adentra en detalles que quizás no era necesario conocer, como si la intoxicación de Michael Jordan al comer una pizza se debió a que escupió en ella para que los demás no comieran. Algo que, por lo visto, no fue un episodio insólito.

Es cierto que las series documentales viven un período dorado, lo que después de la emisión de la serie documental de Michael Jordan puede acrecentarse aún más, la cuestión está en si se ha traspasado una barrera que jamás se debería haber cruzado. Y es que en las últimas décadas la telebasura ha contaminado todo cuanto alcanzamos a ver.

Hemos pasado de debatir sobre la conveniencia de la emisión de la telebasura a que la telebasura sea el eje central de casi todo programa televisivo. Ya no hay debates políticos serios, ahora hay debates políticos dignos de programas rosas, como en España ocurre con ‘La Sexta Noche’. Ya no hay programas deportivos que analicen los eventos, ahora hay programas deportivos dignos de programas rosas, como ocurre con ‘El Chiringuito’. En algunos canales, ya no hay informativos, ahora hay programas informativos dignos de programas rosas, como ocurre con ‘Todo es mentira’… y, por lo que se ve, debemos renunciar a las series documentales estrictamente deportivas, ahora hay series documentales deportivas dignas de programas rosas, como The Last Dance.

El nexo de unión es el mismo: lucrarse apelando los instintos más bajos del ser humano sin importar las consecuencias que de ello se pueda derivar. Obviamente, los debates políticos ahora son más seguidos que cuando se emitían en canales y programas marginales, son puro espectáculo: insultos, mentiras, llantos, abandonos de plató. Lo mismo ocurre con los programas deportivos.

La mayoría ya no sabe bien qué sistema de juego empleo tal o cual equipo o cuáles fueron las claves de un resultado, pero es imposible no saber los condones que gastó un jugador en una fiesta, el color de sus calzoncillos o si se estuvo acostando con la pareja de un compañero. Por no hablar de sujetos como Tomás Roncero, cuyas extravagancias, gritos y sufrimientos con su equipo se han convertido en sí mismo en un evento deportivo. Y con los shows que han sustituido la información ocurre más de lo mismo. Da exactamente igual la verdad, lo importante es embarrarlo todo para que sea imposible atisbar el fondo del río y, en ello, Risto Mejide es el mejor. Todo ello, además, aderezado con los espectáculos más soeces, miserables y vulgares que se puedan imaginar.

El director del documental, Jason Hehir, afirmó que pretendía “humanizar” a Michael Jordan. Le ha deshumanizado tanto como desprestigiado –y quizás arruinado– las series documentales deportivas. Por desgracia, The Last Dance ha traspasado una frontera que, muy probablemente, supondrá la elevación de un género, la serie documental deportiva, a la categoría de basura. O, para ser más preciso, la caída de un género en la imparable expansión de la telebasura. Desde luego, ha sido una serie documental deportiva mucho más vista y lucrativa que lo habría sido de ceñirse a lo estrictamente deportivo, lo que abrirá la puerta a más. De fondo, la codicia y la bajeza humana. Los siguientes pueden ser Cristiano Ronaldo o Lionel Messi, Rafael Nadal o Novak Djokovic, Kobe Bryant o Lebron James, Di Stefano o Johan Cruyff… ya nadie está a salvo.

Michael Jordan no solo era el ‘Flu Game’, también fue ‘The Last Shot’. Ocurrió el 14 de junio de 1998 en la sexta y última NBA ganada por los Chicago Bulls de Michael Jordan. A falta de solo 59 segundos, John Stockton anotaba un triple que situaba a los Utah Jazz 86-83 en el marcador con un parcial de 3-2 en contra en las finales. Estaban a menos de un minuto de empatar las Finales de la NBA y forzar el séptimo partido –que se jugaría en Utah con todo a favor–. Entonces ocurrió: Michael Jordan anotó rápido una bandeja y situó el marcador en 86-85. Uno abajo para Chicago, posesión para Utah y 35 segundos de juego. Después, robó el balón a Karl Malone y con 19 segundos de juego enfiló con parsimonia la canasta de Utah. Bryon Ruseell le defendía y creyó, como casi todos, que entraría a canasta e intentaría anotar. Y lo pareció hasta que frenó en seco: Bryon Rusell acabó bailando en las proximidades del suelo y Michael Jordan elevándose solo mientras todos los jugadores, espectadores y televidentes de todo el mundo solo podían contemplar. Fue una visión hermosa, inolvidable, interminable y épica con un guiño clásico y un aroma a despedida: el típico tiro en suspensión de Michael Jordan. Pero esta vez valía un título. Entró, limpia, acariciando las redes. 87-86. El pabellón enmudeció. El mundo del baloncesto enmudeció. El resto es historia. O lo era.

Lo era hasta que supimos que Michael pegaba y acosaba a sus compañeros, apostaba con personajes ligados al narcotráfico, escupía en la comida para que nadie la comiera y, en definitiva, hasta que supimos que no parece que fuera una buena persona. El director del documental, Jason Hehir, afirmó que pretendía “humanizar” a Michael Jordan. Le ha deshumanizado tanto como desprestigiado –y quizás arruinado– las series documentales deportivas. Ya nada volverá a ser como antes.

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