El neonacionalismo sentimental

25/11/2016 - 12:04 am
Escasamente producimos para un mercado interno plagado de bienes chinos y estadounidenses. Foto: Cuartoscuro.
Escasamente producimos para un mercado interno plagado de bienes chinos y estadounidenses. Foto: Cuartoscuro.

El triunfo electoral de Donald Trump ha traído consigo una corriente de opinión neonacionalista que poco tiene que ver con el sentimiento de las grandes gestas cardenistas. Es más tenue, mediática, efímera, sentimental. Y es que ante la beligerancia anti mexicana del magnate neoyorquino se activó en redes sociales la consigna “compra productos mexicanos” y para ello sus promotores recomiendan revisar el origen y el código de barras de cada uno de los productos para identificar si el producto es o no de la industria nacional.

Suena sugerente la iniciativa y seguramente muchos procuraran ya hacer compras con esa orientación destinada a proteger a nuestros industriales, productores, obreros, campesinos, empleados. A otros les seguirá valiendo, como sucedió con las compras de locura del llamado “Buen Fin”, donde a tropel y sin otro resorte que no fueran las ofertas, satisfacen su ego, su capacidad de compra y deuda, y pocos de estos se detienen a ver el origen de la mercancía de su ímpetu psicoanalítico.

Entonces, la idea no es mala, si comprar mexicano garantiza conservar y ampliar el número de empleos. Es más, está idea, tiene antecedentes lejanos.

En el contexto de la Segunda Guerra Mundial aumentó la demanda estadounidense de nuestros productos primarios y eso multiplicó los ingresos con su carga distributiva reforzando el nacionalismo económico iniciado con el general Lázaro Cárdenas que pasaba por consumir lo nuestro y que dejaría para la posteridad la máxima: Lo hecho en México, está bien hecho.

Sin embargo, será con el Gobierno de Manuel Ávila Camacho, al que le tocó prácticamente toda la conflagración mundial y cuándo por esas coyunturas se promovió el modelo de “sustitución de importaciones”, es decir, cuando se puso en el centro la producción y el consumo nacional y con esta estrategia económica llegó hablarse del “milagro económico”.

En realidad fue el resorte de la también llamada de la segunda “modernización económica”. De ese entonces y hasta los ochenta vivimos una suerte de economía endogámica. Crecíamos en la medida en que consumíamos principalmente lo que producíamos y fuimos autosuficientes sobre todo en alimentos. Bienes manufacturados o productos agrícolas de bajo valor agregado.

La frontera norte o las llamadas zonas de libre comercio, o el comercio ilegal en lugares como Tepito o el mercado de San Juan de Dios, eran las únicas posibilidades de acceder a los codiciados productos norteamericanos que tenían quienes no podían cruzar la frontera.

La fayuca era una práctica muy socorrida y había personas que constantemente viajaban hacia aquellos lugares para luego montar negocios caseros de venta de ropa u objetos de consumo personal. No obstante, la mayoría seguía consumiendo los productos mexicanos, tanto en los supermercados, como en los mercados populares o en la desaparecida CONASUPO.

Fue con la paulatina liberalización económica del gobierno de Miguel de la Madrid como las cosas empezaron a cambiar. El modelo de sustitución de importaciones fue languideciendo hasta desaparecer y las reformas estructurales del peñismo fueron la puntilla. Hoy, en cualquier chumilco, encontramos productos importados. Manzanas californianas, sopas deshidratadas chinas o cervezas holandesas.

Entonces, una primera pregunta que debemos hacernos, es sobre la pertinencia y el alcance de esta iniciativa surgida en las redes sociales, cuándo nuestro mercado interno está plagado de productos importados, cuándo ya nos hicimos a la idea de la democratización del consumo. La respuesta quizá de los más radicales de esta corriente a bote pronto sea sí, pero yendo un poco más allá del impulso sentimental seguramente sería no, muchas de nuestras tecnologías en empresas, industrias, hospitales, son importadas, estamos rezagados tecnológicamente desde hace décadas y es ahí donde radica nuestra debilidad, nuestra incertidumbre e impotencia.

Tenemos una balanza comercial porcentualmente peor a la de los años cuarenta del siglo pasado. Escasamente producimos para un mercado interno plagado de bienes chinos y estadounidenses, incluso alcanza a los productos agrícolas en los que no hace mucho fuimos superavitarios: frijoles estadounidenses, arroz paquistaní o maíz canadiense.

Cierto, la retórica ultranacionalista de Trump, llama a la vuelta del modelo endogámico, pero estamos en una economía global. No hay mucho margen para moverse más que sentimentalmente comprando mangos y camarones sinaloenses, café veracruzano o carne de Sonora; mejor todavía, comiendo en los restaurantes Sanborns en lugar de Hip-Hop; bebiendo café en La Flor de Córdoba en lugar de Starbucks o bebiendo Tonicol en lugar de cocacolas y pepsis o los que consumimos cerveza, hacerlo de ahora en adelante con ambarinas artesanales en lugar de las melifluas Bud o Michelob.

Tendremos que lidiar, entonces, con esto mientras la misma globalización acomoda las piezas que el triunfo de Trump pretende sacar de su lugar, como son los casos del TLC y el TPP. Soy de los que creen que no hay político que coma lumbre. La economía neoliberal no es un parapeto es todo un engranaje que pesa sobre la política. Pone, pero también, quita.

Vamos a ver qué pasa, cuando los inversionistas chinos o europeos recoloquen sus capitales en otras regiones del mundo con más certidumbre legal.

Menos sujeta a impulsos, ocurrencias y locuras racistas. Es cuando veremos de que está hecho el Trump de la estridencia electoral y el de la Casa Blanca.

El mundo ya ha tenido este tipo de gobernantes con su propia intensidad y matices políticos e ideológicos. Claro, algunos con un alto costo, y otras simplemente aves pasajeras. Ejemplos, nacionalismos árabes hasta algunos antiimperialistas latinoamericanos; del nacionalismo sentimental al proteccionismo económico.

Justo, en esto último, es donde estamos un sector de mexicanos, en el dilema sentimental de “volver a lo nuestro” o seguir enganchado a lo estadounidense. No está mal, es muestra de que todavía hay algo que une a un sector más allá de la bandera, el himno, el Tri o las canciones de cantina y el ubicuo ¡Viva México, cabrones!

Y eso es una oportunidad para todos, pero especialmente para el gobierno tambaleante de Peña de “Mover a México”, subirse a la ola sentimental que en directo humaniza Alejandro Páez en su texto “Ni un ajo”. Quizá, eso le permita a Peña, remontar unas décimas del hoyo del 24 por ciento, en qué ha caído está semana.

Y, bueno, habría que preguntar qué hay de malo en consumir lo que queda de los productos auténticamente mexicanos. Esos que embellecen nuestros mercados públicos pero también los de nuestros creadores y artistas. Es una buena forma de recuperar la orientación que nos da la brújula del tiempo.

Ernesto Hernández Norzagaray
Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Ex Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., ex miembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Ciencia Política A.C. Colaborador del diario Noroeste, Riodoce, 15Diario, Datamex. Ha recibido premios de periodismo y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político electorales.
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