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María Rivera

25/11/2020 - 12:01 am

Lo que viene

Dentro de poco los hospitales estarán saturados nuevamente.

México superó los 102 mil decesos por COVID-19. Foto: Daniel Augusto, Cuartoscuro.

No viene lo mejor, querido lector. La estrategia que el gobierno ha seguido ante el coronavirus ha provocado que la cantidad de personas contagiadas vaya en aumento. Como cualquiera puede corroborar, el número de contagios se ha elevado las últimas semanas. Cada vez más conocidos están contagiados y parece, francamente, que estamos ya entrando en una nueva fase de descontrol, es decir, en una segunda ola que se sumará a la ola que en nuestro país nunca cedió, se mantuvo como una marea fluctuante. Por ello, el riesgo de que la gente se contagie es cada vez más alto. Nadie debe suponer que la epidemia está “aplanada” ni “controlada”: todo lo contrario, las próximas semanas serán altamente riesgosas. Pero déjeme explicarle: bajo la actual estrategia no hay posibilidad de que la epidemia se controle, ni se contenga, como no ha sucedido desde marzo. Esta situación no es producto de la naturaleza del virus, ni de las características de la población mexicana; es producto de decisiones políticas equivocadas que reiteradamente se han tomado para enfrentarla. La cifra de personas fallecidas es una prueba fehaciente del fracaso estrepitoso del gobierno de López Obrador y los gobiernos locales. La Ciudad de México, por ejemplo, en realidad lleva varias semanas en semáforo rojo, aunque la Jefa de Gobierno se ha negado sostenidamente a reconocerlo. Las razones por las cuales no se ha podido contener la epidemia se han expuesto hasta la saciedad: no se hacen suficientes pruebas, no se implementaron controles fronterizos, no se hace seguimiento de contactos, no se ha implementado el uso de cubrebocas de manera obligatoria, y simultáneamente, se ha reabierto la economía y se ha mal informado a las personas con mensajes contradictorios o llanamente falsos que hacen que las personas se arriesguen innecesariamente.

En cuanto a las personas que han fallecido por el virus suman más de cien mil personas, y rondan los 300.000 si se suma el exceso de mortalidad. Los hospitales, lo mejores, estás saturados y la posibilidad de que la gente muera en algún hospital público es muy alta, si le compara con los hospitales privados. No, no son buenas noticias. La irresponsabilidad y negligencia del doctor López Gatell no parece ya que pueda subsanarse. El daño que ha causado entre la población es inmensa, y no es exagerado responsabilizarlo de la enorme mortalidad que ha sufrido nuestro país.

De modo que si usted cree que la epidemia está controlada y se está arriesgando tiene que saber que este es el peor momento para hacerlo: la mesa está puesta para que cualquiera se contagie y pierda la vida por la sencilla razón de que el virus está más extendido, la atención médica es insuficiente y la gente no está consciente de esto. Esta última parte es vital para entender la razón por la cual estamos donde estamos: mucha gente no entiende cómo se contagia el coronavirus y cuáles son las conductas de riesgo alto, medio y bajo. Esto porque el gobierno ha sido incapaz de explicarlo y ha sido errático en los mensajes, desde el propio Presidente que desde que empezó la epidemia se dedicó a subestimarla. Durante meses (y hasta el día de hoy) se desaconsejó el uso de cubrebocas aduciendo que no servía para evitar la transmisión. Pero no solo eso, el gobierno ha sido totalmente incapaz de explicarle a la gente que el mayor riesgo está en el aire que respiramos en los espacios cerrados. No se necesita una multitud para contagiarse, basta con una sola persona infectada para contagiar a quienes se encuentran a su alrededor, ya sea un pequeño grupo o sea grande, ya sea una sala de una casa, un cuarto o un camión. El transporte público, las oficinas, las tiendas, los restaurantes, los teatros, los cines, las iglesias, los taxis e incluso las casas, son espacios ideales para el contagio porque cuando las personas están contagiadas exhalan partículas virales que quedan suspendidas en el aire donde pueden ser inhaladas por otras personas aunque estén lejos e incluso cuando los contagiados ya no se encuentren en el lugar. Estudios han señalado que el virus es capaz de permanecer suspendido en el aire hasta dieciséis horas en un espacio sin ventilación y que los aires acondicionados pueden volver más transmisible el virus debido a que recirculan el aire. Y aquí viene lo más complicado de entender: las personas que contagian a otras en su gran mayoría no saben que están enfermas y los contagiados tampoco. Esto porque el coronavirus puede causar una enfermedad asintomática o tener un periodo presintomático muy largo en el que las personas no tienen consciencia alguna de que están contagiando a otros, empezando por las personas con las que habitan. Nadie quiere, naturalmente, contagiar a su familia, pero las familias son el espacio donde hay más casos de la enfermedad. Familias enteras han perdido la vida por esto. De nada sirve que las personas vulnerables se cuiden si un miembro de la familia se expone al contagio o si está en contacto con personas que están expuestos a él. Eso es lo que sucedió en casas de retiro, por ejemplo, con cuidadores contagiados, personal que llevó el virus sin saberlo, y es también lo que sucede cotidianamente con familias que se reúnen creyendo que sus reuniones son seguras. La gente no ha podido entender que son justamente los asintomáticos quienes transmiten la enfermedad y que cualquier persona que se ha expuesto, por más saludable que se vea, es susceptible de estar contagiado. Si la gente entendiera esto, entendería que el uso de cubrebocas debe ser extensivo y obligatorio porque evita que enfermos asintomáticos transmitan la enfermedad, bajando la carga viral en el aire, al mismo tiempo que filtran algo de las partículas virales del ambiente. La norma debería ser, obviamente, que todos usaran un cubrebocas de manera obligatoria, así como la ventilación rigurosa de los espacios, desde las casas hasta las oficinas, y que si un miembro de la familia sale, use igualmente un cubrebocas en espacios compartidos si hay miembros vulnerables en la familia. Sí, es algo demencial, pero sin una estrategia de contención gubernamental, como es el caso de México, lo único que nos queda es el uso de cubrebocas todo el tiempo, la sana distancia, la no realización de reuniones sociales. Mantenerse lejos de las personas, y cuando tenga inevitablemente que tener contacto, usar un buen cubrebocas.

Dentro de poco los hospitales estarán saturados nuevamente y no tendrán manera de atender a pacientes gravemente enfermos. No solo se necesitan camas de terapia intensiva sino médicos y enfermeras capacitados para atender a los pacientes que México no tiene y debido a lo cual la mortalidad en los hospitales públicos es muy alta. Lo mejor ahora es protegerse lo más posible del aire compartido, no contagiarse, entender que el virus es aéreo y que cualquiera, empezando por los que usted más quiere, puede tenerlo sin saberlo o incluso, ser usted mismo quien lo propague. Hágale un favor a sus seres queridos y a usted mismo: manténgase sano, use un cubrebocas en cualquier contacto.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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