México, 3 Jun. (Notimex).- Títulos como “El gato que escuchaba a Brahms” y “El gato que sabía Shakespeare”, de la escritora estadounidense Lilian Jackson Braun, fallecida hace un año, el 4 de junio de 2011, pueden ser adquiridos a través de una importante firma electrónica.
En su idioma original, 12 diferentes títulos de la serie "El gato que...", pueden ser comprados en tres diferentes categorías: nuevos, usados y de colección, informa la librería electrónica “amazon.com”.
Nacida el 20 de junio de 1913 en Massachusetts, Lilian Jackson Braun deleitó a los lectores con su serie de novelas de misterio "El gato que...", cuyo protagonista es el periodista James Qwilleran y sus gatos siameses.
De acuerdo con una biografía difundida por la Enciclopedia Británica, Jackson Braun debutó en la escena literaria justo con el primer título de esta serie que consta de unos 20 materiales, denominado “El gato que sabía leer al revés” (1966) y que conseguiría capturar favorablemente a la crítica.
Entre 1967 y 1968 publicó “El gato que se comió Danés Moderno” y “El gato que enciende y se apaga”, antes de abandonar el proyecto debido a la presión para darle vida a su material con la sangre y la violencia.
Antes de reanudar su serie en 1986, la escritora trabajó durante varios años como correctora de estilo y editora del afamado diario “Detroit Free Press”.
Tras retirarse del periodismo, Jackson Braun se dedicó a escribir las novelas “El gato que vi todo rojo”, “El gato que subió The Creek”, “El gato que olía a una rata”, “El gato que robó el Banco Mundial”, “El gato que vio las estrellas”, “El gato que hizo sonar el silbato” y “El gato que llegó a desayunar”.
Además de “El gato que entró en el tablero”, “El gato que nunca estuvo allí”, “El gato que trasladó a la montaña”, “El gato que vivió alto”, “El gato que hablaba con los fantasmas”, “El gato que pasaron a la clandestinidad”, “El gato que vio las estrellas” y “El gato que cantó para las Aves”, entre otros.
Según sus biógrafos, Lilian Jackson Braun vivió con dos gatos siameses y su esposo, el Bettinger, en Carolina del Norte. Hasta su muerte se dedicó de tiempo completo a dejar volar su imaginación.
