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María Rivera

26/08/2020 - 12:03 am

Nostalgia

Nostalgia de aquellos días donde una podía imaginar que mejoraríamos la gran mayoría, empezando por los pobres. Nostalgia de aquellos días en que uno podía decidir quedarse en casa, voluntariamente.

Más que un Gobierno, en ciertos episodios recientes, como el de la sanción e inhabilitación a la revista Nexos por parte de la Secretaría de la Función Pública, el Gobierno se muestra ya como una pandilla bien dispuesta a usar el garrote del poder contra sus enemigos. En la imagen, la titular de la SFP, Irma Eréndira Sandoval. Foto: Mario Jasso, Cuartoscuro.

Ya parezco disco rayado, querido e imaginado lector. Llevo meses dedicando este espacio a nuestros tiempos epidémicos, a narrarlos, a advertirlos. Simultáneamente se ha seguido tejiendo, sin embargo, nuestro cuento nacional. Nuestro acontecer diario, o mejor dicho, el acontecer diario de la política donde suceden escándalos en video, se documenta la corrupción de los gobiernos pasados, se entrega el operador y denuncia a todos: expresidentes, excandidatos presidenciales, senadores, exfuncionarios. Los otros contestan evidenciando las irregularidades de los que denuncian. Más que una puesta en escena de la justicia, parece una tragicomedia, donde todos hacen lo mismo pero se llaman diferente: unos son corruptos y los otros revolucionarios.

Escenas francamente vergonzosas: la primera dama usando a Leona Vicario para justificar lo que se presume como delitos electorales porque la causa lo ameritaba. Defensas delirantes de seguidores fanatizados justificando lo que a todas luces aparece como indebido. Un discurso que ya no esconde su naturaleza facciosa, ni intenta disimularla. Escándalos, sí, que en otro tiempo hubieran rendido muchos dividendos. Un largo show aderezado con iniciativas de consultas populares donde se vote si se lleva ante la justicia a los corruptos expresidentes o no… No asistimos a un cambio de paradigma que vaya a cerrarle la puerta a la corrupción, asistimos a una escenificación que busca, más que la justicia y el resarcimiento del daño causado por los últimos gobiernos, la catarsis social y votos, muchos votos.

Sospecho, sin embargo, que a los mexicanos nos queda poca energía para derrocharla en catarsis, como no sea fuera de los hospitales, o las morgues o frente al desempleo, en estos días aciagos. La gente, naturalmente, está más preocupada por comer, no contagiarse, curarse, enterrar a sus muertos. La gente de a pie, quiero decir, no los políticos profesionales, ni aquellos que dirigen la obra.

Ahora pienso, con nostalgia, en aquellos días tras las elecciones en que imaginábamos un Gobierno, no una continuación del pleito de un opositor convertido en Gobierno, en purga, en vendetta. Toda esa victoria, casi una gesta, convertida en campaña bélica desde el poder. Los fifís, los conservadores, los enemigos, toda esa retórica que poco a poco invadió la vida pública como si el Gobierno no fuera una función administrativa sino una barricada. Nostalgia de aquellos días donde una podía imaginar que mejoraríamos la gran mayoría, empezando por los pobres. Nostalgia de aquellos días en que uno podía decidir quedarse en casa, voluntariamente. Nostalgia, incluso, de lo que no funcionaba del todo bien, pero funcionaba y hoy ya no existe.

Hay muchas preguntas que hacerse, en este valle de lágrimas en que se ha convertido nuestro país. Lejos estamos de estar felices, como el Presidente fantaseaba, y muy lejos de ese sueño de bienestar que nos prometió. Y es que si ya habíamos descubierto que no, el gobierno no era lo que prometía, sino una larga decepción, luego sencillamente, nos cayó el chahuistle. Y nos cayó en serio. Más a los pobres y enfermos, obviamente, los que se están contagiando y muriendo, los que perecerán bajo las ruedas de la economía, serán triturados por ellas.

Como nunca, hemos visto esa maquinaria desnuda en tiempo real. Los pobres no son más que un recurso retórico, una perorata, una justificación del poder. Nunca son los que están obligados a salir, son explotados o viven en la precariedad de la informalidad. O sí: son a los que el poder dejará que se contagien, a los que les respeta su derecho humano a no usar cubrebocas, pero no el derecho a la vida. Los pobres, a los que les dicen “no puedo hacer nada por ti, sal, mira qué generoso soy, te espero en las sala de terapia intensiva”. No, para ellos no hay políticas públicas ni dinero que alcance para una renta básica, porque hay que construir el tren, hay que construir la refinería, hay que construir un bosque.

Y mientras, el coronavirus sigue su camino: brincando de huésped en huésped, devastando familias, de pulmón en pulmón por la negligencia criminal de las autoridades, ¿en qué realidad paralela podríamos estar emocionados, felices, satisfechos por su lucha contra la corrupción?, ¿en qué realidad alterna podría la gente gastarse dinero en boletos de lotería cuando no puede pagar la renta? Una lotería, además, muy extraña, que se dice rifa, pero no rifa nada. Una cosa delirante. Un avión estacionado que se vende pero no se vende, que se rifa pero no se rifa, una lotería para ganar dinero que se dice se usará en el sector salud y que no tiene nada que ver con un avión aunque tengan su imagen los cachitos. Un sector, además, que es responsabilidad del Gobierno y al que está obligado a destinarle recursos de nuestros impuestos, antes que a trenes, o refinerías o bosques. Un delirio ya incomprensible, donde el poder padece de una enfermedad esclerotizante: no puede cambiar su narrativa, ajustarla a la realidad, conforme pasa el tiempo empeora su rigidez.

Más que un Gobierno, en ciertos episodios recientes, como el de la sanción e inhabilitación a la revista Nexos por parte de la Secretaría de la Función Pública, el Gobierno se muestra ya como una pandilla bien dispuesta a usar el garrote del poder contra sus enemigos, esgrimiendo consideraciones morales con las que justifican el uso ilegal y faccioso de la instituciones, conduciéndose exactamente de la misma manera en que solían hacerlo sus antecesores y que reiteradamente denunciamos, casi como leit motiv desde 2006, ¿hay acaso un uso más faccioso que utilizar a las instituciones del Estado para fustigar enemigos políticos?

Sin vergüenza ninguna el Gobierno ha determinado que la revista no podrá acceder a ningún contrato con el Gobierno federal o donde concurran fondos federales, y deberá pagar una multa a todas luces injusta. La razón que la Secretaria Sandoval ha esgrimido, increíblemente, es que Nexos (como muchos otros medios de comunicación) obtuvo numerosos contratos el sexenio pasado. El argumento es inadmisible, porque está fuera del ámbito legal que rige la relación entre medios y Gobierno desde hace mucho y que este Gobierno no ha querido modificar, perpetuando su discrecionalidad, utilizándolo en su provecho. Resulta obvio que el problema no es monetario: mucho más han recibido (y seguirán recibiendo) sus nuevos aliados políticos de los medios. El “problema” es la naturaleza crítica de la revista con respecto al Gobierno y a quienes lo encabezan, lo cual en una democracia no solo es perfectamente legítimo y legal, sino deseable. Es evidente, pues, que estamos frente a una venganza política disfrazada y, al mismo tiempo, un atentado contra la pluralidad, y la libertad de expresión.

Y es que sí, estas parecen ser ya, nuevamente, “sus” instituciones, no las nuestras y definitivamente, no las de todos. Qué nostalgia pensar que alguna vez pensamos que se podría erradicar este flagelo y no que el cambio “izquierdista” consistiría en la inaceptable perpetuación de las viejas prácticas de la censura.

 

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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