Óscar de la Borbolla
26/08/2024 - 12:03 am
Meditación sobre el tiempo
“Recuerdos que ni siquiera son del todo fieles, y sueños o proyectos apenas esbozados; parece ser que la existencia humana es pura irrealidad, pues lo único real es el presente”.
Si imaginamos la estructura de la vida humana como un reloj de arena, podemos hacernos una idea muy clara de lo que es la existencia: en la parte superior del reloj está el tiempo que cada quien posee; los granos de arena pasan por la cintura del reloj —el estrecho presente— y caen convertidos en recuerdos. La imagen es exacta, pues permite ver de golpe un hecho contundente: mientras más recuerdos poseemos, menor será el tiempo con el que aún contamos.
Los viejos son, en consecuencia, memoriosos, sin que sea relevante la importancia de los recuerdos. Los niños son, en cambio, fantasiosos, pues la parte superior del reloj solo contiene sueños. En los extremos se hace tangible la irrealidad de la vida: el pasado no es, es tan solo una serie de imágenes que la memoria mantiene, y el futuro tampoco es más que las imágenes que la fantasía proyecta: imaginación y memoria, recuerdos y sueños es en lo que consiste la mayor parte de la existencia humana.
Recuerdos que ni siquiera son del todo fieles, y sueños o proyectos apenas esbozados; parece ser que la existencia humana es pura irrealidad, pues lo único real es el presente (esa estrecha cintura del reloj de arena), pero dura tan poco, es tan fugaz, tan instantáneo: solo es el tránsito de una irrealidad a otra.
Y, no obstante, el presente es la única propiedad firme que tenemos: cada grano de arena, cada minuto: es ese filo de navaja donde ocurre lo que cuenta, donde, si nos fijamos con cuidado, ocurre todo realmente: donde nos hacemos y hacemos, donde decidimos. El presente, sin embargo, es ese tiempo en el que procuramos no estar, desde donde nos fugamos haciendo planes y donde añoramos lo que ya no tenemos. El presente solo se vive cuando nuestro cuerpo nos da cita en él, cuando atenazados por el dolor deseamos que se vaya, que ya sea mañana o de preferencia el año siguiente cuando todo haya pasado.
Pero hay también citas en las que nuestro cuerpo quisiera mantenernos sin que lo que vivimos huya, sin que la experiencia pase: me refiero al placer. Ese placer que es de muchos tipos: erótico, por supuesto; pero también el que nos proporcionan nuestros aciertos: cuando uno es reconocido, cuando uno vence un obstáculo, cuando la sonrisa de satisfacción separa las comisuras de la boca para que el momento se haga más largo también.
Esos momentos de la vida son contados, no quiero solo decir que sean pocos, sino que literalmente uno los cuenta, cada quien se los cuenta a sí mismo y, cuando lo hace, resulta inevitable comprender que ya son historia: parte de la ceniza que va creciendo en la gota inferior del reloj.
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