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Susan Crowley

26/10/2018 - 12:01 am

Las ventanas de Hilma af Klint

Hilma af Klint nació en Suecia en 1862 dentro de una sociedad protestante y patriarcal en la que el papel de la mujer era casarse, tener hijos y cumplir con las exigencias que imponían su sexo y condición social.

La teosofía, el rosacrucismo y el budismo, junto con las enseñanzas de Blavatsky y Steiner le permiten crear un cuerpo de obra alucinante. Foto: Especial

Hilma af Klint nació en Suecia en 1862 dentro de una sociedad protestante y patriarcal en la que el papel de la mujer era casarse, tener hijos y cumplir con las exigencias que imponían su sexo y condición social. Ella se empeñó en estudiar, aunque solo se le permitió hacerlo en una academia para señoritas. Habiendo cumplido con todos los requisitos sociales, aún muy joven se inició en las diversas disciplinas del espíritu muy en boga por aquellos años. La teosofía, el rosacrucismo y el budismo, junto con las enseñanzas de Blavatsky y Steiner le permiten crear un cuerpo de obra alucinante.

Af Klint es una artista hasta hace poco desconocida, así lo quiso ella. Finalmente, su obra es reconocida y actualmente se encuentra expuesta en el museo Guggenheim de Nueva York. Su trabajo ha sido interpretado como un impulso precursor de los movimientos feministas que estamos viviendo, pero eso sería simplificarlo. En realidad, se trata de un cuerpo de obra atemporal y, por lo mismo, permite explorar las cosas nuevas que el pasado nos ofrece. Tampoco se trata solamente de una mirada hacia el porvenir (como lo indica el título de la exposición, Paintings for the Future), ofrece más bien la posibilidad de abrirnos a distintas realidades y dimensiones.

Elevado y a la vez profundo, el trabajo de af Klint es una incitación a nuestros sentidos y a la forma de concebir el arte, sobre todo el arte creado por las mujeres.

El espacio museístico es ya en sí un reto. El museo Guggenheim cumple cabalmente la intención con la que fue creado: ser el espacio para la pintura abstracta o el arte no objetivo. Así lo ambicionaron Hila von Rebay, el cerebro intelectual, y el arquitecto Frank Lloyd Wright; la idea es que fuera un verdadero templo para el espíritu. Propagar el arte espiritual (abstracto), era una postura en los años en los que se inició su construcción (la década de los cincuenta). Representaba toda una teoría de salvación de las ideas; recordemos que mientras el nacional socialismo había tachado la pintura abstracta de degenerada, para el Estado soviético cualquier intento de abstracción era considerado subversivo. La idealización de las formas se volvió la moneda de cambio de una sociedad en crecimiento constante, la americana. El museo Guggenheim representaría el triunfo de las vanguardias europeas, dolorosamente reprimidas por los estados totalitarios. Nada mal para las intenciones históricas de una potencia en ciernes.

La forma circular ascendente del edificio contrastaba con las acostumbradas moles de acero revestidas de concreto neoyorkino. Ubicado en el 1071 de la Quinta Avenida, la impronta del Guggenheim sería que el visitante se elevara espiritualmente mientras recorría una exhibición, una especie de ziggurat (edificio religioso mesopotámico) con forma espiral. El éxito de esta anomalía arquitectónica, extraña y novedosa, caracterizó el cambio de los años porvenir aun cuando no fuese del todo comprendida en su momento. Sería interesante preguntar de dónde surgieron todas estas ideas.

Hilla von Rebay, el cerebro detrás del Guggenheim creó un imperio que gobernó como dama de hierro. Durante los años que presidió el museo expuso obra de grandes artistas como Kandinsky, Klee, Picasso (por solo mencionar a algunos). Muy lejos, en las tierras donde la luz es distinta, la melancolía y el pensamiento encuentran un ámbito muy particular, Hilma af Klint concibió un detallado sistema que involucraba las diferentes prácticas en las que ya era una iniciada. Su idea de fundar un templo para el arte solo trascendió en modelos (de gran formato, hoy exhibidos en el Guggenheim). Rebay conoció la obra de af Klint. Mientras la primera revolucionaba la historia del arte en Nueva York y se relacionaba con el poder de los Guggenheim, af Klint se encerraba cada vez más en su entorno cargado de la austeridad protestante, de inviernos y sesiones espiritistas. La relación de ambas fue una suma de coincidencias, sobretodo en la forma de pensar.

Sin embargo, la obra de af Klint recibió muy malas criticas de parte de quienes la conocieron. Ella nunca se consideró lo suficientemente “artista” como para mostrarla. Incluso exigió que su obra no fuese mostrada al público hasta veinte años después de su muerte. No queda muy claro por qué.

Al final de su diario se lee “Tienes una misteriosa misión por delante y muy pronto sabrás lo que se espera de ti” ¿Cuál era su misión?, ¿la cumplió?, ¿estaba por encima de su muerte, más allá de lo humano? ¿la podemos descubrir durante el recorrido a la exposición? Lo cierto es que su obra se nos presenta hoy de una forma integral en un espacio que no podría ser más idóneo. Si bien el edificio fue diseñado por Wright en mancuerna con Hilla von Rebay, muy probablemente la fuente de inspiración reside en la obra misma de af Klint.

En forma ascendente, poco a poco, desde las obras figurativas que la muestran como una artista convencional, aparecen los primeros rasgos de su gran cuerpo de obra trascendental. Entrar a cada una de las ventanas de af Klint es penetrar en su mundo interior; para ella la pintura era una manifestación directa del pensamiento, de las emociones y del espíritu. Logró conjuntar todo su poder a través de radiantes colores primarios (amarillo -masculino, azul -femenino, verde -resultado de una unión armoniosa), geometrías (cuadrado- integridad, círculo- infinito, triangulo- estructura unitaria, espiral-progreso y movimiento), un montón de símbolos, códigos secretos que no necesariamente se explican, ciertas figuras arquetípicas, como la del cisne blanco y negro que significan la grandeza del espíritu (dualidad materia- espíritu), la serpiente que muerde su propia cola, igual a renovación. Y no solo eso, la obra de af Klint nos traslada a un lenguaje de sabiduría ancestral, algo similar a lo que vemos en las geometrías medievales, celtas y druidas especialmente.

Todo en su obra es un sistema perfectamente pensado que, a pesar de poder ser descifrado con un manual que ella misma elaboró, le ofrece al espectador la posibilidad de deambular de una manera intuitiva, poética. El territorio que la pintora sueca nos plantea, siempre está por descubrirse y nos obliga a pensar desde un plano mucho más arriesgado. Conocer y dejarse llevar por el poder de su obra nos abre las puertas a un nuevo templo de sabiduría y profundidad. Lejos de las convenciones de genero, el universo de Klint está más allá de si es mujer y mucho más allá de si es la pintura del futuro. Nos recuerdan que el arte es una extensión tan estrecha o tan amplia como queramos establecerla, que es milenaria y es por fuerza atemporal. Hilma af Klint atrapa universos en ventanas infinitas, nunca se cierra, al contrario, crea sistemas que nos colocan en una era de conocimiento y reflexión, tan antigua o tan novedosa como se le quiera ver.

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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