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Diego Petersen Farah

26/10/2018 - 12:00 am

Estado diabético

Por primera vez en muchos años no soy optimista. No por la consulta del aeropuerto ni por echar para atrás la reforma educativa. Podemos estar o no de acuerdo con una decisión u otra, pero no es ahí, sino en el contexto internacional y la disfunción orgánica del Estado donde están las verdaderas amenazas.

El gran reto de López Obrador, y vaya que tiene muchos, será regresarle las capacidades al Estado. Foto: Cuartoscuro.

Por primera vez en muchos años no soy optimista. No por la consulta del aeropuerto ni por echar para atrás la reforma educativa. Podemos estar o no de acuerdo con una decisión u otra, pero no es ahí, sino en el contexto internacional y la disfunción orgánica del Estado donde están las verdaderas amenazas.

El desencanto con la democracia recorre el mundo. Abusos, corrupción, partidocracia, debilidad institucional, y algo que podríamos definir como diabetes de Estado, es decir gobiernos obesos que han ido paulatina pero consistentemente gangrenando sus órganos y perdiendo sus capacidades para resolver desde las cosas más simples, como recoger la basura, hasta las más complejas, como brindar seguridad, son síntomas que se repiten en mayor o menor medida en muchos países. La respuesta estos males ha sido el voto por la extrema derecha. Lo que está por suceder en Brasil se suma a lo que ya sucedió en Estados Unidos, Inglaterra, Italia, Suecia, Austria, Grecia, Holanda, Polonia, etcétera.

El inminente triunfo de Bolsonaro en Brasil es fruto del fracaso de los sucesivos gobiernos de izquierda envueltos en escándalos de corrupción, pero principalmente en la ineficiencia y falta de respuestas a las demandas de las clases medias. Algo similar sucedió con el gobierno de Obama en Estados Unidos cuyo gobierno, incapaz de tomar decisiones, abrió la puerta al triunfo de Donald Trump, o en Francia, Austria o Italia donde la ultraderecha ha crecido a la sombra de gobiernos democráticos, de izquierda o de derecha, pero igualmente inoperantes.

El Estado diabético se vuelve impotente y la búsqueda de gobiernos fuertes, que sean capaces de ejecutar decisiones, las que sean, se convierte en clamor popular. La añoranza de seguridad, certeza jurídica y bienestar social encuentra en el otro distinto, sea el migrante, el de preferencias sexuales diferentes o creencias ajenas, el origen de todos sus males. Xenofobia, homofobia, racismo, intolerancia religiosa crecen como tumores del Estado diabético.

El gran reto de López Obrador, y vaya que tiene muchos, será regresarle las capacidades al Estado y hacer que los mexicanos volvamos a creer en la democracia. Esto requiere mucho más que un buen discurso, que sin duda ayuda, o frenar la corrupción, que es indispensable. En México, sanar al Estado pasa fundamentalmente por el tema de seguridad, por quitarle al crimen organizado los territorios y funciones que ha usurpado, pero también por el buen funcionamiento del gobierno, tanto en lo referente a servicios, como salud y educación, como en las instituciones y relación entre poderes.

Polarizar al país y debilitar las instituciones democráticas en un Estado ya enfermo puede convertirse en un boomerag político. Eficiencia y prudencia son las claves en el nuevo entorno; la peor tragedia para el primer gobierno de izquierda en décadas sería que terminara, como en Brasil, abriendo la puerta a la extrema derecha.

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