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El COVID-19 vació las calles en Puebla y microbuseros sufren el daño; “se va a poner peor”, advierten

27/03/2020 - 1:00 pm

Son las 5 de la tarde y, ante la ausencia del pasaje a causa del coronavirus, Erik duda en ponerse de nuevo tras el volante. Se pregunta si vale la pena volver a conducir su microbús semi vacío por más de dos horas, gastando más combustible del que puede comprar.

Puebla, 27 de marzo (PeriódicoCentral).- Erik descansa por unos minutos en los escalones de su microbús. Se sienta a fumarse un cigarro, y mientras el humo se disipa frente a sus ojos, se dice sin duda alguna: “está de la chingada”.

Erik espera al lado de la Unidad Médica Familiar del IMSS número 55, en el corazón de la colonia Amalucan. Platica con José, un compañero de la Ruta 63 del transporte público en la capital de Puebla, que igual que él ven que los días “están de la chingada”.

—Sí, están de la chingada, y va a estar peor — remata José, viéndolo recargado desde un barandal.

Para Erik y José, la llegada del coronavirus al estado ha significado la gota que derramó el vaso en un mes que ha sido muy malo para los transportistas, pues con el paro universitario ―ocurrido en febrero― se vieron afectados en sus ingresos diarios. Desde el primer día del mes hasta este día en el que platicamos, 26 de marzo, ha visto como los espacios vacíos dentro de su unidad son más visibles que los pasajeros a bordo.

En ocasiones, las unidades salen a ruta totalmente vacíos. Foto: Periódico Central.

—Nosotros de por sí ya sabíamos que en estas fechas de semana santa esto bajaba, porque cuando no hay escuela todo se calma, pero con esto del coronavirus vino a bajar más —dice José.

—Imagínate, desde lo del paro de estudiantes nosotros circulamos al 30 por ciento de capacidad, y ahorita con lo del coronavirus vamos a ir más vacíos, la gente ya se encerró —agrega Erik, con notoria decepción en su voz: está cansado de pasar afuera de universidades, secundarias, primarias, parques y plazas y sólo ver lugares vacíos al fondo del vehículo.

Son las 5 de la tarde y Erik duda en ponerse de nuevo tras el volante, se pregunta si vale la pena volver a conducir un vehículo semi vacío por más de dos horas, gastando más combustible del que puede comprar.

Sus dudas se esfuman apenas recibe el visto bueno del checador de la ruta; se levanta, arremanga su camisa azul y vuelve a encender el motor para recorrer las calles de una Puebla que se vacía más con el paso de los días.

Sentado en la entrada de una estrecha caseta, el señor Osvaldo coordina las salidas de las unidades de la ruta 63, lleva sus tiempos y les pide que le escriban por cualquier problema que haya.

Por un momento encarna el escepticismo que caracteriza al mexicano, ese que le hace dudar por momento de todo lo que le dice el Gobierno.

Las calles lucen vacías. Foto: Periódico Central.

—Yo hasta dudo que sea cierto eso del coronavirus, a lo mejor lo inventó el Gobierno, pero entre que si sí y no, a nosotros ya nos vinieron a dar en la madre —comenta con experiencia, pues él vivió los tiempos en los que la influenza H1N1 era la que asustaba a la gente de salir de sus casas.

Al decir eso ve al frente de él como se juntan una, dos, tres, hasta cuatro unidades al mismo tiempo en la base. Por más que les da un tiempo considerable para que no se junte en su recorrido, todas corren con la suerte de ir vacías en caso todo el camino.

Pero sabe que eso no es exclusivo de la ruta 63. Al lado de su base pasan camiones de las rutas 52, 68, 41, las alimentadoras de ruta, y en todas, el panorama es el mismo: menos de la mitad en su capacidad, es un milagro si se llega ver a una llena.

—¿Y el Gobierno no les ha dicho algo? ¿Qué mantengan las unidades limpias o si habrá reducción del servicio? —pregunto a Osvaldo.

—No nos han dicho nada, o sea, aquí a la base viene un muchacho a limpiar los autos cada hora, pero no es como que lo mandara el gobierno o que lo hiciéramos porque nos dijeron—me explica mientras camina hacia el camellón de la calle con una pierna lastimada que lo hace cojear—. Y del servicio según la próxima semana nos van a pedir que reduzcamos las unidades a la mitad.

Osvaldo reflexiona un momento, piensa en sus compañeros y no ve posible decirles de un día para otro que no trabajarán.

—Va a ver que en unas semanas solo van a ver dos o tres unidades aquí, va a haber menos y esto va estar peor.

Para Erik la opción de hacer home office o de aceptar que paren su vehículo por unos meses no es una posibilidad si quiera remota. Tiene esposa, dos hijas y una tercera que llegará a sus vidas en menos de un mes. Detenerse no es una opción.

Y pese a que hay amenazas de que van a reducir las unidades que circularán en la ciudad, sabe que el dueño de la concesión y de su vehículo no le importará la indicación del Gobierno, aún así lo pondrá a trabajar.

En todo marzo su única preocupación ha sido una para él: alcanzar la cuota diaria para seguir trabajando para su patrón.

—Yo tengo que entregar de cuota, todos los días, por ahí de mil 500 pesos y en estos días solo he estado juntando 400 o 450 pesos; de eso 150 son para echarle gasolina al carro, y cien para el patrón, y uno apenas se queda con cien pesos al día. ¿Tú crees que me voy a detener ganando eso? —pregunta un tanto molesto.

La frustración se apodera de él por un momento, sabe que con 600 pesos a la semana no se puede mantener a una familia, que el parto de una mujer saldrá en más de 10 mil pesos —porque para su suerte no cuenta con seguro médico—, y que lo que le queda es seguir trabajando por ese poco dinero en el microbús.

—Sin querer ofenderte, no es lo mismo tu trabajo de venir a pedir o buscar opiniones de la gente a otros trabajos, como el mío, dónde pasas más de 10 horas sentado, manejando, aguantando malos modos, malos tratos de la gente. Ellos te ven y creen que nos están haciendo el favor de subirse cuando no es así, es un trabajo como todos los demás —explota Erik, siempre tratando de no faltar el reparto a nadie.

—¿Pero si guardan su unidad por unas semanas que hará usted, va a buscar otro trabajo?

—Pues eso haría, porque esto está de la chingada.

Hasta el corte del 26 de marzo, el número de personas contagiadas de coronavirus en el estado de Puebla incrementó en tan solo unas horas a 46 casos, de acuerdo con las estadísticas publicadas por la Secretaría de Salud Federal, mismas que revelaron que Chignahuapan y Tehuacán se sumaron a la lista de municipios con casos sospechosos de COVID-19.

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