WATERS: EL QUE SIRVIÓ EL DESAYUNO A CERATI

27/04/2012 - 12:00 am

El libro Roger Waters–Paredes y puentes: el cerebro de Pink Floyd, escrito por el periodista argentino Sergio Marchi y editado por Planeta, es reflejo de un hombre torturado por su propia psiquis. Un ser que pasó casi todos los 68 años de su vida buscando pasar el muro que lo separaba del mundo y que en el camino, como quien no quiere la cosa, transformó para siempre la historia de la música contemporánea. Anécdotas que se cuentan por primera vez y un análisis agudo por parte de un gran conocedor del periodismo musical, pintan el lado oscuro y brillante del genio que se presenta este 27 y 28 de abril en México, como parte de su gira mundial: The Wall. El libro ya está en México y disponible también en todas las tiendas e-book de la región.

 

Cuenta el periodista argentino Sergio Marchi, uno de los más encumbrados escribas del género musical en el país sudamericano, que al escritor Jorge Luis Borges le gustaba Pink Floyd.

Cuando el autor de Historia universal de la infamia y El jardín de senderos que se bifurcan, entre otros, cumplía años, renunciaba a que se le cantara el happy birthday habitual y prefería escuchar The Wall, una obra que a Borges le parecía “una cosa de enorme fuerza; terrible pero vital”.

Esa y otras anécdotas que nunca antes habían sido contadas son la sustancia del libro Roger Waters–Paredes y puentes: el cerebro de Pink Floyd (Planeta), que ya está en México y disponible también en todas las tiendas e-book de la región, para construir la figura del hombre que este viernes 27 de abril inicia sus dos presentaciones en México.

Será en el Foro Sol, como parte de su gira mundial: The Wall, donde en un escenario de 150 metros el bajista, compositor y cantante que transformó para siempre la historia de la música contemporánea, derribará una vez más la pared, metáfora de una dilatada carrera artística en donde el único norte ha sido destruir sus propias barreras interiores y salir de la alienación.

George Roger Waters nació el 6 de septiembre de 1943 en un barrio de Surrey, Inglaterra. A los cuatro meses quedó huérfano de padre, un estigma que lo acompañaría toda la vida y que lo convertiría, al igual que el progenitor que no llegó a conocer, en un pacifista contumaz.

Creció en Cambridge junto a su único hermano y su madre. Estaba llamado a ser deportista [jugaba muy bien al rugby y al cricket] o arquitecto: dejó la carrera por la mitad.

Pero su encuentro con Syd Barrett y luego con el resto de muchachos, músicos incipientes, que formarían Pink Floyd, determinó su destino.

Aunque primero, como bien lo marca el libro de Marchi, antes incluso de que Pink Floyd fuera la mejor banda de rock de la historia, hubo un disco: The dark side of the moon, que aunque se constituyera en el octavo álbum de estudio en la historia de la agrupación, fue en realidad la bomba que explotó en el medio musical de la época (corría el año 1973), borrando los paradigmas conocidos hasta el momento y poniendo a su máximo autor, Roger Waters, contra la pared de sus profundas fobias interiores.

Es conmovedor todavía escuchar hablar a Waters, al borde de las siete décadas de vida, reparando a los fans que gritan ensordecedoramente en los conciertos de rock. Una histeria que paraliza todo impulso creativo y que contradecía la voluntad atmosférica en la que estaban empeñados los miembros de Pink Floyd, Roger el primero.

Enternece también bucear en los archivos y encontrar a Richard Wright (1943-2008) poniendo cara de un sincero “no lo sabíamos, no lo esperábamos”, como pidiendo disculpas por el éxito mundial que alcanzó The dark side of the moon y que puso a la banda frente a un espejo donde muchas veces no quería mirarse.

Mientras la fama empequeñecía tozudamente a Waters, él buscaba agrandarse en virtud del rock teatral y los escenarios gigantes que contuvieron sus pasiones más oscuras, dando rienda suelta a su creatividad en esa obra magna llamada The Wall.

Si el Kurt Cobain de nuestra época lo único que tuvo a la mano fue una escopeta, Roger pudo asirse en el pasado a un muro de ladrillos que él mismo formó para escapar de ese monstruo llamado público, de ese Diablo con tridente bautizado industria musical.

Pink Floyd se separó oficialmente en 1985. Se comentaba por entonces que David Gilmour y Roger Waters ni siquiera se dirigían la palabra. Los chismes también hablaban de una especie de Yoko Ono que trajo discordia en la agrupación, encarnada por la esposa del guitarrista, la periodista Polly Samson.

La verdad es que Richard Wright tampoco aguantaba a Rogers y de hecho se pelearon fiero durante la grabación de The Wall, pues el tecladista quería participar en la producción junto a Roger y este no lo aceptó de ninguna manera.

Luego vino lo conocido: el juicio por el nombre del grupo que finalmente quedó en manos de David y compañía y un reencuentro histórico en Live 8 2008, pocos meses antes de que Wright perdiera la batalla contra el cáncer y falleciera a los 65 años.

 

LAS PAREDES CAÍDAS

Escrito en su mayor parte en primera persona, Roger Waters – Paredes y puentes: el cerebro de Pink Floyd, tiene la virtud de testimoniar, como lo haría cualquiera de nosotros aunque sin la pericia profesional de Sergio Marchi, la trascendencia del trabajo musical de un hombre imprescindible en la historia del arte contemporáneo.

Es imposible no coincidir con el autor cuando confiesa sin ruborizarse que aún llora cuando escucha The dark side of the moon, una obra a la que le encuentra todavía cosas nuevas.

En la descripción del personaje al que le dedica una obra que escribió “como poseído durante 14 horas al día”, según declaró a la agencia argentina Télam, Sergio se aleja de la mitomanía y, por el contrario, acepta que Roger Waters no es un bajista prodigioso, ni siquiera un excelso cantante.

Revela también que fueron la soberbia y el autoritarismo de nuestro buen “Rogelio Aguas” lo que minó las bases de Pink Floyd y que en la guerra hasta las últimas consecuencias entablada entre él y su compañero David Gilmour, fue la batalla de sus tremendos egos lo que sustentó la debacle de la agrupación, pero no el dinero.

Sin embargo, nada como este libro para dividir, ya que estamos, las aguas y coincidir con su autor en una verdad más que comprobada: Roger Waters es un compositor brillante y un músico como pocos.

Pondera también Marchi la lealtad a sus principios filosóficos, morales, artísticos, un capital que ha traído hasta este 2012 a un Roger Waters como timonero de una personalidad fascinante: la suya.

Roger Waters puede ser un infatigable investigador de su propia vida, buscando las pistas que le permitan resolver su angustia, pero nunca fue una persona que se durmiese en los laureles. Cuando pasado cierto tiempo se animó a tomar posesión del legado de Pink Floyd, algo que legítimamente le pertenecía, sus cosas comenzaron a mejorar, a tal punto que logró una total reivindicación de su carrera solista, de su creación y, lo que es mejor, una paz sincera aunque no total con sus antiguos compañeros de Pink Floyd, con quienes pudo realizar la ceremonia reconciliatoria en público, haciendo felices a millones en Live 8.”, escribe el periodista argentino.

Establecido ese principio, el libro condensa unas cuantas anécdotas imperdibles, entre ellas el encuentro que el músico argentino Gustavo Cerati (a quien Marchi dedica especialmente su libro), acompañado por su colega y compatriota Pedro Aznar mantuvo con el fundador de Pink Floyd.

La reunión se llevó a cabo merced a los buenos oficios de la Fundación Alas, comandada por la cantante colombiana Shakira y cuenta Gustavo que una de las cosas más extrañas que le pasaron en la vida fue estar en la casa de Waters en Nueva York y verlo entrar en su cuarto a la mañana, vestido con una bata, sirviéndole el desayuno.

Cuenta Marchi que de Mary Duncan, su madre, Roger heredó los peculiares rasgos de su rostro y la tozudez que lo ha acompañado a lo largo de su vida y por la que supo ganarse unas cuantas antipatías.

La primera parte del libro es un recuento de los inicios de una relación que, como la de Jagger y Richards, como la de Lennon y McCartney, estaba destinada a traspasar las fronteras del tiempo y el espacio: la de Syd Barrett y Roger Waters.

Los pasos iniciales de Pink Floyd (con un antecedente en la banda que bautizaron T-Set o The Tea Set. “El nombre, “Prendete al juego de té”, era una expresión utilizada por los fumadores de hash para invitar a alguien a una ronda”, escribe Marchi) eran los tímidos recorridos de jóvenes que no eran todavía concientes de su talento para la música (ni para ninguna otra cosa), que no sabían qué querían hacer de su vida y que optaban algunos por el blues duro de The Rolling Stones y otros (como Syd) por el rock amable de The Beatles.

Roger no era bueno para la guitarra. Primero tocó como líder, luego como acompañante rítmico y finalmente recayó en el bajo.

Hubo cierta desazón cuando la banda supo que el primer show que sus manager consiguieron fue en una iglesia, pero la historia probaría que el show que Pink Floyd realizó el 30 de septiembre de 1966 en la All Saints Church a beneficio de la London Free School, iba a abrirles las puertas correctas que los llevaría a convertirse en el grupo favorito del underground londinense. Dos semanas más tarde, Pink Floyd y Soft Machine serían invitados a tocar en The Roundhouse para la fiesta de lanzamiento del periódico underground International Times (IT). Varias personalidades de todas las ramas del arte estuvieron esa noche a modo de apoyo al periódico, incluyendo a Paul McCartney, disfrazado de árabe para un concurso benéfico que se realizaba aquella misma noche. A pesar de ello, el disfraz de monja portado por Marianne Faithfull se robó el premio.”

 

BARRET LE GRITABA COSAS A GILMOUR DESDE LA VENTANILLA DE UN AUTO

Particularmente interesante es el capítulo dedicado a datar el ingreso de David Gilmour como integrante oficial de la banda, en reemplazo del ingobernable Syd Barrett, luego de que Waters, Wright y Mason pensaran también en Jeff Beck.

Todos coincidieron que David Gilmour sería una excelente elección por varias razones: era muy buen guitarrista, era amigo de Waters, pero sobre todo de Barrett, y además era apuesto, con un pasado como modelo masculino y todo.”

Es imposible no leer y releer las páginas en que todo terminó para un artista genial como Syd Barrett, ese momento que anticiparía su sino trágico, las enfermedades mentales que padecería durante su vida, que pese a todo duró 60 años y el hecho irónico de que en la última entrevista concedida a una revista británica, decía sinceramente no recordar a un grupo llamado Pink Floyd ni mucho menos a sus antiguos compañeros de banda.

La fuerza de la narrativa nos lleva a imaginar la escena en que un Barrett rechazado y furioso le gritaba cosas a Gilmour desde la ventanilla de un auto.

Las drogas, el cine, la fama y siempre Syd Barrett, potencian un libro que se lee de un tirón pero que deja huella en ese lado del corazón que muchos amantes de la música tienen exclusivamente guardado a Roger Waters y a Pink Floyd.

En estos días en que este hombre magnífico, este verdadero compositor clásico, paseará por las calles de nuestro convulsionado y primaveralmente bello Distrito Federal, resulta un verdadero regocijo introducirse en los pliegues de su historia y soñar que otra vez estamos allí: brillando como el diamante loco.

David Gilmour no pudo ocultar su sorpresa. No hubo dudas, ni suspenso, ni ninguna de esas sensaciones que camuflan los sentimientos, sobre todo porque hubo anuncio: “Hola, David, habla Roger. ¿Cómo estás? Creo que deberíamos hablar sobre Live 8, me parece que tendríamos que hacerlo”.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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