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Antonio Salgado Borge

27/07/2018 - 12:02 am

Oda a la empatía (el último cigarro de Roger Waters)

¿Es ésta la vida que realmente queremos? Una forma de responder a esta pregunta es repasando la serie de eventos, personas y objetos que forman parte de la vida privada de quien contesta. Pero, sin importar lo detallada que pueda llegar a ser, una respuesta de esta naturaleza lleva ya implícita una suposición equivocada: la idea de que la expresión “nosotros queremos” equivale a una colección de unipersonales “yo quiero”.

El nuevo disco del músico británico Roger Waters es una invitación a resistir. Foto: AP

¿Es ésta la vida que realmente queremos? Una forma de responder a esta pregunta es repasando la serie de eventos, personas y objetos que forman parte de la vida privada de quien contesta. Pero, sin importar lo detallada que pueda llegar a ser, una respuesta de esta naturaleza lleva ya implícita una suposición equivocada: la idea de que la expresión “nosotros queremos” equivale a una colección de unipersonales “yo quiero”.

“¿Es ésta la vida que nosotros realmente queremos?” (Is this the life we really want?, 2017), el nuevo disco del músico británico Roger Waters, es una invitación a resistir esta suposición y a replantearnos el sentido de la pregunta. Es probable que este sea el último álbum de estudio de quien fuera fundador y compositor principal de Pink Floyd; este disco llega veinticinco años después de “Divertidos hasta la muerte” (Amused to Death, 1992) -su predecesor en la discografía de Waters- y ha sido grabado por este legendario músico a sus setenta y tres años. ¿Qué pudo mover a un individuo que no tiene nada que probar a regresar, a estas alturas, al estudio de grabación para embarcarse en un nuevo proyecto?

Para cualquiera que conozca la trayectoria de Roger Waters, es claro que su posición ante los principales males sociales contemporáneos es, al menos desde hace cuarenta años, clara y decidida. En 1977 Pink Floyd lanzó el álbum “Animales” (Animals, 1977), donde las letras de Waters dibujan una taxonomía social de inspiración orwelliana. La narrativa central de ese álbum incluye la idea de un puñado de poderosos cerdos -una farsa triste y lamentable de seres humanos- manejando a través de sus fieles perros -sus ambiciosos brazos ejecutores-, mientras un numeroso rebaño de ovejas se mueve dócil con apenas una vaga idea de que algo está mal y de que su cuello puede ser el próximo en ser cortado.

Quince años después, Waters decidió dedicar buena parte de su penúltimo disco de solista a la forma en que la humanidad se ha “divertido hasta la muerte” (1992) al grado de parecer poco más que monos pegados al monitor de un televisor en busca de entretenimiento. Waters parece implicar aquí que es posible matar al humano sin matar al animal. Y es que una de las ideas centrales de este álbum es que nos hemos venido idiotizando o desprendiendo de nuestra capacidad de pensar: “La memoria es una extraña; la historia es para tontos”, nos dice el mono que renuncia a contemplar y a buscar entender las estrellas para lavarse las manos en una pila de sagradas escrituras. ¿Para qué seguir cuestionando o asombrándose ante lo existente si todo hace sentido al ser expresado en dólares y centavos?

Desde el año pasado, Roger Waters recorre el mundo con su gira “Nosotros y ellos” (Us and Them), que en algún momento incluye la proyección de imágenes de la cabeza de Donald Trump en el cuerpo de un cerdo, enfundada en una capucha del Ku Klux Klan o pegada a un cuerpo sin pantalones mostrando un pene pequeño. En sus conciertos, Waters llama a Trump “cerdo” y “una payasada”, además de proyectar algunas de las frases más surreales de ese presidente. No es de sorprender, por ende, que la escala estadounidense de esta gira haya enojado a varias personas en los estados que votaron por Trump. Ante las quejas, Waters se ha encogido de hombros y ha puesto su proyecto en contexto: “encuentro un poco sorprendente que alguien pueda haber estado escuchando mis canciones durante cincuenta años sin entender”, dijo recientemente a NME *1.

En un sentido, “¿Es ésta la vida que nosotros realmente queremos?” y la gira “Nosotros y ellos” representan la continuidad de Animals y de Amused to Death. Al imperio de los cerdos y a nuestra imbecilidad colectiva ahora tenemos que sumar el miedo que “mueve los molinos del hombre moderno”. Waters pone como ejemplo al miedo que gana terreno en algunas sociedades causado por los inmigrantes y sus supuestas tendencias criminales; miedo que ha empoderado a ultraderechistas o fascistas en algunos países europeos o Estados Unidos. Desde luego, el miedo también puede predicarse a países como México, donde grupos ultraconservadores, como el Frente Nacional por la Familia, se dedican a anunciar entre sus seguidores las supuestas amenazas de la diversidad, el feminismo o las libertades y derechos de una sociedad igualitaria. El miedo, sugiere Waters, no es trivial; nos “mantiene a todos alineados”.

Sin embargo, en otro sentido, el último disco de Waters se separa radicalmente de sus antecesores porque recuerda y exige aceptar a las personas de a pie que es su obligación resistir a la descomposición social y cognitiva de nuestro tiempo. Esto es, ante las tragedias bien conocidas la responsabilidad no sólo recae en los cerdos, en los perros o en la industria del entretenimiento; todos, sin importar grupo étnico, edad o género, somos en alguna medida responsables porque parecemos conformes de vivir embrutecidos al nivel de hormigas. Y es que, al igual que las hormigas que viven para cortar hojas o escalar repisas para buscar alimento, vivimos concentrados en tareas simples y mecánicas y somos incapaces de reconocer el sufrimiento que otros viven. “Como las hormigas”, se pregunta Waters, “¿somos sólo tontos? ¿Es por ello que no sentimos o vemos? ¿O tan sólo estamos todos entumidos por los shows de TV”?

Waters es claro: nuestro embrutecimiento no nos exime de nuestra responsabilidad porque “cada vez que la cortina cae sobre una vida olvidada es porque nos quedamos parados en silencio e indiferentes”; es decir, porque vemos el sufrimiento de otras personas como normal. Esto es, vivir la vida de uno como hormiga viene ya con un costo que otros tienen que pagar. Esto lo sabemos bien en México, donde periodistas y activistas y líderes sociales son asesinados cotidianamente ante la indiferencia de parte de la población.

Pero quizás el aspecto más notable de “¿Es ésta la vida que nosotros realmente queremos?” es que este álbum deja ver también la posibilidad de un punto de quiebre inesperado; una suerte de revelación que Roger Waters, en la parte final de su vida, parece haberse sentido compelido a compartirnos. Esto se revela en las tres canciones cierran el álbum -canciones que, al estilo Pink Floyd, con que tienen que escucharse en orden y de corrido-.

En la última canción de esta serie -Part of me Died- Waters nos anuncia que parte de él ha muerto; una parte despreciable presente en todo ser humano. ¿Cuál es esa parte? La parte que tiende a ser “colonial, avariciosa, global”; que “compra el poder o arregla elecciones”; la parte que tiende a “quemar libros o se enfocarse en fronteras”; la parte “muda indiferente” que nos lleva a sentarnos en una esquina y a vivir de las repeticiones sin fin que aparecen en una pantalla; a vivir “sordos a los gritos de niños en dolor, muertos para el mundo, sólo viendo el partido”; a apostar a que “lo que está fuera de nuestra vista está fuera de nuestra mente”. Waters no deja margen para rehuir a nuestra responsabilidad: “silencio o indiferencia” son “ el crimen máximo”.

¿Cómo matar nuestra parte despreciable? La letra de la canción Espera por ella” (Wait for her), la primera de la trilogía que cierra este álbum, es la adaptación del poema “Lección del Kama-Sutra” de Mahmoud Darwish, quien es considerado el poeta nacional palestino. El poema de Darwish es una hermosa representación de un recorrido compartido hacia el orgasmo femenino. “Con la paciencia de un caballo de carga preparado para las montañas. Como un estoico príncipe noble, espera por ella”, dice su versión musicalizada por Waters.

¿Cómo puede “esperar por ella” ayudar a que la más despreciable parte de nosotros muera? Esperar por alguien, canta Waters, es “dejarla respirar el aire, que es extraño para su corazón” o “servirle agua antes del vino”. Esto es, “esperar por ella” implica vivir el acto sexual para complacer y esto se puede lograr sintiendo a través del cuerpo de otra persona. Waters cree que, a partir de experiencias profundas, como aquellas donde se entremezclan el amor y el sexo, es posible descubrir y experimentar la más profunda empatía.

Es la empatía, en este caso la identificación con una persona cuyo cuerpo es distinto numérica y cualitativamente, la cura para matar la parte “muda, indiferente y que no siente vergüenza”. En este sentido, resistir implica aprender a sentir; aprender a sentir al otro en uno y aprender sentirse a través del otro. Cuando lo inaceptable se empieza a normalizar, resistir a las charadas de los cerdos y la muerte de nuestra humanidad exige reconocer y matar una parte de nosotros a través de la empatía.

“¿Es ésta la vida que nosotros realmente queremos?”, una obra maestra que cerraría con broche de oro la trayectoria de un gigante músico y activista es, principalmente, una oda a la empatía. El último disco de Roger Waters es la posición final de un individuo pleno que ha sabido reconocer y abrazar la veta de sentido que abre el “nosotros” que no es una colección de “yos”; el pronunciamiento definitivo de quien, a pesar de la probable derrota y de las decepciones, se siente listo para su fumar su “cigarro final”; de un ser humano plenamente convencido de que “sería mejor, y por mucho”, morir en los brazos de su revelación que sobrevivir una vida de arrepentimiento.

*1 https://www.nme.com/news/music/roger-waters-anti-trump-critics-2121433#bsXbX4US565eIwWk.99

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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