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Tomás Calvillo Unna

27/10/2021 - 12:05 am

El extravío de la ignorancia: la obra

Rendija: en la sociedad hipertecnológica nombrada globalización, continua la disputa por la percepción sometida a la lógica de la propaganda; es el reino de los adjetivos, insertados en su versión electrónica. Una permanente agitación se disemina. El miedo, la incertidumbre, y la confusión son también las armas de todo poder.

El viento, sus presagios. Pintura Tomás Calvillo Unna

Rendija: en la sociedad hipertecnológica nombrada globalización, continua la disputa por la percepción sometida a la lógica de la propaganda; es el reino de los adjetivos, insertados en su versión electrónica. Una permanente agitación se disemina. El miedo, la incertidumbre, y la confusión son también las armas de todo poder.

 

Si las montañas anoche se acercaron
y en la mañana atestiguamos
que sólo fue un sueño;
esa distancia nocturna recorrida,
¿qué temor reveló?, ¿algún deseo o anhelo?
o tal vez sean
la intuición y los presagios
contenidos en los símbolos,
de esas cumbres henchidas de nubes
al atardecer.

¿Cómo zurcen los pensamientos la realidad?

En el reino de lo onírico,
las metáforas toman su lugar.

Más allá,
donde el horizonte se repliega;
la antiquísima barca del prójimo
cruza el gran océano,
el único que todos llevamos
hasta saber caminar
sobre sus aguas,
de día y de noche;
no existe fecha,
ni calendario alguno,
para tal hazaña.

El tiempo también es un invento
acotado por su biología imparable,
nos permite, a manera de ejercicio,
en la imaginación incluirlo;
nuestros lenguajes lo atrapan ,
son inseparables en su conjugación,
o al menos eso creemos
al contar los días y los años
y enlazarlos a nuestros pasos…

Se diseña así
un escenario visible
a escala humana, decimos,
pero pronto, no resiste
el impacto que significa
constatar la dimensión
que la luz oculta:
ahí donde se erigen templos
y ciudades, rituales vaciados,
y no obstante,
refugios
ante el desamparo.

La revelación de la realidad
que los pensamientos
ya no pueden zurcir;
su desaparición
ante la extrañeza
que se propaga
cuando nos quedamos
sin nuestros nombres,
y las palabras se desgajan
y ya enmudecidos
aprendemos a sentir
al cancelar los sentidos;
nos resta únicamente
la pequeña llama del corazón
en la visión de la conciencia,
que se vislumbra
intermitente y sagaz.

Es el tejido luminoso
del viento inmemorial que perdura.

Despojados los personajes
de cualquier interpretación:
– el mago que se esconde apenado,
la bruja que cubre su nerviosa risa –
pretendemos ahora dirigir la escena
y escribir el guion,
al menos, su final;
sin tener idea siquiera
de dónde estamos:
Tierra, vía láctea, universo;
¿qué nombre darle
a esta pequeña parcela
donde la vida se manifiesta?;
¿qué nombre darle a esta horas
de ceguera metafísica
que es toda soberbia?,
cuando a sorbos
su veneno aniquila
la esperanza de muchos;
y el dolor
y el coraje se funden
en un registro bíblico:
la montaña y los mandamientos
de ese tiempo pretendido
se desmoronan.

La mazorcas persisten
a orillas de los caminos;
(antorchas nocturnas)
se presiente su destino,
ante la presencia devastadora
de los desaparecidos.

Pd. El balbuceo siniestro de Kali,
su danza, sus actores,
un poco antes de retirarse;
estamos aún en su obra,
aunque no aplaudamos.

 

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