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Alejandro Páez Varela

28/01/2019 - 12:05 am

Dos meses

Han sido dos meses intensos. Lo pueden atestiguar los secretarios de Estado que amanecen con él en Palacio Nacional.

Ayer, con el Taibo y su jefe de Comunicación Social, Jesús Ramírez, en Mocorito. Foto: Cuartoscuro

Han sido dos meses intensos. Lo pueden atestiguar los secretarios de Estado que amanecen con él en Palacio Nacional. O los reporteros, o los editores, muchos de los cuales han cambiado sus ritmos de vida. Andrés Manuel López Obrador modificó casi por completo la rutina del país en apenas ocho semanas. ¡Ocho semanas! Sí, ocho semanas. Nada, mucho.

El Zócalo de la capital mexicana empieza a vibrar cuando aún no sale el sol. Y les garantizo que muchos, al menos en donde yo me muevo, empiezan a apagar motores a las 8 de la noche y a disfrutar más sus días de descanso. Cuando hay días de descanso. Es difícil tener un desayuno a las 8 de la mañana para hacer grilla, por ejemplo, cuando el Jefe del Ejecutivo (y el que marca el rumbo de la grilla) sigue dando su conferencia.

No conozco las cifras, pero seguramente los noticieros de las 10 de la noche, que de por sí perdieron hace tiempo el calificativo de “estelares”, deben resentirlo en sus audiencias: ahora son ediciones para desvelados. Muchos medios están ajustando sus horarios y las tareas de sus reporteros porque el Presidente anda como 18 horas diarias y como es un ejercicio de improvisación constante, puede dar nota en cualquier momento. Pongo un ejemplo: el viernes pasado abrió fuerte la conferencia de prensa matutina con la presencia de la querida Griselda Triana, la viuda de Javier Valdez; pero en la última pregunta, a la hora con 20 minutos, soltó lo de Vicente Fox (que se opuso a que se marcara la gasolina robada) y patrás los fielders, como se dice en el beisbol.

Sucede desde tiempo atrás, pero hoy los medios impresos, de por sí en decadencia, son una excelente suma de eventos… demasiado viejos: a las siete de la mañana, como dice el dicho, a envolver pescado. La agenda propia apenas sobrevive si no llega a la conferencia mañanera o si no es un vuelo de campana a las 3 de la mañana en un pueblo sin perros.

Entre broma y broma suele decirse que “la hora en que despierta AMLO era la hora impuesta por Margarita Zavala para mandar a dormir a Felipe Calderón”. Intenso, intenso. Ocho semanas. Y esto apenas comienza.

***

Las últimas encuestas dicen que López Obrador mantiene (y en algunas de ellas ha mejorado) el bono con el que llegó a la Presidencia. El cierre del mercado cambiario del viernes pasado indica que el peso sumó 9 semanas con ganancias, una racha que no se veía desde marzo-abril de 1999; y la respuesta para temas polémicos como lo de la tenencia de bonos del NAIM o el Presupuesto de Egresos de la Federación es parte de la mezcla que ayuda a fortalecer a la moneda mexicana.

En mediciones particulares, hay una alta aprobación a la guerra contra el huachicol, por ejemplo. López Obrador se la jugó con el accidente en el que murieron Martha Érika Alonso y Rafael Moreno Valle, y con la tragedia de Tlahuelilpan, Hidalgo; dos incidentes pesados, fuertes para arrancar un Gobierno. Hasta hoy, parece, sale bien librado. Son tragedias, explico: nadie sale bien librado; pero intentaron usarlas para afectar su gobierno y de momento, creo, logró superarlo.

Bien, digamos, hasta allí. Le guste o no a sus detractores, allí están dos evaluaciones importantes: los sondeos de opinión pública y el aval del mercado cambiario. Claro que el que busca en la alfombra de los cines siempre encontrará chinches; pero grosso modo, allí está.

Ahora me concentro en cuatro temas en los que el Presidente de izquierda se las juega en este momento:

• Que la economía empiece a responder al plan de choque (inyección de recursos al consumo con becas, pensiones y planes de empleo) y a sus programas de inversión pública (Tren Maya, Corredor del Istmo, etcétera). Que convenza ya a los empresarios para que le entren a los proyectos de infraestructura para que empiecen a bañarse las comunidades de recursos y de empleos. Lo pongo en primer lugar porque la economía DEBE resentirlo a la voz de ya. El bolsillo siente primero que el corazón. La marcha de la economía será un catalizador de que las políticas públicas funcionan o no.

• Que los indicadores de la violencia (homicidio, secuestro, robo y extorsión) bajen. Es un imperativo que se muestren cifras positivas porque la gente votó con esa esperanza, después de doce años de guerra. Aunque al Presidente no le guste lo que dicen los indicadores, son los indicadores: dirán si está funcionando o no lo que está haciendo. Y debe asumirlo sin eufemismos. Ayudarse con los indicadores para presionar a su equipo; leerlos e interpretarlos. No hay de otra.

• Que demuestre, que haga sentir, que ponga más arriba en su agenda el plan para detener los feminicidios, los asesinatos de periodistas y defensores de derechos humanos y las desapariciones. Que le ponga énfasis especial a los desaparecidos y a sus familias. Pareciera que estos retos están metidos en un mismo paquete: el de “contener la violencia”. No, no, no. Si es así, es un error grave. Mi percepción es que el Presidente no le ha puesto el interés que debiera a estos crímenes que son una lacra para el ciudadano de a pie.

• Que el Presidente dé una respuesta a la sociedad sobre la Guardia Nacional. Así como se plantea, así como se ve, es un frankenstein de militares y civiles que no garantiza sino la continuidad de la guerra y las violaciones a los derechos humanos.

Van ocho semanas. La primera tarea era trabajar en desactivar la campaña, inyectada durante años entre la gente, de que México sería una “dictadura chavista”. Ahora tiene que demostrar que se puede, que el plan nacional es viable.

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Escucho reclamos, por supuesto. El círculo rojo que ve todo mal (y le tira batazos a todo lo que parezca pelota) hace mucho polvo desde el dugout y no lo deja ver bien, pero hay manera de espulgarlo. Lo principal –y allí me quedo, o se vuelve una novela esto–, es que paguen los culpables. Todos los culpables. Es un país al que se le ha escatimado la justicia y que ha vivido con la impunidad en la espalda, como una losa. Que paguen todos, digo, porque son muchos los culpables. La idea de un “punto final” no gusta. Nada, no gusta nada.

Que paguen los culpables del saqueo de combustible, arriba y abajo; con nombres y apellidos; los culpables de la corrupción en Pemex, que paguen; los culpables de los desvíos de recursos en al menos los últimos tres gobiernos, sean quienes sean, que paguen. Que paguen los que desaparecieron a los 43 muchachos de Ayotzinapa y que paguen los que pervirtieron la investigación. Que paguen los que desaparecen (sobre todo los que aprovechan su uniforme, su pistola y su chapa) y que paguen los que matan mujeres simplemente porque quieren y se pueden: con nombre y apellido, que paguen. Que extraditen a la voz de ya a César Duarte y que lo vistan con uniforme café y se pasee los siguientes muchos años en una celda de dos por tres, si es que las decenas de carpetas que tiene abiertas están fundamentadas en la verdad. Que paguen los que matan y los que secuestran. Que paguen los corruptos, los ladrones, los asaltantes, los asesinos, los feminicidas, los políticos que saquearon este pueblo con 53 millones de pobres. Que paguen los que tengan que pagar. Con nombre y apellido, de mero arriba y de mero abajo, porque eso es la justicia. Que pague Enrique Peña Nieto, si es culpable de algo. Que pague Carlos Romero Deschamps, si es culpable de algo. Que pague los corruptos, empresarios o políticos, de en medio y de mero arriba, con las pruebas sólidas en la mano y como lección de que si atrapan a los de arriba robando, irán por los de abajo sin demora.

Soy apenas alguien que opina, pero creo que al plan de AMLO para la reconciliación nacional le falta un ingrediente: la parte donde nos reconciliamos con el Estado, donde creemos en el Estado. Y eso se logra generando confianza en el Estado. Pero si el Estado no procura justicia y no presenta a los culpables, entonces los agraviados no pueden ser parte de ese Estado: el Estado les es ajeno. Y los ciudadanos agraviados somos, creo, todos. A todos los mexicanos, de izquierda o de derecha, de arriba o de abajo, nos une que somos los grandes agraviados de los políticos y los grandes empresarios corruptos.

Concluyo. Han sido dos meses intensos. Lo pueden atestiguar muchos. La confianza en el Gobierno de AMLO sigue sólida, si interpreto los indicadores que en el pasado han servido para medir gobiernos. Pero en los siguientes meses, el Presidente deberá pasar de tomar-al-toro-por-los-cuernos, a mostrar resultados. Dicho de otra manera: ya modificó la rutina (y hasta los horarios) del país; enseguida debe demostrar que valió la pena levantarse tan temprano.

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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