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Jorge Alberto Gudiño Hernández

28/02/2015 - 12:00 am

La sorpresa intelectual

Esta semana estuvo llena de conversaciones. Sobre todo, con mis alumnos universitarios. Mientras algunos se quejaban de la cantidad de lecturas que algunos maestros habían asignado, otros miraban con cierta incredulidad la calidad de éstas. Lo curioso fue la diversidad. Algunos estaban peleando con la posibilidad de entender un texto de Heidegger; otros participaban de […]

Esta semana estuvo llena de conversaciones. Sobre todo, con mis alumnos universitarios. Mientras algunos se quejaban de la cantidad de lecturas que algunos maestros habían asignado, otros miraban con cierta incredulidad la calidad de éstas. Lo curioso fue la diversidad. Algunos estaban peleando con la posibilidad de entender un texto de Heidegger; otros participaban de un proyecto de revista universitaria para cierta materia. La curiosidad radicó en lo contrastante de las lecturas. Era un caldo de cultivo fértil para desarrollar ciertas discusiones.

         La primera postura tenía que ver con los horóscopos. Nunca me ha interesado la astrología pero son curiosos los caminos por los que transitan ciertos escritores. Conozco a varios que, durante sus años mozos consiguieron un empleo en apariencia tan simple que resultaba maravilloso: escribir las predicciones astrológicas para cada uno de los signos zodiacales en alguna revista de alto tiraje. Nunca fue mi caso y lo lamento. De haber participado de esa mecánica, me habría forjado en el oficio de escribir rápido, de pensar en textos cortos que, al mismo tiempo, fueran tan generales como para que cualquiera pudiera sentirse convocado y tan particulares como para que uno se reconociera en ellos.

De ahí que les dijera a quienes elaboraban la revista que el asunto de los horóscopos no era sencillo, al margen de que creyeran o no en ellos. Salió entonces, como de la nada, una defensora de ellos. Se ofreció a hacer cálculos astrológicos para que los textos no fueran sólo mentiras. Su apasionamiento me hizo ver que ella seguía, sin dudarlo, cada uno de los designios estelares. No me sorprendió: grandes hombres y mujeres han tomado las decisiones más relevantes de sus vidas en base a la posición de los astros.

Por otra parte, Heidegger siempre es complicado. No es que yo sepa demasiado de la filosofía del alemán como para dar una clase de eso. Sin embargo, en algún periodo de mi vida lo estudié para relacionar sus dichos con ciertas formas de lectura, toda vez que sus palabras se podían relacionar con teorías de la interpretación y esas cosas. Así que platiqué con mis alumnos un buen rato.

Ignoro si les aclaré o no lo que Heidegger quiso decir. Supongo que no. Pero la plática mutó un poco para llegar a una pregunta fundamental: ¿por qué escriben tan complicado los filósofos? De inmediato recordé el asunto de los horóscopos. ¿Qué es mejor: entender a la primera el significado último de lo que leemos, como al leer lo que nos depara el destino según nuestro signo zodiacal, o esforzarse un poco más para comprender sentencias rebuscadas y de un contenido difícil de desentrañar?

Me parece que la respuesta apunta a lo segundo. Sobre todo, si uno no cree en dichos designios o si el texto en cuestión es simple y nada tiene que ver con nuestras creencias. Leer un texto complicado abre la posibilidad de un placer que llega pocas veces: el de la sorpresa intelectual.

No sólo pasa con la filosofía, también con las ciencias o con cualquier disciplina en un alto nivel de especialización. Cuando hay suerte, tras bregar un buen rato, de pronto llega el entendimiento. La reacción es casi física. Puede ser una iluminación o el simple pálpito de haber encontrado sentido donde antes sólo había palabras. Es el intelecto sorprendido. No sólo por haber llegado a un lugar antes inimaginado sino porque, con ese arribo, de pronto se amplía la percepción toda, el intelecto se expande, cae un velo.

Cabe la aclaración. Así como no todas las novelas causan el mismo efecto en todos, del mismo modo es imposible sostener que esta suerte de epifanía opera siempre. Sobre todo, porque a diferencia de lo que a veces se sostiene en ciertos núcleos académicos y culturales, uno no tiene la obligación de entender todo lo que se le atraviese en el camino. Sólo eso.

¿Y los horóscopos? Vayamos más lejos. Pensemos no en ellos sino en los libros mal llamados “de superación personal” u otras delicias similares. Me parece que, muchas veces, clausuramos la posibilidad de sorprender a nuestro intelecto a cambio de alimentarlo de lugares comunes y obviedades. Lo extraño, sin embargo, es que hay a quien le funciona. Conozco a varios que pueden sostener, sin pudor alguno, que uno de estos libros le ha servido más en la vida que Heidegger o el filósofo que le dejaron a leer en la universidad.

Cada quien sus placeres. Siempre preferiré acercarme a la posibilidad del asombro que cambiar mis hábitos nutricionales aunque, sin duda, esto traiga beneficios más tangibles a mi salud.

 

Aprovecho este espacio para invitarles a la presentación de mi nueva novela, “Justo después del miedo”, editada por Alfaguara. Será en la Capilla, dentro de la Feria de Minería. La cita es este domingo 1 de marzo a las 15 horas. Me acompañarán mis queridos David Miklos y Ramón Córdoba.

Twitter: @latertuliared

Fb: Jorge Alberto Gudiño Hernández

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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