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Rubén Martín

28/06/2020 - 12:04 am

Tren Maya, etnocidio y lapsus de la 4T

Es en estas perlas del titular de Fonatur donde está el núcleo del proyecto, más allá de un error de redacción en la MIA. La clave es que desde el centro, desde la cúspide del Estado se decide “llevar el desarrollo” a las comunidades que consideran pobres y atrasadas.

La imposición de un megaproyecto de esta envergadura implicaría la trasformación radical de los modos de reproducción de la vida de los pueblos y comunidades de la península de Yucatán cruzados por el Tren Maya. Foto: Victoria Valtierra, Cuartoscuro.

Un supuesto error de redacción en la Manifestación de Impacto Ambiental (MIA) de la primera fase del Tren Maya, uno de los megaproyectos estrellas del Gobierno de la Cuarta Transformación, pone en debate, otra vez, la relación del actual Gobierno federal con los pueblos indígenas del país.

El error, o lapsus, fue que en la página 404 de la MIA los redactores escribieron lo siguiente: “El etnocidio puede tener un giro positivo, el ‘etnodesarrollo’, este puede ser posible si se involucra en el proceso de desarrollo y en la administración de beneficios a las poblaciones indígenas que estarían siendo afectadas por el desarrollo, en este caso podríamos entenderlo como un proceso participativo para las comunidades indígenas para involucrarlas”.

Después de que se divulgó en redes sociales la polémica frase “el etnocidio puede tener un giro positivo”, el Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur) sostuvo que fue un error de redacción y en sus redes sociales publicó lo que consideró la corrección: “Sobre la circulación de un extracto fuera de contexto de la MIA del Tren Maya, reconocemos que es una oración desafortunada y aclaramos que es un error de redacción. La frase debe decir ‘El etnocidio tiene un opuesto positivo, el etnodesarrollo’”.

En la MIA se señala que el “etnodesarrollo” es un concepto del antropólogo mexicano, Guillermo Bonfil Batalla, que implica “la capacidad social de un pueblo para construir su futuro, utilizando para ello las enseñanzas de su experiencia histórica, y los recursos reales y potenciales de su cultura, de acuerdo a un proyecto que se adapte a sus propios valores y aspiraciones futuras”.

No es la primera vez que los responsables del Tren Maya producen mensajes polémicos. En una entrevista para Claudia Ramos (Animal Político, 5 febrero 2019), el titular de Fonatur soltó un rosario de perlas. Entre otras, dijo que “no podemos ser a ultranza conservacionistas cuando tenemos tanta miseria” y que “no ganamos nada como país con tener jaguares gordos y niños famélicos; tiene que haber un equilibrio”. Jiménez Pons planteó un ultimátum a las comunidades del sureste de México por donde se diseña el proyecto: o se suben al tren o se les pasa. Y remató con la esta frase: “Nosotros somos un grupo de izquierda, que inclusive está instaurando más que otra cosa un verdadero capitalismo, más allá del capitalismo de cuates que hay en México”.

Es en estas perlas del titular de Fonatur donde está el núcleo del proyecto, más allá de un error de redacción en la MIA. La clave es que desde el centro, desde la cúspide del Estado se decide “llevar el desarrollo” a las comunidades que consideran pobres y atrasadas. Lo dice con todas sus letras el portal del Tren Maya, el objetivo del proyecto consiste en “reordenar la región del Sureste e incentivar el desarrollo económico en aquellas zonas y regiones que actualmente no están integradas en los circuitos turísticos y económicos”. Entonces, lo que importa es integrar “circuitos turísticos y económicos”, no lo que decidan las propias comunidades. Es una visión economicista, que pone por delante la creación de infraestructuras y polos de desarrollo para la obtención de beneficios. Es decir, producir infraestructuras por donde circulen diversas dinámicas de acumulación de capital para beneficio de las corporaciones y los inversores.

Los pueblos quedan en segundo plano, aunque discursivamente el Gobierno de la 4T diga otra cosa. Y aunque se haya realizado una supuesta ceremonia tradicional al arranque de las obras.

Así lo cuestionan las organizaciones que se han opuesto desde un inicio al megaproyecto del Tren Maya. Romel González Díaz, del Consejo Regional Indígena y Popular Xpujil (CRIPX), dijo en entrevista a Humberto Paredes: “El Tren Maya es un colonialismo moderno (…) Lo que a mí más me provoca problemas para entender esto es que hablando de los pobres y de que nos vienen a traer el progreso, como dice Rogelio [Jiménez Pons], estamos viendo desde el principio una visión colonialista, ‘yo vengo de la ciudad, vengo con todo el conocimiento y te vengo a acabar la pobreza con un tren’”.

La crítica a la conducta colonialista que está implícita en las formas en las que el Gobierno impone su visión y su proyecto de “desarrollo” y “progreso” es remarcada por antropólogos que han estudiado en campo del sureste las resistencias populares e indígenas frente a los megaproyectos.

Giovanna Gasparello acaba de publicar el libro Que no te lleve el tren. Regiones indígenas en contra del Tren Maya (editorial Pez en el Árbol. Se puede descargar en línea), donde destaca cómo las comunidades y pueblos entienden otra cosa por “desarrollo y progreso”: “En el curso de la investigación pudimos comprobar, una vez más y por si hiciera falta, que habitar en comunidades pequeñas, y vivir del trabajo en el campo, siguen siendo la opción elegida –no obligada- por muchos de aquellos que así viven. Las organizaciones del campo entienden ‘desarrollo y progreso’ como la dignificación del trabajo campesino y el fortalecimiento del modo de vida que les permita vivir bien en su pueblo, en su tierra y no tener que migrar para ‘hacer chambitas’ en la Riviera Maya”.

Los impulsores de Tren Maya creen que el progreso implica pasar del trabajo campesino independiente y autónomo, que ciertamente es arduo y difícil, al trabajo asalariado que también es arduo y difícil, pero ya con un patrón encima. La imposición de un megaproyecto de esta envergadura implicaría la trasformación radical de los modos de reproducción de la vida de los pueblos y comunidades de la península de Yucatán cruzados por el Tren Maya.

Según Fonatur, con la aclaración que dio a conocer ya se corrige el error. Pero no podemos estar seguros. Visto desde el psicoanálisis, la polémica frase del “etnocidio como giro positivo”, podemos considerarlo más bien un lapsus: como aportaciones inconscientes que proyecta partes ocultas de deseos y tendencias. Y no es que el Gobierno de la Cuarta Transformación quiera eliminar a los grupos indígenas, pero la imposición de proyectos mediante la visión colonialista implica poner en riesgo las formas autónomas e independientes de reproducción de la vida que tienen esas comunidades. Y a la larga, eso también es etnocidio. No es error, es lapsus.

Rubén Martín
Periodista desde 1991. Fundador del diario Siglo 21 de Guadalajara y colaborador de media docena de diarios locales y nacionales. Su columna Antipolítica se publica en el diario El Informador. Conduce el programa Cosa Pública 2.0 en Radio Universidad de Guadalajara. Es doctor en Ciencias Sociales. Twitter: @rmartinmar Correo: [email protected]

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