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Julieta Cardona

28/07/2018 - 12:00 am

De cómo terminé en Cáceres

De esta ciudad también dicen que el jamón de bellota sepa qué cosa, que es el más sabroso. Una belleza, dicen. Un placer perdido por andar de vegetariana, digo, y por andar de esnob de mierda, dice Itzuri. Tanta razón. Bueno, el caso es que también cultivan cereza, mandan traer melocotones de por el norte y se entregan con el alma a las progresiones religiosas. Casi que un musical.

“Ni hemos vivido tanto pero cómo nos gusta hacernos las viejas, hablamos las mismas cosas de cuando fuimos adolescentes. Pero también, con todo a flor de piel, le digo: amiga, es que una se cansa de equivocarse”. Foto: @ixsanchvz

Me duele tantito el corazón

Y como es mi naturaleza –mas también hablo por mi necesidad–, vine a cobijarme a casa de Itzuri, una vieja amiga que me ha visto hacer tamañas gracias desde el primer año de universidad. Por eso terminé aquí, en Cáceres. Una ciudad al occidente de España, donde no hay tanto ruido y cada mes de abril se montan un festival de música del mundo al cual, dicen, viene gente de todas partes. Qué cosa tan tremenda es la música, ¿verdad? Algo así como un hilo de sangre que une a los de allá con los de hasta acá. Tan parecido a la poesía. O al milagro que son los amigos de verdad.

De esta ciudad también dicen que el jamón de bellota sepa qué cosa, que es el más sabroso. Una belleza, dicen. Un placer perdido por andar de vegetariana, digo, y por andar de esnob de mierda, dice Itzuri. Tanta razón. Bueno, el caso es que también cultivan cereza, mandan traer melocotones de por el norte y se entregan con el alma a las progresiones religiosas. Casi que un musical.

Ni hemos vivido tanto pero cómo nos gusta hacernos las viejas, hablamos las mismas cosas de cuando fuimos adolescentes. Pero también, con todo a flor de piel, le digo: amiga, es que una se cansa de equivocarse.

Ella me dice que cuando le damos forma al destino, también se lo damos a las estrellas. Dice: tú puedes decir mil cosas: que las orquídeas, las julietas, los cactus, las macetas de los geranios y los gritos de las cigüeñas son cosas que son así, de una y para siempre. Como hermosos moldes de porcelana. Que se miran igual, se escuchan igual, que todo igual. Puedes, incluso, decir que no hay nada que cambiar porque el destino ya lo ha repetido, escrito y dicho todo mil veces. Puedes hacerte la loca, la ciega; ignorar cada una de las las señales, cerrar las puertas, incluso decirle que no a los eclipses de luna. Pero las intenciones que duermen debajo de nuestra lengua, cuando hallan verdad, se vuelven luz.

Ella me habla quedito de un proverbio veda: eres tu deseo más profundo; así como es tu deseo, es tu intención; así como es tu intención, es tu voluntad; así como es tu voluntad, son tus actos; así como son tus actos, es tu destino.

Itzuri dice que llegó a Cáceres por el vuelo de las aves. Y que, si te andas de suerte, desde un balcón las ves de cerquita. Que si algún día se nos ocurre que sabemos volar, lo de menos sería pegar el salto.

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