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Darío Ramírez

28/09/2017 - 12:00 am

Más allá del optimismo

No comparto el optimismo del “renacimiento de la sociedad civil”. Soy escéptico ante los que señalan que el sismo fue un golpe de timón dentro del papel de la sociedad ante sus problemas. Y mi escepticismo se basa en una experiencia previa y en un hecho innegable.

“No comparto el optimismo del “renacimiento de la sociedad civil”. Soy escéptico ante los que señalan que el sismo fue un golpe de timón dentro del papel de la sociedad ante sus problemas. Y mi escepticismo se basa en una experiencia previa y en un hecho innegable”. Foto: Diego Simón Sánchez, Cuartoscuro

Después del sismo la sociedad civil hizo lo que teníamos que hacer. No había opción. La emergencia se impuso y la reacción fue como debería haber sido. Ufanarnos de que se hizo bien me parece que sirve de poco. La solidaridad y preocupación por el otro escasea en nuestra realidad social, pero verla por las calles de la Ciudad de México o en Morelos y Puebla (en menor medida) claro que era novedoso y gratificante. Inclusive los mismos milenials se han defendido de críticas que señalaban su apatía confirmando que son tan ciudadanos como usted y como yo. Lo hicimos bien porque lo teníamos que hacer bien. Pero esto apenas comienza.

No comparto el optimismo del “renacimiento de la sociedad civil”. Soy escéptico ante los que señalan que el sismo fue un golpe de timón dentro del papel de la sociedad ante sus problemas. Y mi escepticismo se basa en una experiencia previa y en un hecho innegable.

La experiencia: Después de la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa la sociedad civil salió a las calles llevando a cabo por días consecutivos las marchas más multitudinarias que se conocen en la historia del país. El hartazgo, enojo, frustración de la sociedad era más que evidente. Los gritos de cada persona ahí eran una señal que llegábamos al punto de inflexión y podía ser el comienzo del cambio. Hoy nada más lejano que eso. Tenemos la verdad histórica tatuada en la deshonra del país y tres años después el crimen sigue siendo minimizado por algunos medios y el Presidente. No logramos transformar los gritos en la palanca de cambio. El sistema está para engullir las críticas y presiones de cambio. Está diseñado para absorber movimientos sociales y llevarlos a la nada. El sistema que enfrentamos es adversarial: la sociedad civil contra los político e instituciones políticas que descansan cómodamente en un sistema de injusticia, impunidad y corrupción. Las fuerzas enfrentadas son completamente asimétricas. La lejanía de poder incidir en un nuevo rumbo está cooptada por los que no quieren cambiar.

El hecho: No hay un líder (o líderes) que aglutinen, oriente, guíe a la sociedad civil que trabajó entre escombros por días buscando cuerpos y personas con vida. Estamos como sociedad acéfala de un liderazgo ciudadano que logre dar coherencia y viabilidad a un movimiento lo suficientemente fuerte para poner en jaque a los vigilantes del status quo. La ausencia de líderes es la clave de donde el aparato político abreva para sostener las cosas como están. La falta de presión continua desde un músculo civil les permite jugar con la narrativa y ajustar la realidad a su conveniencia. Y no hago referencia a un mesías que logre cambiar todo con la pura voluntad. Me refiero a un estadista que logre jalar los factores reales de poder y reconozca la necesidad de transformación de nuestras instituciones democráticas y, a la vez, esté sostenido en un movimiento social de gran envergadura. Sin embargo, la división política de la sociedad carcome la unión ciudadana. Caemos en la rebatinga política –como si esa fuera nuestra batalla- y nos olvidamos que somos agentes autónomos de los partidos políticos. Se nos olvidará –probablemente- al cabo de unos días lo que hicimos el 19, 20, 21, 22 etcétera de septiembre 2017. Pero seguimos buscando a alguien que pueda compactar y dirigir el movimiento. Mientras tanto, la horizontalidad de la sociedad civil se traduce en una mínima eficacia ante el reto frente a nosotros.

La transformación es inviable sin sacrificios de quienes la conducen y buscan. No se hace en tuiter ni con diálogos interminables en el Congreso. Los factores que se necesitan conjugar son diversos: poder ciudadano con un objetivo claro; medios que no manipulen y sí informen; empresarios convencidos que hay mucho que cambiar; partidos políticos sensibles y que actúen en consecuencia y seguimiento de la comunidad internacional que demande una rendición de cuentas del proceso de transformación.

La sociedad estuvo a la altura de la emergencia. Sin lugar a duda. La etapa que iniciamos a una semana es más compleja y necesita, también, del trabajo incansable de la sociedad. Y mucho me temo que las rutinas que todos tenemos nos envolverán velozmente y ese impulso quedará en una increíble anécdota de lo que sí podemos hacer.

El trabajo de reconstrucción es la verdadera preocupación que tenemos enfrente. Los anuncios ayer de Mancera y Peña sobre los planes para la reconstrucción son una mala señal. Sin antes tener el diagnóstico listo de qué hay que reconstruir, el número de viviendas afectadas (y el grado de afectación), sin un censo de víctimas los anuncios parecen más un desesperado intento por darle vuelta a la página. Y el problema de hacer eso es la rendición de cuentas minuciosa que debería hacer el gobierno. Por ejemplo, si se procede con demoliciones de inmuebles de manera inmediata se destruyen las evidencias que deberían ser parta fundamental para descubrir actos de corrupción que llevaron a la pérdida de vidas humanas. La prisa solo tiene un sentido.

Ante la ausencia de un líder ciudadano que logre darle coherencia al fervor colectivo, recaen en la capacidad de la sociedad civil organizada de mover sus prioridades y abocarse, en la manera de lo posible, a temas que estén relacionadas con la reconstrucción de las zonas devastadas. La sociedad civil tendrá que hacer frente a un sinfín de necesidades de monitoreo, transparencia y rendición de cuentas por parte de las autoridades en relación con la reconstrucción. Dejar a las autoridades solas –es decir sin un seguimiento puntual- es garantía que habrá corrupción. Y, como sabemos, la corrupción también mata.

También comenzamos una etapa de lucha de narrativas entre gurpos políticos. Mensajes en medios de comunicación para sacar raja ante las inminentes elecciones el próximo año. Debemos de tener cuidado. Promesas vacías se apoderarán de las páginas de los periódicos.

Por lo tanto, debemos de alzar el costo de los dichos. Una idea podría ser comenzar por demandar al Congreso y principalmente a la Cámara de Diputados que rehagan el presupuesto para priorizar la ayuda a las víctimas del sismo. Esta sería la primera señal política que deberán mandar los partidos para evidenciar que van más allá de los dichos. Si no modifican sustancialmente el presupuesto sabremos, una vez más, de qué lado están.

El futuro está en descifrar la transformación de la sociedad civil (encontrar un liderazgo con la visión de estado) para que pasemos del encabronamiento a la generación de cambio. Lo que vivimos estos días no puede ser borrado por la comodidad de la letanía de nuestro día a día.

Darío Ramírez
Estudió Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana y Maestría en Derecho Internacional Público Internacional por la Universidad de Ámsterdam; es autor de numerosos artículos en materia de libertad de expresión, acceso a la información, medios de comunicación y derechos humanos. Ha publicado en El Universal, Emeequis y Gatopardo, entre otros lugares. Es profesor de periodismo. Trabajó en la Oficina del Alto Comisionado para Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR), en El Salvador, Honduras, Cuba, Belice, República Democrática del Congo y Angola dónde realizó trabajo humanitario, y fue el director de la organización Artículo 19.

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