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Jorge Alberto Gudiño Hernández

28/09/2019 - 12:05 am

Poner las manos al fuego

“De poco nos sirve un Presidente que se queme las manos con fuego”.

El Presidente y el director de la CFE Foto: Cuartoscuro

Si bien es cierto que la expresión “poner las manos al fuego” se remonta a una época en que se pretendía que existiera una correlación entre la verdad y la resistencia física, hoy en día la utilizamos para enfatizar el nivel de confianza que tenemos en el otro. Poner las manos al fuego por alguien implica estar tan seguro de su actuar que estamos dispuestos a asumir un castigo excesivo si sus actos no fueran consecuentes con sus palabras o con lo que se espera de ellos. Me parece que es un salto al vacío con demasiados riesgos salvo por el de la retórica. Queda claro que la expresión es una hipérbole y nadie considera castigar a quien lanzó la perorata justo con el castigo que ésta contiene. Pese a ello, me resulta difícil elegir a las personas por las que pondría las manos al fuego. Todos hemos mentido algo a lo largo de nuestras vidas; también nos hemos equivocado y, salvo que la santidad nos ronde, hemos hecho cosas de ésas que se califican negativamente. Tengo la fortuna de conocer a personas verdaderamente probas y, de cualquier modo, dudaría a la hora de lanzar la frase en cuestión. Y eso que conozco a varias de estas personas desde hace décadas.

Ignoro, porque no puedo saberlo, si los reportajes que acusan a Bartlett son ciertos, aunque tiendo a pensar que lo son. Durante la última campaña presidencial, incluso los más fervientes incondicionales de López Obrador vieron con malos ojos que involucrara al ahora director de la CFE en su equipo. Las razones eran contundentes: se le asociaba a las peores prácticas del priísmo: desde su posible injerencia en el asunto Camarena hasta la caída del sistema que le arrebató el triunfo a Cárdenas.

Pese a las llamadas de atención públicas (y seguramente privadas), Andrés Manuel López Obrador lo mantuvo en su equipo y, después, lo volvió director de la paraestatal. No haré un análisis de su labor pues otros la han hecho con bastante detalle. Al margen de que haya o no sido un buen director, lo cierto es que, hace un par de semanas, vino la primera de las acusaciones: la de los inmuebles que poseen él y su familia. Después, hace unos días, la segunda: sobre las empresas que controlan. El deslinde de Bartlett raya en lo cómico, pues ha negado una relación matrimonial con su mujer (que no su esposa, es cierto) y de concubinato (algo más cuestionable). Podría ser cierto que no vivan juntos, existen parejas que funcionan así: cada quien en su casa y ya está, pero de que hay una relación la hay.

No es relevante abundar en cómo maneja su vida sentimental el señor Bartlett. Lo que sorprende, es la contundencia con la que lo defiende López Obrador. Es cierto, los procesos judiciales son los encargados de concluir si las acusaciones son ciertas o falsas. Mientras esto no suceda, persiste la presunción de inocencia. De acuerdo. El problema no está ahí. El problema es que el Presidente está poniendo las manos al fuego por él y no queda claro qué podría ganar. Si, en efecto, todo lo que se dice de Bartlett es falso (cosa que dudo), las cosas seguirán como están. Si, por el contrario, se demuestra algo de lo dicho, la imagen presidencial será la que acuse el golpe. De poco nos sirve un Presidente que se queme las manos con fuego. Recordemos, además, que los cuerpos no son incombustibles. Por mucho que un acusado no practicara la brujería, lo cierto es que terminaría consumido en la hoguera. A veces es mejor quedarse callado.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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