Óscar de la Borbolla
29/01/2018 - 12:00 am
Prehistoria de la escritura
Hoy, sin embargo quisiera hablar de un Antes no tan metafísico, más concreto, más comestible, el antes de la escritura: la simple prehistoria. En este derrotero, también muchos se han aventurado con felices resultados. Una muestra de ello es un pequeño libro de Peter Sloterdijk: En el mismo barco, que no por breve es menos interesante. ¿Cómo fue o, mejor, cómo pudo ser el origen de las sociedades humanas? es el asunto que se especula ahí con una lógica estupenda.
Los astrofísicos hacen bien en no aventurar ningún juicio antes del Big Bang: pensar en un Antes de la gran explosión sencillamente parece no tener sentido, pues el tiempo, el espacio y todo se origina con ella; los pensadores, en cambio, más audaces o más imprudentes, se aventuran en ese Antes y especulan y desarrollan teorías de todo tipo y pueden lo mismo forjar religiones que filosofías; hay tantas como tantos han sido esos intentos de exploración de lo ignoto. El asunto del Antes incendia la especulación, la imaginación, la curiosidad… ya que si existe algo, en verdad importante, es ese antes que hemos llenado desde siempre con toda suerte de fantasías.
Hoy, sin embargo quisiera hablar de un Antes no tan metafísico, más concreto, más comestible, el antes de la escritura: la simple prehistoria. En este derrotero, también muchos se han aventurado con felices resultados. Una muestra de ello es un pequeño libro de Peter Sloterdijk: En el mismo barco, que no por breve es menos interesante. ¿Cómo fue o, mejor, cómo pudo ser el origen de las sociedades humanas? es el asunto que se especula ahí con una lógica estupenda.
Yo mismo, en algún lugar que no recuerdo he abordado este tema, e intenté descifrar los peldaños que había conquistado la conciencia humana para llegar a fabricar grafías que fijaran el lenguaje y -palabras más palabras menos- concluía en la necesidad de que, al menos, el ser humano hubiera comprendido tres asuntos decisivos: lo irrevocable de la muerte, el tiempo como aquello que desgasta y corroe cuanto existe, y la importancia de que algo que habiendo sido merecía permanecer firme aquí y no en ese pantano que todo lo tergiversa y desdibuja: la memoria.
El origen de la escritura supone una empresa consciente para derrotar la muerte. Y de todos los antídotos que a través de milenios hemos buscado para aminorar sus estragos, la escritura sigue siendo el más eficaz. Desde la piedra donde se hacían las incisiones hasta los nanochips en los que ahora se preserva la información solo ha habido cambios cuantitativos; no cualitativos: seguimos escribiendo para que lo que nos parece importante no desaparezca.
¿Que es la escritura sino la muestra de nuestra comprensión de que todo se acaba y nuestro mejor intento por poner a salvo aquello que consideramos valioso?
Lo que es, lo que fue consiguen perdurar gracias a la escritura; pero hay cosas que nunca fueron y que nunca serán y que, no obstante, llegan a la realidad y resisten aquí gracias a la escritura. Este milagro de meter en el ser, en la realidad, más “seres” es la literatura; esa peculiar forma de escritura capaz, incluso, de hacer que lo poco importante se vuelva tremendamente importante y, sobre todo, que lo que no es se realice y se afiance a este mundo: aquí estarán, mientras dure la historia humana, Circe y Hamlet y el Coronel Aureliano Buendía y Don Quijote y Pedro Páramo y Augusto Perez y miles de personajes y, en cambio, usted y yo, lector, estaremos como el Miguel de Unamuno que alguna vez fue real.
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