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Sandra Lorenzano

29/05/2016 - 12:00 am

Bailar, bailar, bailar

Cada tanto, para recuperar la sensación de libertad del cuerpo, pongo a Miriam Makeba a todo volumen y bailo, pésimo, por supuesto, pero feliz, por toda la casa. Esa felicidad del cuerpo en movimiento, también me la enseñó mi hija.

No tengo ninguna duda de que los hijos nos enseñan a los padres. O dicho en términos más personales: que las hijas nos enseñan a las madres. Y mucho. Nos enseñan a escucharlas, a respetar sus decisiones, a comprender su mundo, a conocer otras realidades, a amar de maneras diferentes, a amarlas justamente porque son diferentes a nosotras, no porque queremos encontrar en ellas a quienes fuimos hace veintitantos años. Todo esto suele ser un ejercicio delicioso y enriquecedor. Aunque también –y ustedes me van a entender- a veces puede ser un ejercicio de paciencia zen; sobre todo en ese periodo de la vida llamado “adolescencia” (que cada vez empieza antes y termina más tarde, para pánico de los adultos).

Hay fechas o circunstancias que, en mi caso, me llevan a hacer un recuento íntimo y personal de mi vida con Mariana. Justamente acabamos de pasar uno de esos momentos. Pero no se preocupen que no voy a agobiarlos con mis historias de amor materno. Lo que quiero compartir con ustedes es una parte del mundo cuya existencia ella, fanática de la danza, me ha hecho conocer. Me refiero al “voguing”; un baile que nació en los años 60, en especial en Harlem, entre los grupos homosexuales y transexuales latinos y afroamericanos. ¿Hace falta decir que hablamos de los márgenes de los márgenes?

Quizás recuerden el video de Madonna llamado “Vogue”. Tanto ese video, grabado en 1990, como el documental “Paris is burning” que ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Sundance en 1991, contribuyeron a darle visibilidad a un tipo baile en el que la sensualidad se convierte casi en acrobacia, en la búsqueda de movimientos precisos inspirados en un principio en las poses de los modelos de la revista “Vogue”.

Los grupos de bailarines, originalmente todos miembros de la comunidad LGBT, forman parte de una “casa” en torno a la cual se reúnen los miembros de la “familia”. Los mayores reciben a los más chicos, a aquellos que apenas se están enfrentando a un mundo que suele rechazarlos y estigmatizarlos. La “casa” les da identidad y pertenencia.

Entre las más conocidas están House of Garçon, House of Icon, House of Khanh, the House of Karan, House of Xtravaganza, de bailarines latinos.  Y por supuesto House of Ninja, fundada por Will Ninja, considerado el padrino del “voguing”.

No entraré en detalles sobre los distintos tipos de movimientos que caracterizan las tres variedades del baile –Old way, New way y Vogue fem– sino en lo que personalmente más me interesa: que se trata de uno de los caminos en que el arte ha protegido a un sector sumamente vulnerable de la sociedad. El “voguing”, convertido en concursos en todo el mundo, da libertad y seguridad a quienes se acercan a él. Algo que suele suceder siempre con la danza hecha en comunidad. Por algo los poderes suelen tenerle miedo al baile callejero; miedo a los cuerpos libres.

Cierro con una anécdota de mi propia infancia: en el año 1967 se puso de moda en todo el mundo el “Pata pata”, una canción de la sudafricana Miriam Makeba. Al año siguiente en el clásico “bailable” de la escuela primaria una maestra lo incluyó. La directora, bajita, regañona y ultra conservadora (típica directora de aquellas épocas de la escuela pública argentina), se opuso terminantemente a que el “Pata pata” formara parte de los actos escolares. Lo más moderno que nos permitió bailar fue una cumbia (¡!!) (está clarísimo que ella no tenía idea lo que los movimientos de la cumbia pueden provocar en la sangre latina). Así que vestidas con faldas cortas rojas con lunares blancos, mis compañeritas y yo nos lanzamos al escenario al ritmo de “La pollera colorada”, mientras por dentro también nos sonaba el “Pata pata”.

Cada tanto, para recuperar la sensación de libertad del cuerpo, pongo a Miriam Makeba a todo volumen y bailo, pésimo, por supuesto, pero feliz, por toda la casa. Esa felicidad del cuerpo en movimiento, también me la enseñó mi hija.

¡¡¡Azúcar!!!

 

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).

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