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Susan Crowley

29/11/2019 - 12:03 am

El artista que iluminó al mundo

“Presencia pura, acto místico, la luz en la obra de Turrell brinda la oportunidad de mantenernos en un aquí y un ahora mientras dura la experiencia”.

Foto: Especial

El famoso cuadro La muerte de Sardanápalo, narra una de las más aterradoras escenas de la historia. Condenado a morir, el legendario rey de Asiria se suicida mientras manda a ejecutar a toda su corte en una orgía de sangre. El pintor francés Eugene Delacroix no escatima en los detalles, su propósito es que vivamos el acontecimiento lo más fielmente posible; sin duda logró que la emoción nos invada e incluso nos estremezca. Transcurrieron siglos para que un artista como Delacroix consiguiera impregnar sus cuadros del realismo histórico que nos era relatado en los libros de historia. Pero siempre hubo una diferencia irreconciliable entre la representación y la vida misma. Por más conmovedora que resulte, jamás será una vivencia auténtica para nosotros los espectadores.

Como vocero de su tiempo, el artista ha aquilatado un cierto conocimiento, una peculiar forma de ver los sucesos y de narrarlos. A nuestro paso por los museos emprendemos una lectura del pasado facilitada por la maestría de los creadores. Si bien el arte es una manera de entender y de leer la historia, también se ha convertido en el cajón de datos almacenados que, de vez en cuando, son exhibidos. Acumulados como trastos viejos, van ganando una patina (el aura, según Walter Benjamin), a la vez que por desgracia pierden actualidad y energía. Como archivos muertos, las obras de los grandes maestros se van perdiendo en la noche de los tiempos. Lo sabemos, la fatalidad del arte es que tampoco es eterno, como no lo somos los seres humanos. Bello, inalcanzable e indiferente a nuestras acciones fue concebido lo mismo para halagar a Dios y a los mecenas o como una alegoría de la historia; sin embargo, nunca se consideró al espectador más que como un ente pasivo. Pareciera que el arte iba a permanecer en ese sosiego dispuesto a ser contemplado, admirado, rechazado o incluso olvidado.

Pero a principios del siglo XX, Marcel Duchamp mostró que más que un acumulado de objetos costosos, el arte podía ser una estrategia entre el creador, el objeto y el espectador. Aunque esta nueva forma de entender el quehacer artístico tardaría mucho tiempo en dar sus frutos, Duchamp había logrado algo imposible hasta entonces: nunca más los visitantes serían entes pasivos dentro de los museos.

Mientras esto ocurría, el avance del siglo permitió que el arte se ampliara acogiendo otras disciplinas. Las distintas tecnologías intervinieron como elemento fundamental para el gran cambio. Fue así como llegó a lo que podemos ver hoy en el Museo Jumex: James Turrell, Pasajes de Luz. Una experiencia de inmersión en la que la luz no es el componente clave de una obra artística sino la obra misma.

El artista norteamericano nacido en 1943, ha dedicado la vida entera a su trabajo con los fenómenos físicos. Se le ha clasificado dentro del Minimalismo y del Land Art, pero Turrell es más que eso. Su obra asombra por la cantidad de disciplinas y conocimiento de los que echa mano. Con una encantadora sonrisa, este Merlín de la tecnología, suele contar como ha dejado todo (dinero, tres matrimonios), por la obsesión de crear su obra en la que el espectador es la pieza principal. Desde muy joven su pasión ha sido el espacio, por ello dedicó muchos años al oficio de cartógrafo. Esa misma pasión lo hizo estudiar ciencia, psicología, matemáticas, geología y astronomía.

Sin duda, lo más asombroso de este eterno curioso de barbas blancas, es su capacidad para creer en el poder que surge de cada cuerpo vivo y ¿por qué no? en que a partir de un fenómeno físico podemos llegar a cualquier tipo de especulación metafísica. Poniendo la tecnología al servicio de su obra, ha generado distintas experiencias en las que la finalidad es que exploremos dentro de nuestro cerebro; ahí, donde manan las imágenes.

Fue en 1966 que, fascinado por la luz, llevó a cabo su primera experimentación. En la habitación oscura de un hotel, hizo un agujero en la pared y utilizando un viejo proyector creó un cuerpo sólido. A simple vista era factible compararlo con el cuadrado negro del artista Kasimir Malevich solo que en tres dimensiones. Podría parecer un disparate, pero esta asociación entre tecnología y luz en el espacio sería el principio de toda su inagotable teoría estética. Pareciera que el objetivo del artista fuera llenar cada espacio de la tierra de luz y de belleza espiritual. Un acto religioso si lo entendemos como la capacidad de re-ligarnos a los principios del universo. Si dejamos que el fenómeno ocurra (gracias a que en Jumex se dispuso no permitir las acostumbradas selfis) una pieza de Turrell nos invita a sumergirnos en un estado primigenio.

Dentro de cada uno de sus espacios ocurre algo más que un efecto físico. El desconcierto delante del vacío aparente, muy pronto se ve sustituido por la plenitud espiritual al volvernos parte de un fenómeno en el que se ponen a prueba nuestros sentidos. Los cambios paulatinos, tenues, casi imperceptibles, generan un estado emocional que modifica por completo nuestra idea del conocimiento. Delante de la obra de Turrell, lejos queda el intelecto. Es más bien la sensación que se prolonga a través de la memoria. Como en un Rothko expandido, las capas de color envuelven nuestro cuerpo y lo impregnan de poder y energía; de vitalidad y abismos en los que nos precipitamos sin miedo.

Es difícil enumerar la vasta obra del artista; algunos ejemplos interesantes son la capilla Dorotheenstadten en medio de un cementerio, o el Wolfsburg Project, que consiste en 700 metros cuadrados iluminados, ambos en Alemania. Hay otros más cercanos; Agua de Luz que consiste en una serie de piscinas dentro de una pirámide en Yucatán; en el jardín botánico de Culiacán se encuentra uno de sus famosos Skyspaces (espacios celestes), un vano en el techo de una construcción en el que es posible observar la naturaleza. En esta última obra, el cambio tenue de la luz al amanecer, el sonido de los animales y el ruido de la ciudad, generan un evento cotidiano convertido en cualidad pura; revelación de la belleza que de otra forma pasa inadvertida.

Quizá una de los más complejos retos sean sus retrospectivas. En museos como LACMA de los Ángeles, el Contemporary Arts de Houston o el Guggenheim de Nueva York y ahora en Jumex, se ha tenido que alterar la estructura arquitectónica para construir los espacios adecuados que nos permitan entrar y experimentar cada una de las obras. Jamás una pieza de Turrel es igual a otra, cada una depende de muchas variables. Pero nosotros tampoco somos los mismos de una experiencia a otra, lo cual muestra que la percepción es única, irrepetible, siempre será una primera vez. Por esta razón, el artista controla y participa en todos sus proyectos; cada día más costosos y ambiciosos pero fieles a sus teorías, procesos científicos y artísticos.

En 1974 el sueño de Turrell fue no de representar, sino capturar la bóveda celeste. Con este propósito adquirió un cráter en medio del desierto de Arizona. Lleva años invertidos en la creación de una obra monumental que por su complejidad tal vez nunca sea concluida. Las diferentes cámaras y observatorios permiten vivir entre otros muchos fenómenos, el solsticio y el equinoccio. Como un observatorio del espacio en él se puede percibir la belleza del entorno, claro, si fuese posible visitarlo. Este proyecto está cerrado para el público y hasta ahora únicamente se aceptan visitas privadas a un alto costo, lo cual le permite seguirlo construyendo.

Presencia pura, acto místico, la luz en la obra de Turrell brinda la oportunidad de mantenernos en un aquí y un ahora mientras dura la experiencia; después alojarla en la memoria como un estado de consciencia. Condensa un atributo presente, en cierta manera, en todas las obras artísticas de la historia porque extrae de ellas la intención transformada en pureza y manifestada en luz. Si hoy Delacroix, Malevich, Rothko, Duchamp o alguno de los grandes artistas la pudieran penetrar, seguramente se emocionarían al saber que el arte es algo más que una narración acorde a un tiempo específico, es iluminación, la esencia que habita en todos nosotros.

https://art21.org/watch/art-in-the-twenty-first-century/s1/james-turrell-in-spirituality-segment/

www.susancrowley.com.mx

@Suscrowley.com

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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