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Sin Fronteras

30/01/2019 - 12:03 am

El otro muro de Trump en la Frontera Sur de México

Duele ver que tu país trata mal a los extranjeros, que viola sus derechos humanos, y pone a sus fronteras por encima de todo lo demás.

Soy inmigrante en México. Foto: Cuartoscuro

Por Whitney Ranye
@whitrrs
Procuradora de Fondos en Sin Fronteras

Duele ver que tu país trata mal a los extranjeros, que viola sus derechos humanos, y pone a sus fronteras por encima de todo lo demás. Lo sé, porque nací y viví la mayoría de mi vida en los Estados Unidos.

Soy inmigrante en México. Y sin importar las circunstancias, muchas veces ser migrante no es fácil. Abrir una cuenta bancaria, rentar un departamento, comunicarse con instancias del gobierno para validar actas de matrimonio u obtener actas de nacimiento se vuelvan actividades sumamente complicadas.

Sin considerar las causas de la migración, hay ciertas dificultades que surgen de ser extranjero en un país y no contar con las mismas protecciones. Pero súmale a todo eso que muchas personas migrantes en México no vienen al país en las mismas condiciones que yo. Vienen huyendo. Vienen con amenazas de muerte, de gobiernos que ya no los protegen, de lugares donde ya no pueden abrir sus negocios, estudiar o socializar sin temer por sus vidas. Esa es la realidad de la migración para miles de personas que transitan por México o llegan a quedarse aquí cada año. Y aquí enfrentan otra realidad que no es mejor de la que vienen huyendo.

Durante las llamadas “caravanas”, todo el mundo empezó a hablar de la migración, de una manera polarizada y muy polémica. Pero pocos son los que se detuvieron a observar la realidad que enfrenta un migrante en el país. Para realizar una crítica objetiva, tenemos que pensar en los peligros que los migrantes encuentran en el camino como son una policía corrupta, el crimen organizado, rechazo y discriminación de la sociedad, y las cárceles, (mal llamadas estaciones migratorias, pero poner un nombre distinto no cambia su realidad).

Tenemos que darnos cuenta que lo que más critican algunos de los Estados Unidos se está llevando a cabo aquí en México. Organizaciones de la sociedad civil luchamos por los derechos humanos, por un estado de derecho, por justicia para los migrantes que se encuentran viviendo o transitando por el país. Visibilizamos las mismas violaciones a la ley que muchos critican de Estados Unidos: de obstaculizar el derecho a pedir asilo, de acudir a la detención en vez de buscar alternativas, de separar a familias. Son las mismas problemáticas. Son las mismas políticas corruptas e inhumanas. Son las mismas actitudes de xenofobia, racismo y clasismo.

No se puede hablar de las políticas del país al norte sin hablar de las maneras en que el estado mexicano está activamente colaborando para que funcionen. En los últimos meses, hemos escuchado mucho de la detención de niños, niñas, y adolescentes migrantes; de la separación familiar; de una negación de escuchar peticiones de asilo, aunque es un derecho y una obligación bajo las leyes y tratados internacionales; del famoso muro (¿de acero? ¿De concreto? ¿de vidrio? Parece que no importa tanto, mientras el presidente estadounidense lo puede seguir llamando muro).

Y esas políticas se están rebasando las fronteras de los Estados Unidos e influyendo en las mismas políticas mexicanas a través de acuerdos como el plan Mérida y la militarización de la frontera con Guatemala, acciones para que los que pidan asilo en Estados Unidos tienen que quedarse en territorio mexicano mientras esperan su audiencia, acuerdos que permitan que los Estados Unidos puede mandar a nacionales de terceros países a México para ser detenidos y eventualmente deportados.

El presidente Trump habla de un muro en la frontera sur de Estados Unidos, mientras en la realidad ese país ya usa México como un muro de 1.9 millones de kilómetros cuadrados.
Es imposible hablar de la política migratoria mexicana sin hablar de los Estados Unidos. Pero también es cierto que no se puede hablar de la política migratoria estadounidense sin hablar de las formas en que México ya cumple las tareas que le ha dado el país del norte. Parece que con el nuevo gobierno de López Obrador existirá una mayor apertura a ciertas políticas que contemplan los derechos humanos; por lo menos ha cambiado un poco el discurso. Pero sin un rechazo total de las políticas de “seguridad nacional” de los Estados Unidos, no existirá un verdadero cambio.

He visto la manera en que el rechazo del inmigrante corrompe el tejido social y político de un país. He visto cómo mi país se preocupa más por su seguridad, por proteger a los “suyos”, por establecer líneas claras entre “nosotros” y “ellos”. Que lo único que ha logrado es una sociedad menos fuerte, menos humana, y menos respetada. México todavía puede elegir, y no seguir los mismos pasos de los Estados Unidos, para ello es necesario tomar una posición definitiva y enfrentar las presiones que puedan llegar en el camino.

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